Aquí descansa el León de Judá

El Señor Yacente, la inmejorable talla del imaginero Francisco de Villegas

El Señor Yacente, la “inmejorable” talla del imaginero Francisco de Villegas (Granada, 1592-Medina Sidonia, Cádiz, 1660), titular de la cofradía de la Santo Entierro de Cádiz, revive en su cuarto centenario. “Este Yacente del siglo XVII, que cumple ahora 400 años de su hechura, nos hace perder la mirada en infinidad de detalles, en reflexiones heridas, en el dolor que se ve, aunque ya no se siente. En un cuerpo que descansa después de una batalla cruel, injusta e inhumana para ese Verbo que se hizo carne. El hombre maltratado por otros hombres que, en una hermosa urna de plata, duerme la muerte. Aquí descansa el León de Judá”, sostiene Fernando Díaz Riol, su hermano mayor.



La cita de la profecía de Jacob en el libro del Génesis imprime un efecto dramático a las palabras de Díaz Riol, pregonero de la última Semana Santa gaditana, quien ratifica que “el valor artístico y sentimental de esta imagen sagrada ocupa un espacio imprescindible en el conjunto de la Semana Santa de Cádiz”. Tanto que la ciudad no solo pretende darla a conocer, sino también que la conmemoración sea un aldabonazo, una llamada sobre la antigüedad, la calidad y el particular modo de profesar la Semana de Pasión al sur del sur.

“La Semana Santa de Cádiz cuenta con un patrimonio de incalculable valor. Las efemérides se suceden suscribiendo su antigüedad. En este sentido, este año se cumplen cuatrocientos años de la inmejorable escultura del Cristo Yacente del Santo Entierro de Cádiz, un regalo hecho a la ciudad por el imaginero Francisco de Villegas que atesora la hermandad de Santa Cruz”, refiere Díaz Riol. “Datado en el siglo XVII y de estilo barroco –prosigue–, su esplendor continúa, así como su veneración. Un Cristo que embellece en la sagrada urna de la autoría del platero Manuel Ramírez Serrano”.

Urna Del Santo Yacente

Y así es. El Señor es aún más impresionante dentro de su urna de plata, otra gran joya de la pujante Semana Santa gaditana, labrada en 1865 por el orfebre Manuel Ramírez a partir del trazado del pintor Diego María del Valle, profesor de Dibujo Lineal y de Adorno de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz. En la arqueta abunda el cristal parisino y sobresale un remate en cruz adornado por dos ángeles genuflexos entre cuatro faroles, creado gracias a la donación que Isabel II hizo de 120.000 reales de vellón.

El Viernes Santo es ese instante en el que queremos contemplar el misterio de la muerte, de frente y sin filtros, porque no sirve de nada esconder la cabeza o mirar para otro lado mientras vamos todos muriendo poco a poco –interpreta el hermano mayor–. Cuando el calvario es acuciante, queremos arrodillarnos ante el Cristo muerto y meditar con Él este largo silencio del adiós”.

Intervención de artistas genoveses

La talla de la Venerable y Real Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo representa “a Cristo muerto, con su sudario, tumbado sobre sábana blanca. El brazo derecho reposando al lado del cuerpo y el izquierdo algo levantado sobre su cadera. La cabeza se observa un poco elevada hacia delante, como si estuviese apoyada en una almohada”, enumera Díaz Riol.

El hermano mayor no esquiva la cuestión abierta por el historiador Enrique Hormigos Sánchez, ya fallecido, acerca de la talla, de 1,60 centímetros, esculpida en madera de cedro y telas encoladas, completamente policromada y encarnada. “Se supone que la imagen fue intervenida y reformada en el tercio central del siglo XVIII, por algunos artistas genoveses, escultores y pintores, tan abundantes en nuestra ciudad en aquella centuria –admite en el último número de la revista de investigación histórica Gaditanología (Universidad de Cádiz, 2024)–. Son asimismo visibles las llagas en las rodillas y en otras partes del cuerpo características de la escuela escultórica genovesa. Diversos autores argumentan que la cabeza no se corresponde con la que conocemos de Villegas, ni en el tratamiento del cabello, ni en la morfología del rostro e incluso por la gran espiga que sujeta la cabeza al tronco”.

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