Me siento la obligación de volver la mirada sobre todo lo que sucedió el viernes que, en mi modesta opinión, es el día-clave de la visita de Francisco a Bélgica. Este es un país traumatizado por los atroces delitos de abuso sexual a menores y es posible que en el Vaticano no se hayan percatado de la profundidad de la crisis.
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Francisco tuvo que improvisar un contundente párrafo de su discurso ante las duras palabras que sobre el sangriento problema pronunció el primer ministro Alexander De Croo. Y menos mal que lo hizo porque en caso contrario habría sido puesta en evidencia la diferencia de posturas entre la Iglesia y el Estado apareciendo este como más radical en su voluntad de atajar esa plaga.
Con las víctimas
A últimas horas de la tarde el Santo Padre, como se había supuesto desde el principio, acogió a un grupo de diecisiete víctimas de los abusos. El encuentro que habría debido durar una hora, se prolongó hasta dos horas y en ese espacio de tiempo, uno de los más largos que, según mis recuerdos, Bergoglio haya dedicado a los abusados, estos pudieron denunciar sus dramas no sólo por el abuso sufrido sino sobre todo por el encubrimiento y la soledad en que han vivido todos estos años. El Papa, según han declarado alguno de ellos, les mostró su más abierta solidaridad y compasión. La Santa Sede dio noticia del encuentro pasadas las nueve de la noche.
Aún quisiera dedicar unas palabras a la ceremonia que tuvo lugar por la tarde en la Universidad flamenca de Lovaina. Su rector Luc Sels se lanzó a pronunciar un discurso muy amplio en el que, además abordar con profundidad el problema de los refugiados al que su universidad dedica muchos esfuerzos, quiso referirse también al lugar que la Iglesia debe reservar a las personas LGBTQ+. Y no solo eso, también incluyó esta pregunta: “¿La Iglesia no sería más cordial si diera a las mujeres un puesto de relieve incluido el sacerdocio?”. El Papa escuchó al Rector sin pestañear y al discurso que le habían preparado sus colaboradores no le añadió ni una sola palabra improvisada. Un diálogo de sordos. Y cabe preguntarse: ¿no había habido, como es habitual un previo intercambio de discursos para evitar esa juxtaposición sin diálogo?