Pese a que ya no concentre tanta atención mediática, la situación en Nicaragua sigue siendo crítica, desatando el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo un hostigamiento sin parangón contra todo tipo de entidades relacionadas con la Iglesia católica. Bien conocedora de ello es la abogada nicaragüense en el exilio Martha Patricia Molina, que lleva mucho tiempo documentando todo a través de los informes ‘Nicaragua: ¿una Iglesia perseguida?’.
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En conversación con ‘Vida Nueva’, esta joven defensora de los derechos humanos, exiliada en Estados Unidos tras sufrir torturas y poder escapar, sueña con un futuro muy diferente para su país. Pero sabe que, a día de hoy, el cambio es muy difícil, pues, quien ose enfrentarse al régimen, “solo tiene tres alternativas: la muerte, la cárcel o el exilio”.
Desde abril de 2018
PREGUNTA.- Muestras tu compromiso con una futura democracia en Nicaragua documentando la persecución del régimen contra quienes denuncian sus ataques a la libertad y contra los derechos humanos. En concreto, das a conocer las cifras de sacerdotes y religiosos obligados a salir de su país por criticar a Ortega y Murillo. ¿Hasta qué punto la Iglesia católica está siendo un baluarte democrático?
RESPUESTA.- En abril de 2018 se iniciaron las protestas cívicas del pueblo nicaragüense contra la dictadura Ortega-Murillo, que venía cometiendo múltiples arbitrariedades contra la población. A raíz de esto, el régimen comenzó a asesinar a todas aquellas personas que pensaban distinto. En ese momento, la Iglesia católica abrió las puertas de sus templos para resguardar a estas personas y evitar un mayor derramamiento de sangre.
El Gobierno reaccionó haciendo desaparecer cualquier espacio cívico de participación ciudadana. De hecho, estamos ante un país en el que ya no quedan periodistas independientes que puedan dar continuidad a la información objetiva. Tampoco hay apenas organizaciones sin ánimo de lucro, pues hasta 5.000 se han cerrado de un modo ilegal. Lo único que ha quedado en Nicaragua es, precisamente, la Iglesia católica. Y es por eso que el régimen pretende aniquilar por completo la presencia del catolicismo en el país.
Por ejemplo, en la Diócesis de Matagalpa, la más grande del país, solo trabaja hoy el 25% de su clero. Es decir, el 75% restante está en el exilio, obligado a salir del país por la dictadura. Muchos sacerdotes, para evitar ser encarcelados o asesinados, no han tenido otra opción que huir.
El Gobierno no ha conseguido hacer desaparecer por completo a la Iglesia, pero está trabajando en ello. Tal y como documento en mis informes, desde abril de 2018 hasta ahora, se han producido más de 870 ataques en este sentido.
P.- ¿Es de esperar que la persecución contra las comunidades cristianas continúe con la misma intensidad o puede llegar un momento en el que la convivencia en Nicaragua se vea en riesgo sin lo que aportan muchos hombres y mujeres comprometidos con la educación, la salud o el acompañamiento de los más vulnerables?
R.- La dictadura comete ataques contra la Iglesia a diario. Hacia el interior del país la comunicación es más difícil y eso hace que no podamos documentar todo, pero eso no significa que las vulneraciones de los derechos humanos no existan. Solo es que, a causa del miedo, impera la cultura del silencio, tanto entre la población como entre los sacerdotes. Hoy, en Nicaragua solo hay tres alternativas para los religiosos que se oponen a la dictadura: la muerte, la cárcel o el exilio.
Necesidad de un liderazgo
P.- ¿El pueblo nicaragüense tiene esperanza de que algún día no muy lejano pueda ocurrir lo que está pasando en Venezuela, donde María Corina Machado y Edmundo González, pese a las muchas dificultades, están sumiendo al régimen chavista en una profunda crisis de legitimidad, recabando cada vez más apoyos entre la comunidad internacional?
