El papa Francisco ha continuado hoy, durante la audiencia general, su ciclo de catequesis sobre el Espíritu Santo y la Iglesia centrándose en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
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El Pontífice ha remarcado que el Espíritu trabaja por la unidas de dos maneras: “Empuja a la Iglesia hacia el exterior, para que pueda acoger más y más personas y pueblos; y la reúne en su interior para consolidar la unidad alcanzada”. Es decir, “le enseña a extenderse en la universalidad y a recogerse en la unidad”, ha puntualizado, para luego completar: “El problema es cómo conseguir que la universalidad alcanzada no comprometa la unidad de la Iglesia”.
Sin “intervenciones milagrosas”
Según sus palabras, “el Espíritu Santo no siempre obra la unidad de repente, con intervenciones milagrosas y decisivas, como en Pentecostés. También lo hace con un trabajo discreto, respetuoso con el tiempo y las diferencias humanas, pasando por las personas y las instituciones, la oración y la confrontación. De una forma, diríamos hoy, sinodal”.
Para Jorge Mario Bergoglio, “la unidad de la Iglesia es la unidad entre las personas y no se consigue actuando de manera teórica, sino en la vida. Todos queremos la unidad, todos la deseamos desde lo más profundo de nuestro corazón; sin embargo, es tan difícil de conseguir que, incluso dentro del matrimonio y de la familia, la unidad y la concordia son de las cosas más difíciles de alcanzar y aún más difíciles de mantener”.
“La razón es que cada uno quiere, sí, unidad, pero en torno a su propio punto de vista, sin pensar que la otra persona que tiene enfrente piensa exactamente lo mismo sobre su punto de vista -ha añadido-. De este modo, la unidad no hace más que alejarse. La unidad de Pentecostés, según el Espíritu, se consigue cuando uno se esfuerza por poner a Dios, y no a uno mismo, en el centro. La unidad cristiana también se construye así: no esperando a que los demás se unan a nosotros donde estamos, sino avanzando juntos hacia Cristo”.
Francisco ha concluido su alocución pidiendo al Espíritu Santo que “nos ayude a ser instrumentos de unidad y de paz”.
Al término de la oración mariana, el Papa ha pedido a todos los fieles a rezar el Rosario todos los días,” abandonándose confiadamente en las manos de María. A ella, madre solidaria, confiamos el sufrimiento y el deseo de paz de las poblaciones que sufren la locura de la guerra”, ha insistido citando a “la martirizada Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar y Sudán”.