El periodista Alejandro Bermúdez ha cuestionado la decisión del Papa de expulsarle del Sodalicio de Vida Cristiana, el movimiento creado por el peruano Luis Fernando Figari y sobre el que sigue abierta una investigación tras múltiples demandas de abusos de todo tipo y corrupción financiera.
“Nunca dejaré de ser sodálite. Dios me llamó a esta vocación y moriré sodálite”, asegura en la red social ‘X’ el que fuera director de ACIPrensa, la agencia de noticias del emporio mediático católico EWTN, sobre el dictamen vaticano que confirma “abuso en el ejercicio del apostolado del periodismo”. Así se recoge el comunicado que emitió la Conferencia Episcopal Peruana en el que se notificaba la misma sanción, por abusos que van desde el sadismo a una errada gestión económica, para el que fuera su superior general, a dos ex provinciales, tres ex formadores, dos ex miembros, un arzobispo y un comunicador.
Bermúdez se presenta como una víctima del sistema y sostiene que “se trata de buscar venganza”: “Mi caso es revelador”. En relación con el papa Francisco, por un lado, sostiene que seguirá “respetando” a quien ocupa la Cátedra de San Pedro, pero, por otro, deja hacer que el poder de “atar y desatar” puede ser “objeto de abuso”. “No tengo a nadie a quien recurrir ahora, excepto al sucesor del Papa Francisco. Y lo haré”, esgrime a renglón seguido. “Lamentablemente, creo que este caso revela el nivel de corrupción de este pontificado, que temo que vaya a empeorar”, asevera.
En una extensa exposición, cuestiona tanto las acusaciones vertidas contra él que llega a tachar de “patéticas”, “delirantes” y “conspirativas”, como la legitimidad de la investigación realizada por la Santa Sede. El comunicador critica que la ‘misión especial’ enviada por el Papa capitaneada por el arzobispo Charles Scicluna y Jordi Bertomeu, oficial de Doctrina de la Fe, a quienes imputa el hecho de haber “permitido que se abuse del venerable proceso de la ley eclesiástica”.
“La Misión Especial del Vaticano, lamentablemente, ha permitido que los burócratas del Vaticano utilicen sus legítimos procesos canónicos como armas para castigar a sus enemigos ideológicos”, enfatiza. “Sigo teniendo profundas dudas sobre el papel de Monseñor Bertomeu y sus posibles motivos en esta investigación”, comenta en otro momento, al que acusa de filtración de documento.
“Las acusaciones contra mí involucran supuestas acciones que ni siquiera están contempladas en el derecho canónico”, comenta en otro momento. Incluso llega a defender que, “si el mal periodismo fuera un delito canónico, entonces todos mis acusadores deberían ser procesados, y probablemente muchos otros”.
Además, argumenta que, al haber sido expulsado, “no estoy sujeto al secreto que me impusieron” y expone con detalles cómo vivió todo el proceso. Así, uno a uno, desvela además la identidad de los periodistas que han formado parte de la acusación y desgrana detalles de su vida profesional y personal, argumentando que las denuncias estarían motivadas porque “trabajan para publicaciones rivales o que tienen puntos de vista diferentes a los míos sobre cuestiones de la Iglesia”.
De la misma manera, Bermúdez dispara contra profesionales como Austen Ivereigh, Pedro Salinas, el periodista que ha abanderado la investigación mediática contra el Sodalicio, así como los comunicadores Elise Ann Allen, Dawn Eden Goldstein y Christopher White.
“Las acusaciones contra mí parecen aleatorias y agrupadas, y la gran mayoría, si es que hay alguna, no involucran cuestiones de derecho canónico”, insiste el que fuera uno de los máximos responsables de la línea editorial de EWTN. Eso sí, en algún momento de su relato llega a admitir que en algunas de sus intervenciones online ha sido “duro y confrontativo”. “Pero no creo haber sido poco caritativo, porque en esos casos estaba diciendo la verdad”, sostiene.
A la vez intenta defenderse de quienes le tachan de ser un “jefe del invierno”. “Siempre he aceptado las críticas de que tengo un temperamento volátil e impaciente y que a veces he actuado injustamente”, escribe, si bien asegura que la “gran mayoría” de sus empleados y compañeros dan testimonio de “mi integridad profesional”. Incluso asegura que ofreció en la investigación “casi cien páginas de correos electrónicos que demostraban que la mayoría de los episodios específicos detallados en las acusaciones eran falsos”.
“Me defendí”
En su exposición, también desvela que, dentro del proceso canónico, se designó un investigador independiente desde su comunidad: “Me defendí con un canonista y presenté cien páginas de documentos en mi defensa. Fui interrogado por el tribunal de la Arquidiócesis de Denver durante tres horas y media”. Justo después plantea que “el investigador emitió un decreto largo y bien fundamentado concluyendo que no había causa para mi expulsión”.
Con este informe, desde el Sodalicio “no encontraron motivos para expulsarme, aunque sí me impusieron algunas sanciones”. Entre ellas, se encontraba la petición de perdón “a algunas personas a las que había ofendido y que hiciera un retiro espiritual para reflexionar sobre mis faltas”.