Entrevistas

Caterina Ciriello: “Permanecer en silencio es una hermosa virtud hoy perdida”





Empujados por la necesidad de “escapar de la sensación de vacío existencial” que a menudo nos envuelve, buscamos “oasis de paz y soledad” para reencontrarnos con nosotros mismos e “ir más allá”. Esta urgencia explica el creciente atractivo del llamado “turismo espiritual”, con sus destinos de retiro para “desconectar”, reflexionar, orar… Un fenómeno que Caterina Ciriello Dalla Libera analiza en su libro ‘La llamada del silencio’ (Ed. Almuzara) y que –a juicio de esta religiosa de las Hijas de Jesús (FI) y profesora de Teología Espiritual e Historia de la Espiritualidad en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma– constituye “un nuevo signo de los tiempos”. Y es que, “cada vez más, ir de vacaciones no nos relaja”, advierte la autora de estas sencillas pero luminosas páginas.



PREGUNTA.- Turismo espiritual. Alguien podría pensar que es un contrasentido… ¿O es un nuevo signo de los tiempos?

RESPUESTA.- Si miramos las cosas desde un punto de vista puramente humano y “mundano”, el turismo espiritual sí aparece como un sinsentido, la negación de eso en lo que seguramente se ha convertido hoy la humanidad: individualista, superficial, egocéntrica, incapaz de fraternizar, belicista… Llevamos ritmos de vida absolutamente paradójicos: vivimos para trabajar, y no al revés –como debería ser–; a veces, la vida familiar no es fácil porque está llena de conflictos…

Pero, en un momento dado, si hasta las máquinas más sofisticadas se vuelven locas, ¡no digamos las personas! Aumenta el estrés y crecen las enfermedades físicas y psicológicas, incluso entre los adolescentes. Cada vez más, ir de vacaciones no nos relaja.

Ciertamente, el turismo espiritual es un nuevo signo de los tiempos de esta “era ultramoderna”, porque –de forma positiva– marca el paso hacia una mayor conciencia de uno mismo y la necesidad de ir más allá, de escapar de la sensación de vacío que muy a menudo envuelve nuestra existencia, de encontrar la serenidad volviendo a nosotros mismos y redescubriendo también el aspecto de lo sobrenatural, que hoy ya no se considera una parte fundamental de la vida humana.

Escucharse para conocerse

P.- Parece evidente que, en nuestras sociedades ruidosas y sobreinformadas, el silencio es una necesidad. ¿También una provocación?

R.- Como escribo en mi libro, el silencio ya era absolutamente importante en la Antigüedad, era el lugar del conocimiento, de la escucha de uno mismo y de los demás; el Maestro Eckhart, teólogo, filósofo y místico dominico alemán de la Edad Media, predicaba el silencio interior como camino para conocerse a uno mismo.

Hoy, ante una sociedad dominada por la “cultura del ruido”, de jóvenes que se anestesian con música a todo volumen, y en la que la mayoría de la gente habla muy a menudo en vano y solo para hacerse notar, las personas capaces de callar, de permanecer en silencio con esa delicadeza que ahora parece perdida, se convierten ciertamente en una provocación, casi en una “molestia” que hay que eliminar.

Se perciben como “diferentes”, casi “extrañas”, porque no se comportan como todo el mundo, trayendo a la memoria esa hermosa virtud hoy perdida: la capacidad de permanecer en silencio. Pero, en cualquier caso, es una provocación constructiva, porque de alguna manera empuja a la gente a hacerse preguntas.

Vida sencilla

P.- ¿Cuál es el valor más apreciado de estos destinos, aparte del silencio, para quien busca desconectar de la rutina?

R.- Desde luego, la posibilidad de vivir de forma sencilla, con lo esencial: una cama, una mesita, una silla, a menudo una palangana para lavarse… La dieta también es muy sencilla, casi frugal en algunos lugares, lo que permite desintoxicar el organismo y, al mismo tiempo, evita darle tanta importancia. Luego, está el contacto con la naturaleza, la oportunidad de pasear por los bosques o claustros cercanos, incluso de ver de cerca la fauna local con la que soñamos en la ciudad…

P.- ¿Y qué papel desempeña la oración en estos itinerarios de búsqueda?

R.- La mayoría de las personas buscan lugares solitarios y silenciosos porque, básicamente, quieren “desconectar”, respirar, alejarse de todo y de todos. Pero también es cierto que entrar en una nueva dinámica, de silencio y soledad, puede despertar ese profundo deseo de Dios que hay en cada uno de nosotros y al que evitamos prestar atención por tantas razones… Pueden nacer las ganas de rezar, y luego, sin darnos cuenta, se vuelve una necesidad, hasta convertirse en una práctica diaria. (…)

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