Franco Coppola (Maglie, Italia, 1957) es el nuncio apostólico en Bélgica y Luxemburgo desde finales de 2021. Antes, el arzobispo italiano estuvo cinco años en México enviado por el papa Francisco después de que se conocieran durante el viaje del Papa a República Centroafricana en 2015, cuando se desempeñaba como embajador vaticano en uno de los países más pobres del planeta. Tras la visita del Papa al corazón de las instituciones de la Unión Europea, Vida Nueva conversa con él sobre el viaje y los frutos de este en una sociedad que se seculariza a pasos agigantados.
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PREGUNTA.- Las entradas para la misa del Papa se agotaron en minutos. ¿Hay una pasión desmedida por Francisco en Bélgica? ¿Cómo ven al Papa en un país que sigue un proceso de secularización tan fuerte?
RESPUESTA.- La respuesta popular al único evento anunciado en el que la participación era gratuita (para todos los demás el acceso era mediante invitación) sorprendió a todos: mientras se reservaban 22.500 plazas a grupos organizados, se dejaban 15.000 gratuitas y se agotaron en hora y media, nada más abrirse las inscripciones. Bélgica es ciertamente uno de los países más secularizados, si nos fijamos en su clase política y en las posiciones apoyadas por la mayoría de sus medios de comunicación, pero también es un país muy variado, que en los últimos 100 años ha acogido principalmente a poblaciones de diferentes países europeos, países del África subsahariana, América Latina, Corea y Filipinas (que conservan en general una marcada sensibilidad religiosa cristiana y católica), así como del Norte de África y Turquía (fieles a su tradición musulmana).
No creo que haya una inmensa pasión por el papa Francisco a nivel mediático y político, pero hay cientos de miles de personas, de todas las procedencias, que ven en él al pastor que el Señor ha dado a su Iglesia para nuestro tiempo. Incluso muchos otros, sin apasionarse, ven en él un líder religioso significativo para nuestro tiempo por su atención a los más pobres (en número cada vez mayor), por su atención a no excluir a nadie (en un mundo que excluye), por su disposición a escuchar sin juzgar (en un mundo donde se compite para ver quién tiene la voz más alta).
P.- En su primer discurso ante las autoridades, Francisco habló de Bélgica como un puente en Europa. ¿Cómo valora estas palabras?
R.- En efecto, Bélgica, por su situación geográfica y su composición demográfica, es un puente “donde cada uno –como dijo el Papa–, con su lengua, su mentalidad y sus convicciones, se encuentra con el otro y elige la palabra, el diálogo y el compartir como medio para relacionarse. Un lugar donde se aprende a hacer de la propia identidad no un ídolo o una barrera, sino un espacio hospitalario del que partir y al que volver”. El Papa indicó la vocación de Bélgica y llamó a los belgas a llevarla hasta el final, a rechazar la tentación de la división, del cierre, de la homologación, y, en cambio, a “buscar nuevos equilibrios, construir nuevas síntesis”. Esta es la tentación de muchos países hoy en día y Bélgica puede convertirse en un ejemplo de cómo hacer del otro una riqueza, una oportunidad y no una amenaza.
Heridas de por vida
P.- El primer ministro de Bélgica pronunció un discurso muy duro con relación a los abusos sexuales. Estas palabras fueron correspondidas con un ‘mea culpa’ improvisado del Papa, al mismo tiempo que insistió en que la Iglesia está comprometida con la tolerancia cero. ¿Cómo está viviendo la comunidad católica en el país este flagelo de los abusos?
R.- Tanto el primer ministro como el Rey informaron al Papa que la población belga, particularmente en Flandes, se había visto duramente afectada por la plaga de abusos cometidos por los clérigos. El Rey reconoció que Francisco “ha denunciado intransigentemente la indescriptible tragedia de los abusos sexuales en la Iglesia y ha tomado acciones concretas para combatir esta vil violencia”. El primer ministro, ignorando los avances realizados, prefirió centrar su mensaje en lo mucho que aún queda por hacer para que todas las víctimas sean realmente acogidas, reconocidas, acompañadas y las responsabilidades identificadas, reconocidas y castigadas. Esto dio a Francisco la oportunidad de expresar su “vergüenza” como Iglesia por este abominable crimen, que no dudó en comparar con la masacre de inocentes llevada a cabo por Herodes en el nacimiento de Jesús.
La Iglesia belga reaccionó al escándalo de abusos de forma ejemplar en lo que respecta al establecimiento de procedimientos y medidas que impidan la repetición de delitos similares: de hecho, casi todas las denuncias se refieren a hechos ocurridos hace entre 30 y 60 años. Dado que a nivel jurídico casi todos los abusos prescriben y no es posible un proceso civil y penal, la Iglesia en Bélgica ha optado por reconocer a todas las víctimas una forma de indemnización, acorde con las disposiciones del derecho civil por los daños causados. Lo que las víctimas se quejan es que todavía falta, por un lado, transparencia sobre los responsables de estos crímenes y las sanciones impuestas y, por otro, un acompañamiento psicológico y espiritual a las víctimas, que a menudo quedan solas, heridas de por vida.