El viaje a Luxemburgo comenzó con una pequeña decepción para los periodistas que acompañamos a Francisco. El avión inició su vuelo de apenas dos horas de duración a las ocho de la mañana; como en ocasiones anteriores de modo inmediato comenzó a organizarse la logística para cuando el Papa acudiera a saludarnos: las cámaras de televisión y los fotógrafos tomaron posiciones estratégicas para captar las mejores imágenes mientras se hacían pruebas de sonido. Todos nos disponíamos a “inmortalizar”, visual y auditivamente, nuestro encuentro con el Papa.
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Jorge Mario Bergoglio apareció a las 8:48 horas y, después de agradecernos nuestra compañía y nuestro servicio, nos comunicó que renunciaba a realizar el habitual saludo personal a todos los presentes. “No me siento capaz de hacerlo y por eso os saludo desde aquí”, reconoció antes de volver a la parte delantera del Airbus.
Enseguida se dispararon las especulaciones sobre su salud… que serían desmentidas por su apretada agenda del día. La explicación es más sencilla: en otros viajes de corta duración no hubo tal encuentro (personalmente recuerdo los de Albania en el 2014 y, ese mismo año, el que realizó a Estrasburgo). Si a ello se añaden sus dificultades para caminar la decisión no tiene orígenes dramáticos.
El director de la Sala de Prensa, Matteo Bruni, recogió los regalos y mensajes que los periodistas habían preparado. Nuestra compañera Eva Fernández era portadora de algunas emotivas cartas escritas por migrantes llegados a Canarias y una muy especial del presidente del Gobierno insular, Fernando Clavijo, reiterándole su deseo de recibirle en el archipiélago lo antes posible.
Francisco, con los grandes duques
La ceremonia en el aeropuerto Findel de Luxemburgo se desarrolló con una sobria solemnidad: los grandes duques Henri y María Teresa Mestre (nacida en Cuba) recibieron al Pontífice acompañado por su séquito; del que no formaba parte el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, que se encuentra en Nueva York, pero si el cardenal Robert Prevost, prefecto del Dicasterio para los Obispos, y los arzobispos Edgar Peña Parra y Paul Richard Gallagher, respectivamente sustituto de la Secretaría de Estado y secretario para las Relaciones con los Estados del Vaticano.
Media hora después, en el Palacio Granducal, tuvo lugar la visita de cortesía a los grandes duques acompañados por sus cinco hijos, que se desarrolló en un clima muy cálido y siempre en el mismo palacio el Pontífice mantuvo un breve coloquio con el primer ministro, Luc Frieden.
El medio kilómetro que separan el Palacio Granducal del Círculo Ciudad, edificio histórico situado en el corazón de la capital donde estaba previsto que el Papa pronunciara su primer discurso, lo recorrió Francisco aclamado por una multitud muy variopinta, ya que el 47,3 por ciento de la población es originaria de 170 países diferentes.
En el corazón de la Unión Europea
Respondiendo al primer ministro, que subrayó que la capital de Luxemburgo es también, con Bruselas y Estrasburgo, una de las tres capitales de la Unión Europea, el Papa señaló que “vuestro país se ha distinguido por su compromiso en construir una Europa unida y solidaria, en la que cada país, grande o pequeño que fuera, tuviera su propio papel, dejando atrás por fin las divisiones, los contrastes y las guerras provocadas por nacionalismos exasperados e ideologías perniciosas”.
Consciente de hablar a un auditorio de 300 personas en el que se encontraban representantes de algunos de las más importantes instituciones europeas (entre ellos la ex ministra española Nadia Calviño, presidente del Banco Europeo de Inversiones), el Papa argentino afirmó: “La riqueza es una responsabilidad. Por esa razón pido una vigilancia constante para no descuidar a las naciones más desfavorecidas, es más, para que se les ayude a salir de sus condiciones de empobrecimiento… dejemos que Luxemburgo sea una ayuda y un ejemplo en el indicar el camino a seguir para la acogida e integración de migrantes y refugiados”.
Al mismo tiempo, sugirió que “Luxemburgo puede indicar a todos las ventajas de la paz en contraste con los horrores de la guerra, las ventajas de la integración y promoción de los migrantes frente a su segregación, los beneficios de la cooperación entre las naciones frente a las nefastas consecuencias del endurecimiento de posiciones y la búsqueda egoísta y miope o incluso violenta de los propios intereses”.
En otro apartado de su discurso, pidió “curar la peligrosa esclerosis que enferma gravemente a las naciones y corre el riesgo de lanzarlas a aventuras con inmensos costes humanos, renovando inútiles masacres”. Y para ello “es necesario que la vida cotidiana de los pueblos y de sus gobernantes esté animada por elevados y profundos valores espirituales que impidan el extravío de la razón y la vuelta irresponsable a cometer los mismos errores del pasado, agravados además por el mayor poder técnico del que ahora dispone el ser humano”.
*Enviado especial de Vida Nueva a Luxemburgo y Bélgica