América

Un misionero amazónico es aquel que sabe que “Dios está presente en todas las culturas y te invita a que lo descubras”

  • En Iquitos, Perú, el agustino Luis Fernández ha aprendido a ser “menos dogmático y más crítico y reflexivo”
  • “En medio de la inmensidad de su creación, como es la selva, sientes a Dios en cada respiro que das”





Tras pasar su infancia en el pueblo zamorano Sitrama de Tera, Luis Fernández García vive desde hace casi una década en la comunidad nativa de Santa Rita de Castilla, en el Vicariato de Iquitos, en plena Amazonía peruana. Un cambio vital extraordinario para el común de los mortales, pero no para un misionero.



Algo que para él empezó a tomar forma cuando, “a los 11 años, fui al seminario menor de los padres agustinos en Valencia de Don Juan (León). Ahí comenzó mi inquietud espiritual y fue donde Dios me preparó, por medio de los hermanos, para vivir también yo los votos de pobreza, obediencia y castidad”. Una vocación que, muy pronto, fue “misionera”, pues “muchos de los padres que nos cuidaban y educaban eran misioneros. Sin olvidar a los otros muchos agustinos que, cuando venían a España, se pasaban por el seminario para transmitirnos su experiencia fuera”.

En un colegio de Zaragoza

Marcado por la fuerza de ese “testimonio” (“ver cómo vivían los frailes me impacto mucho, sobre todo el trato que se tenían entre ellos”), hizo los votos solemnes y luego se ordenó sacerdote. Su primer destino fue la localidad madrileña de Móstoles, “para hacer un curso intensivo de formación misionera”. En teoría, al cabo de un año partiría ya para la misión, pero transcurrieron nueve cursos, que pasó en un colegio y una parroquia en Zaragoza.

Hasta que llegó para él un momento clave: “El capítulo general que los agustinos celebramos cada cuatro años”. Sintiendo a pleno pulmón que “era la hora de que la semilla que me inculcaron en el seminario menor floreciera”, lo dialogó con el entonces provincial y una ventana vital se abrió de par en par: Iquitos, Perú.

Luis Fernández, misionero en Iquitos, en la Amazonía peruana

Dejar moldearse

Marcado por una ilusión sin límites, Fernández ha tratado de encarnarse en su gente: “Una palabra lo define todo: moldearse. Hay que dejarse moldear por la realidad que ves. Esto conlleva un proceso interior. Romper con ideas que tenías establecidas y tener una mente muy abierta, lo que invita a descubrir la actuación de Dios en la vida cotidiana”.

Algo que el agustino ilustra con un ejemplo: “Un animador cristiano, de los que convocan y presiden a sus comunidades y están en estrecha relación con la parroquia, me decía: ‘La vida cristiana en la selva no se entiende sin los espíritus’. Y lo acepto, pues realmente los lugareños lo viven así: cuando se adentran al monte y van a hacer sus labores, piden permiso a los espíritus. Lo mismo sucede con cada planta, árbol, cocha (laguna donde hay peces para la subsistencia diaria) cuando se benefician de ellas”.

Una cosmovisión propia

Así, cuando “profundizas”, te encuentras con una cosmovisión marcada por “una armonía con la creación”. En consecuencia, “entender esta forma de vida es fundamental para insertarse en la realidad y dar razón de ella desde el Evangelio”.

Como pastor, “he aprendido a ser menos dogmático y más crítico y reflexivo. He descubierto que nadie es dueño de la verdad. Y también que Dios está presente en todas las culturas y te invita a que lo descubras. En este descubrir, encuentras a un Dios creador que establece la armonía, humilde, fiel y que te invita a estar con los más desfavorecidos cuando la naturaleza pierde su armonía. En medio de la inmensidad de su creación, como es la selva, lo sientes en cada respiro que das”.

Luis Fernández, misionero en Iquitos, en la Amazonía peruana

La realidad de la brujería

En ese caminar, hay que afrontar todo tipo de realidad, como “la brujería, que está muy arraigada en la selva. Hay médicos (brujos) buenos y malos. Cuando alguien tiene algún trauma o le sucede algo, va al médico para que le sople y le restaure. Pero también ese mal muchas veces es visto por alguien que le está haciendo daño (médico malo). Ante esta situación, en la parroquia hemos tenido que mediar, acompañando desde a jóvenes que se sientes poseídos hasta a un morador al que quieren echar de su comunidad”.

A veces, las circunstancias son muy complejas: “Ante la gente que se ahoga en el río y no aparece su cuerpo, se tiene la concepción de que va a vivir a comunidades que habitan debajo de las aguas… Lo mismo ocurre cuando van a trabajar a la ‘cocha’; en la laguna está la madre. La equiparan a la boa negra, pues ella es responsable de la armonía y, en definitiva, de que haya peces para el sustento. Si en la ‘cocha’ no hay peces o se seca, creen que es porque esta se ha enfadado o ha huido a otro lugar”.

en las buenas y en las malas

Ante estas realidades, que “nos moldean y nos hacen reflexionar para dar respuesta desde el Evangelio”, Fernández insiste en que no se trata de cambiar a la gente, sino simplemente de vivir con ella. Lo que solo se puede hacer con una actitud de base: “Con alegría y agradecimiento. Los agustinos llevamos mucho tiempo en la selva. El reír y llorar con ellos nos ha llevado a estar en las buenas y en las malas. Eso lo valoran mucho y descubren en la Iglesia a un firme aliado en la defensa de sus derechos y, por tanto, a un Dios muy cercano. Es llamativo que, cuando en las comunidades sucede algún conflicto o situación difícil, a la primera institución que recurren es la parroquia”.

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