R.- Necesitamos un liderazgo, ya sea por parte de un hombre o una mujer. Pero lo necesitamos para que guíe al pueblo nicaragüense. Tiene que ser alguien que conozca muy bien nuestra historia y la actual crisis de derechos humanos que sufrimos. Sobre sus intereses personales, tiene que poner los del pueblo por encima de todo. Por el momento, eso sí, no veo a nadie con esas características. Hay muchos líderes que son excelentes personas, académicos con una mirada muy amplia… Seguramente llegue un momento de maduración y alguno de ellos pueda tomar las riendas del pueblo.
P.- ¿Cómo sueñas la Nicaragua de dentro de cinco años y qué posición crees que desempeñará en ella la Iglesia?
R.- No sé cuánto tiempo pasará, pero sueño con una Nicaragua en la que reinen el Estado de Derecho, la institucionalidad, la división de poderes. Mi país no es ahora un Estado, sino una selva en la que reina el más fuerte; en este caso, Ortega y Murillo, sostenidos por el ejército. Ellos tienen total impunidad para perseguir, torturar, asesinar y obligar al pueblo a irse al exilio.
Las instituciones tendrían que defender los derechos humanos y no tolerar más la impunidad. Todos los funcionarios públicos que hayan cometido delitos, deberían de pagar por ello, afrontando un proceso justo y no con jueces que respondan a la voluntad de un presidente, sino a los que dice la ley. Y, si son condenados, que cumplan sus penas en cárceles donde sus derechos estén garantizados… No como ahora, que son celdas en las que se aplican 38 métodos de tortura, todos ellos inhumanos y degradantes.
En este contexto, la Iglesia debe desempeñar un rol fundamental en el que se respete la libertad religiosa de todos. Según nuestra Constitución, somos un Estado laico. Lo ideal es que la Iglesia pueda desarrollar todas sus potencialidades pastorales, sin ningún impedimento y desde el respeto de la fe de cada uno.
En clave de fe
P.- A nivel personal y de fe, ¿cómo estás viviendo este proceso de exilio y de, a si vez, acompañar en él a tantas personas que están debiendo abandonar vuestro país por la crueldad de una dictadura?
R.- El exilio es algo que no debería de existir. Es un proceso injusto, doloroso, difícil, así como un delito de lesa humanidad. Me cuesta mucho no estar en mi país, pero doy gracias a Dios por mantener mi vida, pues he sido torturada. Estoy en Estados Unidos, que me ha dado la oportunidad de realizar mi trabajo y profesar mi religión… Aquí nadie me asedia por ser quien soy. También he tenido la oportunidad de hacer mi investigación y darla a conocer internacionalmente, para que todo el mundo pueda conocer las arbitrariedades que se están cometiendo en Nicaragua.
Por el destierro, muchas familias están separadas… Miles de niños están creciendo sin sus padres. Los Ortega-Murillo están destrozando la familia, el núcleo de la sociedad. Estoy colaborando con la organización Nicaragüenses en el Mundo, en Texas, que se dedica a acompañar a migrantes de mi país, e impresiona el dolor de cada una de estas personas. Hemos acompañado a sacerdotes, seminaristas, laicos, familias… Las historias que cuentan son inimaginables. El Estado debería ser garante de su protección, pero es él el que acosa y destruye a las personas.
P.- Dentro de Nicaragua, entre los críticos con el régimen de Ortega y Murillo, ¿cómo se valora la posición del Vaticano, que muchas veces debe caminar entre dos aguas y, sin romper la relación institucional con el Gobierno, defender a quienes ven sus derechos elementales pisoteados?
R.- La posición del Vaticano es aceptable. El papa Francisco es muy cercano a la crisis de derechos humanos que estamos sufriendo y se ha pronunciado en 14 ocasiones respecto a lo que sucede en el país; unas con más fuerza que en otras.
Sé que el Papa ora constantemente por mi país, pero, como no puede estar en todos los países, el Vaticano opta por la descentralización y, a través de las conferencias episcopales, trasladar su voz. Nosotros, como católicos nicaragüenses, esperamos escuchar a nuestros obispos, pero por ahora están silenciados.
Es comprensible este silencio, pues, como hemos dicho, si le dices al régimen que lo que hace es incorrecto, te esperan la muerte, la cárcel o el exilio. El Vaticano, por su parte, siempre apostará por un proceso de diálogo, democracia y paz.