Entrevistas

Txarly Azcona, el misionero que cogió el testigo del obispo mártir Labaka en la Amazonía ecuatoriana





El 20 de octubre se celebra el Domund, que este año tiene como lema ‘Id e invitad a todos al banquete’. Como bien saben en Obras Misionales Pontificias (OMP), a ello se consagran los 10.000 misioneros españoles repartidos por todo el mundo. Especialmente los que han conseguido desprenderse de su bagaje cultural para hacerse uno con pueblos con una cosmovisión muy distinta. Plenamente inculturados, hasta buscan que la eucaristía se celebre desde el alma autóctona y que, efectivamente, nadie se quede fuera del banquete.



El navarro Txarly Azcona, capuchino en Ecuador, forjó su espiritualidad “en una familia en la que soy el octavo de diez hijos. Desde muy niño, participaba en la misa como acólito y me movía en un ambiente muy cristiano y de mucha oración, rezando siempre el rosario en familia”. De un modo natural, “ingresé en el seminario capuchino de Alsasua, donde creció mi vocación”.

Espiritualidad sencilla y fraterna

Por esa época, en una España en transformación (“acababa de morir Franco”), en su comunidad le animaron estudiar una carrera “para saber si quería retomarlo luego o no… Con los años, volví y completé el postulantado y el noviciado. Tuve un momento de crisis, pero me encontré con el Cristo del Evangelio, que me desbarató y me llenó a partes iguales. Guiado por la espiritualidad sencilla y fraterna de san Francisco de Asís, comenzó definitivamente mi aventura capuchina con unos formadores que me alentaron a conocer bien la reforma del Concilio y la de nuestra orden”.

Su primer destino fue “una comunidad de inserción en Otxarkoaga, un barrio marginal de Bilbao. Fueron años de contacto con la exclusión, con el dolor de la gente de la droga y enfermos mentales. Fue una gracia de Dios y un tiempo que me llenó”. Paralelamente, “teníamos mucho contacto con el obispo capuchino Alejandro Labaka, que acompañaba a los huaorani, en la Amazonía ecuatoriana. Nos entusiasmaba su testimonio y en 1981 pude conocerle en un capítulo de la congregación. Me tocó por dentro y ahí brotó mi espíritu misionero”.

Un cambio radical

Tres años después, él mismo llegó a Ecuador: “Fue duro, pues había muerto mi padre y tenía que dejar atrás a mi madre, así como a mis hermanos, mis amigos y mi tierra, pero también era hermoso, pues nacía un camino nuevo con los pueblos indígenas de la sierra. Fue un cambio radical… Era una pobreza con niños que morían”.

También ahí Azcona pidió vivir en “una fraternidad de inserción, como uno más. Por la mañana trabajaba y, por la tarde, nos dedicábamos a la oración y a la misión. Así es como puedo transmitir al pueblo ecuatoriano mi modo de hacerme presente desde ese espíritu franciscano de cercanía, experimentando lo mismo que ellos y luchando por sus derechos. Esa ha sido otra gracia”.

Asesinados con 17 lanzas

En los últimos años, ha sido destinado al Vicariato Apostólico de Aguarico. Un lugar muy especial, pues allí, el 21 de julio de 1987, su querido Labaka fue martirizado junto a la misionera colombiana Inés Arango. Todo sucedió cuando se dirigieron al pueblo indígena tagaeri, que vivía alejado de todo contacto humano, para advertirles contra los intereses de las multinacionales petroleras, que deseaban hacerse con su territorio. Pero, sin poder explicarse, fueron asesinados en un ritual en el que les clavaron 17 lanzas.

Azcona, como hiciera el obispo mártir, mantiene “la misión con los huaorani, cuyo primer contacto se dio hace apenas 40 años, y otra en clave de defensa de la vida y de la Amazonía, reivindicando los derechos de los hombres y de sus territorios”. Lo que pasa por volcarse “en la reforestación y en la denuncia de los mecheros [estructuras que queman el gas de la industria petrolera y que son muy contaminantes], ahondando en la conciencia y siendo parte activa de las luchas de las comunidades”.

Txarly Azcona, misionero capuchino en la Amazonía ecuatoriana

Desnudos de la propia cultura

Para ello, “los misioneros nos desnudamos de la propia cultura y descubrimos el Cristo inédito que está en estos pueblos”. Y sienten “sufrimiento e incomprensión, pues la industria petrolera y maderera ha malacostumbrado a la gente dándoles algunas cosas. Así, hay quien te reprocha que ‘debes irte si no nos das nada’. Lo que afronto con humildad al venir de otra realidad”.

Pese a llevar 40 años aquí, el capuchino asegura que “todavía soy aprendiz de misionero y sé que depende en buena parte del Espíritu Santo que pueda saber acercarme a ellos con respeto y amor, conociendo cada día más sus valores. Aunque haya cosas que no entienda, Dios el que hace su obra y este es aún un largo camino de conversión personal”.

La pastoral de la presencia

En “aprendizaje constante”, admite que, “cuando uno viene aquí, cree que hará y transformará muchas cosas… Tras ese ‘fracaso’, se llega a la siguiente etapa: ser consciente de que no se te pide ‘hacer’, sino ‘estar’”. Otro aspecto difícil es “aprender el idioma” y su propia “mitología cultural en lo relativo a su relación con Dios”. Gracias a esto, entre otras cosas, descubre “el gran sentido de fiesta y alegría con el que los indígenas amazónicos viven la trascendencia”. Algo que él trata de experimentar “en la clave del gozo por la resurrección de Cristo”.

Lo que ilustra con esta bonita anécdota: “En un viaje en canoa con dos mujeres pikenani, ellas iban cantando letanías en las que relataban la historia de su pueblo. Cuando veían a un pájaro o a una tortuga se alegraban… Todo el camino era una continua alabanza en la que afloraban las historias de sus antepasados y la fascinación por la naturaleza. Ahí sentí el alma de un pueblo contemplativo y alegre, que tiene su historia muy presente y que da gracias al Dios de la vida por todo lo recibido. Para ellos, todo lo relacionado con la madre tierra, desde las plantas y los ríos a los animales, es creación y, como tal, la viven con un entusiasmo único”.

Contra la contaminación del agua

De ahí su sufrimiento “ante la situación crítica que vivimos tras 50 años de explotación petrolera. Por la ambición y la corrupción de algunos, se quema un gas que no se aprovecha para el consumo o para la difusión de la electricidad, sino que se importa. Luego, la población local se topa con que el agua de los ríos y la subterránea está contaminada y hay muchos casos de cáncer. Solo nos queda el agua de la lluvia, pero, con los mecheros de la muerte, también se contamina”.

Solo tienen la vía judicial, aunque esta también les falla: “Ganamos el caso y se tenían que retirar todos los mecheros de la región en 18 meses. Pero han pasado 37 y ahí siguen. Aunque seguimos en lucha para defender la vida y la Amazonía”. Y eso que deben hacer frente también a “grupos armados que, al servicio de la industria minera, obligan a las comunidades a aceptar el saqueo del oro, lo que causa otro desastre ecológico y humano”.

De ahí que no dude al denunciar que “estamos ante un genocidio. Ante el exterminio, la contaminación y la miseria, tenemos que ser constructores de paz desde la justicia, ya que así también se construye el Reino de Dios”.

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