El papa Francisco llegó ayer por la noche a Bélgica, donde estará hasta el domingo. Hoy, sus primeras palabras han sido ante las autoridades y la sociedad civil en la Gran Galería del Castillo de Laeken. En el centro de su mensaje, su dolor por los numerosos casos de “adopciones forzadas” ocurridos tras la Segunda Guerra Mundial.
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“Me entristeció el fenómeno de las ‘adopciones forzadas’, presentes en Bélgica entre los años 50 y 70. En esas historias espinosas se mezcló el fruto amargo de un crimen y un delito, con aquello que era el resultado de una mentalidad difundida en todos los estratos de la sociedad; hasta el punto que, quienes actuaban de acuerdo a esa mentalidad, pensaban que estaban haciendo un bien”, ha lamentado.
Y ha continuado: “Con frecuencia las familias y otras entidades sociales, incluida la Iglesia, pensaron que, para quitar el estigma negativo, que en esos tiempos afectaba a la que era madre soltera, sería mejor para ambos, madre e hijo, que este último fuera adoptado. Hubo incluso casos en los cuales a algunas mujeres no se les dio la oportunidad de decidir si quedarse con el niño o darlo en adopción”.
“Como sucesor del apóstol Pedro -ha aseverado-, suplico al Señor para que la Iglesia encuentre siempre en sí misma la fuerza para actuar con claridad y no uniformarse con la cultura dominante, aun cuando esa cultura utilizase —manipulándolos— valores que derivan del Evangelio, pero solo para sacar de ellos conclusiones ilegítimas, con sus consecuentes cargas de sufrimiento y exclusión”.
Antes de esta denuncia, el Pontífice ha explicado que “la Iglesia católica quiere ser una presencia que, dando testimonio de su fe en Cristo resucitado, ofrece a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones, una esperanza antigua y siempre nueva, una presencia que ayuda a todos a afrontar los desafíos y las pruebas, sin entusiasmos volátiles ni pesimismos sombríos”.
En este sentido, “con la mirada fija en Jesús, la Iglesia se reconoce siempre como discípula, que con temor y tremor sigue a su Maestro, reconociéndose santa en cuanto fundada por Él y, al mismo tiempo, frágil e insuficiente en sus miembros, siempre carente y superada por la tarea que le ha sido confiada”.
Por ello, “la Iglesia anuncia una Noticia que puede colmar de alegría los corazones y, con las obras de caridad y los innumerables testimonios de amor al prójimo, busca brindar signos concretos y pruebas del amor que la mueve. Ella, sin embargo, vive en lo concreto de las culturas y mentalidades de una determinada época, que ella contribuye a dar forma o que, de algún modo, en ocasiones la somete”.
“En esta permanente coexistencia entre luces y sombras vive la Iglesia -ha continuado-, a menudo con resultados de gran generosidad y espléndida dedicación, y a veces, lamentablemente, con la irrupción de dolorosos antitestimonios. Pienso en los dramáticos casos de abusos de menores, un flagelo que la Iglesia está afrontando con decisión y firmeza”.
Bélgica, un puente en Europa
Antes de mostrar su dolor por estos abusos contra mujeres y niños, Jorge Mario Bergoglio ha puesto en valor a Bélgica como país puente: “Se podría decir que Bélgica es un puente entre el continente y las islas británicas, entre el área de matriz germánica y francófona, entre el sur y el norte de Europa. Un puente, para permitir que la concordia se expanda y las controversias se disipen”.
Al mismo respecto, ha agregado: “Un puente donde cada uno, con su lengua, mentalidad y convicciones, encuentra al otro y elige la palabra, el diálogo y el intercambio como medios para relacionarse. Un puente que favorece el comercio, que comunica y pone en diálogo las civilizaciones. Un puente, por lo tanto, indispensable para construir la paz y repudiar la guerra”.
Según ha expresado, “Europa necesita a Bélgica para llevar adelante el camino de paz y de fraternidad entre los pueblos que la forman. Este país recuerda a todos los demás que, cuando se comienzan a desacatar las fronteras y los tratados, y se deja a las armas el derecho de crear el derecho, se destapa la caja de Pandora y todos los vientos comienzan a soplar violentamente”.
Asimismo, el Papa ha dejado claro que “la concordia y la paz no son una conquista que se logra de una vez por todas, sino una tarea y una misión que se deben cultivar incesantemente, tratadas con tenacidad y paciencia”.
En este sentido, “Bélgica es más valiosa que nunca para la memoria del continente europeo. Memoria que, naturalmente, pone a disposición argumentos irrefutables para el desarrollo de una acción cultural, social y política constante y oportuna, a la vez valiente y prudente y que excluya un futuro en el que la idea y la práctica de la guerra, con sus consecuencias catastróficas, vuelvan a ser una opción viable”.
Y ha proseguido: “Bélgica llama a Europa a reemprender su camino, a recuperar su verdadero rostro, a confiar nuevamente en el futuro abriéndose a la vida, a la esperanza, para vencer el invierno demográfico y el infierno de la guerra”.
Al término de su mensaje, Francisco ha rezado para que “los responsables de las naciones, fijándose en Bélgica y en su historia, sepan aprender de ello y, así, ahorren a sus pueblos catástrofes incesantes e innumerables lutos. Rezo para que los gobernantes sepan asumir su responsabilidad, el riesgo y el honor de la paz, y sepan alejar el peligro, la ignominia y la absurdidad de la guerra”.
Por último, ha dejado un deseo de esperanza para que “puedan pedir y recibir siempre este don del Espíritu Santo, para caminar juntos con esperanza en el camino de la vida y de la historia”.