A sus 66 años, es todo un referente en la Iglesia africana. Además de pastorear desde hace una década la archidiócesis principal de Guinea Ecuatorial, Malabo, ha liderado al Episcopado de su país y ha sido presidente de la ACERAC, el organismo que aglutina a los obispos de África Central. Ahora, Juan Nsue Edjang Mayé se ha convertido también en el primer pastor del continente negro en abrir una escuela vinculada a la Academia de Líderes Católicos. Y lo hace convencido de la necesidad de formar a los cristianos de hoy para que “sean protagonistas a la hora de hacer realidad un Estado del bienestar, desde el compromiso social y el desarrollo humano integral”.
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PREGUNTA.- Cuando el joven Juan Nsue decidió entrar en el seminario, ¿se imaginó que acabaría con mitra y báculo?
RESPUESTA.- Nunca, por supuesto. Soy una vocación tardía. Nunca he tenido aspiraciones de llegar a ningún cargo ni he hecho carrera alguna para tener un puesto. Solo he querido ser un cura normal, un simple sacerdote que reza, celebra la misa, está con los jóvenes… Siempre me ha gustado cantar y ha sido uno de los medios que he utilizado para acercarme a la gente. Soy uno de esos renglones torcidos con los que Dios escribe la historia. Nunca he sido el número uno en nada; más bien, todo lo contrario.
En el seminario había chicos excelentes, de sobresaliente, pero el Señor se empeñó en poner su mirada en mí. Desde mis limitaciones, he intentado entregarme a los demás, llevarles el Evangelio, tratar de que los demás se encontraran con Jesús y que, a la vez, tuvieran oportunidades para salir adelante. Como sacerdote, me empeñé, por ejemplo, en construir casas dignas para las viudas, para las mujeres que se quedaban sin nada cuando moría su marido. Cuando me comunicaron que había sido nombrado obispo, me quedé perplejo, porque yo no estaba, ni por asomo, a la vista de nadie para que se fijaran en mí, porque era párroco en medio de la montaña, en un pueblo perdido, y no bajaba a la ciudad a postularme.
Semilla de misericordia
P.- Antes de ser cura, en medio de la dictadura soportó cuatro años de trabajos forzosos de sol a sol en los campos de cacao. De un viacrucis como este uno puede salir con heridas y cargado de odio…
R.- Trabajar el cacao es duro: hay que chapear, cortar árboles, cargar, ir al secadero… Pero, a pesar de todo, yo era feliz. Quizá porque lo asumí con esa mirada de un joven que sabe sobreponerse ante las pruebas de la vida. De hecho, cuando llegué a la finca, fundé una orquesta. Me llamaban ‘El Musiquero’. Esa fue mi terapia personal y mi manera de ayudar a los que estaban en mi misma situación para poder sacarles una sonrisa. Les contaba cuentos e historietas para que pudieran evadirse y lanzaba un mensaje de esperanza frente a la tentación de caer en el odio, el enfrentamiento y la nostalgia.
Imagínate hasta dónde llegaba el régimen que ni siquiera se podía ir a misa. Trabajábamos bajo la vigilancia de cinco militares. Un día se me quedó una línea de chapeo pendiente, sin hacer. No me di cuenta y me fui al pueblo. Cuando los militares lo revisaron, sabían que me tenían que imponer un castigo. Lo habitual eran cincuenta palos, pero luego me enteré de que me los perdonaron. Me enteré de que, entre ellos, comentaron que no se sentían capaces de pegar al ‘Musiquero’, porque era el que animaba a todos. Fue una semilla de misericordia.
P.- Francisco lleva once años de un pontificado reformador y no pocas resistencias…
R.- Cuando veo las dificultades a las que me enfrento en la diócesis en el día a día y levanto la mirada para contemplar al papa Francisco, descubro que se multiplican por mil los problemas que él debe abordar para guiar a la Iglesia universal. Eso me permite comprender y valorar que el Espíritu lo ha puesto ahí porque el Señor ha querido que sea él quien nos pastoree a todos este momento complicado que vivimos. Es fácil juzgar al otro sin más. Yo simplemente intento hacerle caso, cuando nos pide que recemos por él. Rezo para que Dios actúe en él y pueda cumplir la misión que le ha encomendado. En este camino de reformas que ha iniciado, puede haber aciertos y desaciertos, pero me siento incapaz ni tan siquiera de juzgarlo. Nosotros estamos para obedecer y apoyarle.
La unidad hace la fuerza y tenemos que estar unidos al papa Francisco, al sucesor de Pedro. Porque ir contra el Papa es ir contra quien le ha puesto, que no son los cardenales, es el Señor, el mismo que puso a Juan Pablo II y a Benedicto XVI. A Francisco le ha tocado un momento histórico complejo, con muchos retos difíciles de discernir y con diversas turbulencias dentro de la Iglesia. Y en medio de todo esto, él nos infunde alegría, esperanza, entusiasmo, dinamismo y confianza de Dios. No mira con desánimo los problemas actuales, los aborda como oportunidades. Estamos con él. Francisco es profeta. Nosotros, que somos contemporáneos a él, creo que no le llegamos a entender ni a comprender del todo. Yo le pido al Espíritu Santo que nos ilumine para captar el mensaje y ponerlo en práctica.