Cuando el 8 de diciembre sean creados oficialmente los 21 cardenales que ayer designó Francisco desde el ventanal del Palacio Apostólico, habrá apuntalado la particular reforma del ‘staff’ púrpura que está llamado a elegir a un futurible papa. De los 21 escogidos, solo uno supera los 80 años. Así, en total habrá 141 derecho a voto: de ellos 112 han sido escogidos por el pontífice argentino, lo que supone un 79 por ciento del total. O lo que es lo mismo, cuatro de cada cinco llevan el sello Bergoglio. Esto no significa estén cortados por el mismo patrón a la hora de decantarse por un nombre en la Sixtina y que cuenten los mismos criterios a la hora de abordar su manera de entender la Iglesia y el mundo.
Sin embargo, sí se materializa ya la apuesta del primer Papa latinoamericano por descentralizar y universalizar las birretas, rebajar el ‘lobby’ italiano, y desligar el cardenalato de las sedes históricas. De hecho, solo hay tres de ellos que está al frente de una diócesis del viejo continente: el vicario general de Roma, Baldassare Reina; el arzobispo de Turín, Roberto Repole; y el arzobispo serbio de Beograd-Smederevo, Ladislav Nemet. Es verdad que sí hay otros europeos entre las nuevas incorporaciones, pero, o son misioneros, o son colaboradores estrechos del Obispo de Roma.
Entre el cupo misionero, se encuentra el dominico Jean-Paul Vesco, arzobispo de Argel, o el franciscano Dominique Joseph Matheiu, un belga que se convertirá en el primer cardenal de la historia de Teherán, donde sólo hay 21.000 católicos entre los 86,8 millones de musulmanes que pueblan Irán. Otras periferias geográficas que se han visto reconocidas este domingo por el Papa son Costa de Marfil, Indonesia, Japón y Filipinas.
Fuera queda de este consistorio España. Pero también Estados Unidos. Francisco mira hacia su continente de origen para premiar al arzobispo de Toronto, pero, sobre todo, para aupar a una nueva generación de prelados latinoamericanos que ya apuntan algo más que maneras a la hora de dar continuidad al espíritu de Aparecida. De ello da fe, por ejemplo el brasileño Jaime Spengler, que no solo es el arzobispo de Porto Alegre, sino que es el actual presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño, al que Bergoglio sigue de cerca y respalda en su mirada revitalizadora del órgano que aglutina a todas las Iglesias de la región.
Con el aval al arzobispo de Lima, Carlos Gustavo Castillo, también está reconociendo un proceso de renovación entre el catolicismo peruano, que pasa por un proyecto pastoral realmente inculturado, a la vez que una sincera apuesta por la justicia restaurativa a las víctimas de abuso, con el caso Sodalicio como paradigma. El hecho de seleccionar al arzobispo de Guayaquil, Luis Gerardo Cabrera Herrera, en lugar del prelado capitalino, también vislumbra el conocimiento detallado de Francisco de la realidad ecuatoriana, máxime tras los tintes del congreso eucarístico de Quito. La impronta reformadora y la valentía de Fernando Chomalí en Santiago de Chile también tiene premio, al igual que el pastoreo cercano al pueblo del recién estrenado primado de Argentina y arzobispo de Santiago del Estero, Vicente Bokalic.
Entre el grupo de los más cercanos en el día a día de Francisco se encontraría Fabio Baggio, subsecretario del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, uno de los mayores especialistas en cuestiones migratorias que, como bien es sabido, es uno de los ejes vertebrales de la pastoral de este Papa. A Baggio se suman el responsable de los viajes papales, el indio Georg Jacob Koovakad, y el lituano Rolandas Makrickas, arcipreste coadjutor de la basílica de Santa María la Mayor.
Al paso, este Papa continúa sellando la particular reconciliación de Roma con la vida religiosa. Basta constatar que once de los veinte seleccionados ayer pertenecen a una congregación religiosa, un veto que parece levantarse después de décadas orillando a quienes portaban mitra con carisma.