Carlos Castillo Mattasoglio: “Parapetarnos en el pasado esclerotiza a la Iglesia”

Cardenal arzobispo de Lima

Cuando el papa Francisco anunció que creaba cardenal a Carlos Castillo Matttasoglio, el arzobispo de Lima dormía. Eran las doce del mediodía en Roma. Y las cinco de la madrugada en Perú. “El cuarto estaba oscuro, el celular estaba enchufado y se prendía cada rato. Sentí un resplandor, abrí los ojos, seguí el rastro, descubrí que había 174 mensajes de WhatsApp”. Intentó conciliar el sueño sin dejarse tentar por lo que se vislumbraba en la pantalla del móvil. “El problema es que, una hora después, había 800 mensajes”, confiesa a ‘Vida Nueva’. A esto se sumó una primera llamada del responsable de la Hermandad del Señor de los Milagros, la imagen con más tirón popular de Perú. Pero fue un telefonazo del cardenal Pedro Barreto el que le sacó de toda duda y le hizo caer en la cuenta de que arrancaba la primera de muchas jornadas púrpuras.



PREGUNTA.- Va a ser creado cardenal en un momento eclesial de ataques al Papa. Revestirse de púrpura, ¿implica sacar todavía más la cara por Francisco?

RESPUESTA.- Evidentemente, ha sido una gran alegría y, a la vez, una gran responsabilidad, porque uno siente que tiene que dar un paso más de testimonio y de trabajo. Lo que he vivido con este nombramiento es simple y llanamente un don gratuito e inmerecido.

P.- ¿Son mayoría los que se oponen a este pontificado o tienen altavoces más sonoros?

R.- Sí, estamos en un momento complejo, en el que hay personas, diríamos, que polarizan las cosas. Lo importante es que Francisco está abriendo un camino, que es el camino más profundo que tiene la Iglesia: caminar juntos para servir a la sociedad, al mundo que Dios ha amado y al cual ha entregado a su Hijo. Es necesario caminar con ese mundo anunciando lo más importante: Dios ama a ese mundo, a pesar de sus pecados y sus males.

Las reformas que está haciendo van todas en la misma línea: anunciar el amor gratuito de Dios. Lo que pasa es que, quizás, después del Vaticano II, no hemos comprendido lo que implicaba ese camino. Esa es la razón de ser de ‘Lumen gentium’, una guía para la Iglesia en el mundo de hoy. La forma en que vivimos como Iglesia, en muchos casos, piensa más en el pasado que en el presente y en el futuro. Parapetarnos en el pasado no resuelve nada; más bien, esclerotiza a la Iglesia. El Papa propone la presencia de la Iglesia para ayudar a hermanar a un mundo dividido y en una situación extrema, también con un peligro gravísimo de destrucción.

A la vez, tenemos que reconocer que la Iglesia siempre cambió de formas. Todo empieza en los propios evangelios, que son cuatro versiones en las que sin duda hay una unidad: Jesús, que camina con su gente, con sus discípulos, les enseña en el camino a andar, adelantar, volver, escuchar, curar, ayudar, ver los rostros de cada persona y resolver cada problema que se va encontrando por el camino. No solo camina junto a ellos, sino que no arrolla, no arrasa lo que va adelante, más bien dialoga con ello y va cambiando la forma de actuar y de organizarse para el servicio.

Cardenal arzobispo de Lima

Eso también lo ha hecho la Iglesia durante veinte siglos. No tiene una forma antigua a la que hay que volver, sino un fundamento al que hay que ir siempre. La conversión no es ir al pasado, sino al fundamento. Y el fundamento es que Dios se encarna y ama este mundo. Y necesita, por lo tanto, vivir siempre amando este mundo, incluso las formas más variadas y difíciles; evidentemente,  si es necesario, alzando la voz proféticamente para denunciar lo que es malo, pero también anunciar lo que es bueno y positivo, haciendo el bien y afianzando el Reino de Dios.

Hoy muchas personas hacen mucho ruido, pero siento que en el mundo entero hay un clamor por la humanidad, y ese es el mensaje y el testimonio más personal del Papa. Su capacidad de entrega, su generosidad y su gran cercanía son muy bien aceptadas por la gente. Puede ser que algunas cosas no les parezcan bien a algunas personas, pero el testimonio está llenando el yo profundo de los corazones vacíos, que sienten que este mundo está hecho solo para usar a las personas y no para amarlas y ser amadas y para poder vivir del amor. Su mensaje se ha escuchado porque es el mensaje de Jesús. En este sentido, hay personas que tienen altavoces más sonoros que pueden ser escuchados por algunos superficialmente, pero en el fondo todos necesitamos reconstruir la humanidad, volver a ser sujetos libres que aman, que comprenden, que piensan, que responden espasmódicamente a los desafíos. Y a los desafíos se responde con profundidad y con sabiduría.

Razón de una elección

P.- Hay quien dice que parte de su nueva birreta tiene que ver con su determinación en la lucha contra los abusos y la corrupción en el seno de la Iglesia peruana. Incluso citan al Sodalicio. ¿En qué medida cree que ha podido influir?

R.- Yo no puedo decir la razón por la cual el Santo Padre toma decisiones como nombrar cardenales. Eso está en lo más profundo de su ser, y hacer quinielas sobre cuál ha sido la razón de mi elección o la de cualquiera de los demás excede nuestra capacidad de respuesta. No podemos responder algo que está en el corazón profundo de la oración del Papa.

P.- Estamos en plena celebración de la segunda vuelta del Sínodo de la Sinodalidad. ¿Cree que se está vaciando de sentido el término ‘sinodalidad’ de tanto usarlo?

R.- El deseo de centrarse en un solo tema es muy importante para poder concentrar la solución de un problema fundamental: cómo se construye y cómo se constituye una Iglesia sinodal. No hay ningún vaciamiento del término ‘sinodalidad’. Es verdad que ahora se usa mucho, pero no se vacía en la medida en que lo llenemos con proyectos concretos, con formas concretas y criterios concretos de materializarla; no solo a nivel universal, sino en lo local.

En el fondo, es continuar la dimensión comunitaria que se subrayó en el Concilio Vaticano II en medio de la diversidad de dificultades y problemas que encontramos, una Iglesia unida en la historia. Hay que determinar, por ejemplo, cuáles son las periferias de cada parroquia y arquidiócesis, y cómo nos citamos ante esas periferias que nos interpelan para responder a sus exigencias de fe, que están implícitas y exigidas en el corazón de sus problemas. Eso es lo que la Iglesia ha hecho toda la vida, solo que ahora lo ponemos de manera explícita. Es una dimensión fundamental caminar juntos respondiendo en zigzag a las situaciones, no arrollando ni imponiendo, sino dialogando con el mundo, con las circunstancias difíciles de la gente, con las diversas situaciones. Así pues, hay un enriquecimiento del término ‘sinodalidad’, no un vaciamiento.

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