La catedral de Notre-Dame es uno de los símbolos más reconocibles de la capital del Gran Ducado. Sus estilizadas torres sobresalen en el paisaje ciudadano. Su historia secular se entrelaza con las vicisitudes políticas de Luxemburgo y fue consagrada por última vez en 1963.
No podía ser otro el lugar donde el papa Francisco encontrase a la comunidad eclesial: obispos residenciales o eméritos, sacerdotes seculares y religiosos, monjas de innumerables congregaciones, diáconos y seminaristas. Varios centenares que previamente a su llegada participaron en una paraliturgia plurilingüe con bellísimos cantos interpuestos con lecturas y la presentación de la figura del eminente europeísta el venerable Robert Schuman o de la acción del Servicio Jesuita a los Refugiados.
A pesar de la lluvia, el paso de la caravana papal fue saludado por numerosos fieles y Francisco fue acogido con el entusiasmo que se puede suponer. De expresar la emoción de todos los presentes se hizo cargo el cardenal arzobispo de Luxemburgo, Jean-Claude Hollerich quien reconoció que la Iglesia luxemburguesa “vive en una sociedad fuertemente secularizada, con sus sufrimientos y dificultades, pero también con sus recorridos de esperanza”. No lo dijo, pero lo ha testimoniado en un artículo publicado en ‘L’Osservatore Romano’ reconociendo que, “en 1970, el 96 por ciento de los luxemburgueses se declaraba todavía católico” y hoy apenas superan el 41 por ciento, como constatan las estadísticas oficiales.
“La nuestra es -añadió- una Iglesia multinacional que se está encaminando hacia la conversión sinodal para ser siempre una Iglesia no pegada a los valores materiales sino al servicio de Dios y de los hombres y mujeres de nuestra época con quienes intenta dialogar”.
Al Papa, como reconoció, le gustó esta confesión del arzobispo jesuita. “Me gustó esta expresión: la Iglesia en una sociedad secularizada progresa, madura, crece. No se repliega en si misma, triste, resignada, resentida, sino que acepta el desafío, en fidelidad a los valores de siempre, de redescubrir y revalorizar de manera nueva los caminos de evangelización, pasando cada vez más de una simple propuesta de atención pastoral a una propuesta de anuncio misionero”.
Como remate de tan hermosa ceremonia, Hollerich declaró abierto el cuarto centenario de la veneración popular a Nuestra Señora Consoladora de los Afligidos, a los pies de cuya imagen el Papa depositó la Rosa de Oro, distinción papal extraordinaria destinada a soberanas o santuarios católicos, sobre todo marianos.
*Enviado especial de Vida Nueva a Luxemburgo y Bélgica