Cono Sur

Ricardo Morales: “El obispo camina con el Pueblo de Dios como discípulo del Señor”

El obispo de Copiapó, en Chile, comparte con Vida Nueva su enriquecedora experiencia en el Sínodo de la sinodalidad





Ricardo Morales Galindo está participando en el Sínodo, en Roma, como parte de los representantes del episcopado chileno. Era superior provincial de la Orden de la Merced cuando el papa Francisco lo nombró Administrador Apostólico del Arzobispado de Puerto Montt, durante la crisis de abusos en Chile, en 2018. Dos años después fue consagrado obispo para la diócesis de Copiapó, a 800 kilómetros al norte de Santiago, en el comienzo del desierto de Atacama.



Es abogado, bachiller en Teología, profesor de Filosofía y licenciado en Educación por la Pontificia Universidad Católica de Chile. También es Magíster en Derecho de infancia, adolescencia y familia, por la Universidad Diego Portales.

A sus 52 años confiesa que esta experiencia sinodal “ha sido muy edificante y enriquecedora en lo espiritual y humano; conocer la realidad de nuestra Iglesia en todo el mundo ensancha el corazón y permite descubrir cómo el Señor continúa moviendo los corazones con la fuerza del Espíritu Santo”.

La riqueza del Vaticano II

Entrevistado por Vida Nueva agrega que esta experiencia “también me ha permitido reconocer que el camino de reflexión que ha suscitado el Sínodo, convocado por el papa Francisco, ha significado para nuestra Iglesia redescubrir la riqueza del Concilio Vaticano II. Toda la reflexión teológica y pastoral del Concilio, se está poniendo de relieve con este Sínodo, y está implicando una invitación a recorrer los caminos que se abrieron post Concilio”.

PPREGUNTA.- ¿Qué aspectos destaca de los temas debatidos hasta ahora?

RESPUESTA.- Destacaría entre varios, dos que me parecen interesantes.

El primero dice relación con la figura del obispo en una Iglesia sinodal. El obispo es parte del Pueblo de Dios, y con el Pueblo camina como discípulo del Señor. En este sentido, las consecuencias teológicas, canónicas y espirituales son muy interesantes a mi modo de ver.

P.- ¿Y el segundo?

R.- Reconocer el camino que hemos hecho como Iglesia en Latinoamérica y del Caribe con la existencia del Celam. La creación del Celam, hace casi 70 años, nos ha permitido caminar muy sinodalmente, es decir, desde las diferencias de cada país, construir comunión desde una praxis encarnada, que parte desde el grito de los pobres y marginados del Continente, y desde allí se configura en su quehacer pastoral. Los documentos del episcopado Latinoamericano y Caribeño considero que son hoy para la Iglesia universal, un precioso don, pues han surgido desde la escucha, el diálogo y una praxis muy encarnada en la realidad social, cultural y económica.

La Iglesia es sinodal

P.- ¿Considera que la Sinodalidad está impregnando la Iglesia?

R.- De todas maneras. La sinodalidad ha dejado de ser, como algunos han manifestado desde la convocatoria del Sínodo, una moda. La Iglesia, lo ha repetido el Papa Francisco, es “constitutivamente” sinodal y el tercer milenio de nuestra Iglesia es sinodal, pues si hay algo que nos ha permitido reconocer este Sínodo, reconocido por todos, entusiastas y no tanto, es que lo que define en la Iglesia es el bautismo, que nos coloca a todos en un plano de igual dignidad y desde esa común dignidad, el más importante es el que sirve y el que vive la misericordia y el amor de Dios. El papa Francisco agregó el primer día que nos habló, una palabra al lema de esta segunda sesión: “misericordiosa”, es decir: Cómo ser una Iglesia sinodal misionera y misericordiosa.

P.- ¿Qué recomendaciones puede adelantar para la pastoral?

R.- Es muy temprano para adelantar algo. Por lo demás, lo conversado en el Aula sinodal se comunica solo por los canales oficiales. Sin embargo, considero que sin duda un fruto de este Sínodo será renovarnos en el ardor misionero. Si somos llamados a ser discípulos y discípulas del Señor, la misión nos debe movilizar a ser una Iglesia de puertas abiertas, que sale al encuentro del mundo y quiere tener siempre los brazos abiertos para recibir a todos, sin ser una Iglesia “aduana” como tan gráficamente siempre señala el Papa Francisco.

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