El nuevo cardenal Carlos Castillo es partidario de disolver el Sodalicio, el movimiento fundado por Luis Fernando Figari y en el punto de mira de la Santa Sede a través de una investigación integral que ha desvelado una corrupción generalizada, así como abusos sexuales, de poder y conciencia, tal y como han puesto de manifiesto las recientes expulsiones de miembros significativos de la entidad. “Como experimento fallido, debería ser suprimido por la Iglesia”, sentencia el purpurado en un artículo publicado por ‘El País’ sobre el que define como “grupo religioso hermético y elitista”.
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La reflexión expuesta por Castillo resulta especialmente relevante en tanto que se trata del arzobispo de Lima, la ciudad donde se originó y epicentro de su actividad. A esto se une, el conocimiento directo adquirido por el purpurado, tanto en su juventud como en su experiencia como prelado y a través de la Misión Especial promovida por el papa Francisco.
Iglesia usada arteramente
“El Sodalicio y los otros grupos fundados por Figari no son salvables porque nacen mal y sus frutos a lo largo de los últimos cincuenta años así lo demuestran”, relata. “Al servicio de la guerra fría latinoamericana -continúa Castillo-, ha sido una máquina destructora de personas, inventado una fe que encubre sus delitos y su ambición de dominio político y económico. No hay nada espontaneo en sus miembros. No hay libertad y sin ella no hay fe”.
“Mi hipótesis es que el Sodalicio obedece a un proyecto político”, escribe el arzobispo peruano en el texto. Y va más allá: “Es la resurrección del fascismo en América Latina, usando arteramente la Iglesia, mediante métodos sectarios, experimentando cuan fuerte eres o forzándote a dormir boca abajo en unas escaleras para forjar el carácter”.
Incluso llega a asegurar que se trata de “puro ascetismo pelagiano”. “Todo ello deriva hacia un control mental de personas que terminan convertidas en ejércitos de robots que conquistan y dominan”, denuncia. “El Sodalicio ha destruido a las personas, sometiéndolas a sus intereses de conquista. Esto no tiene nada de cristiano”, remarca el cardenal en su artículo.
Proyecto político
Desde una mirada teológica, Castillo fundamenta su propuesta para cerrar definitivamente el Sodalicio en el hecho de que detrás de esta plataforma “no hay carisma”. “Solo hay carisma cuando la persona recibe un don del espíritu para toda la Iglesia y sus obras son buenas. El fundador y el grupo pueden cometer errores y pecados, pero el balance es altamente positivo por las obras buenas generadas”, explica. Sin embargo, asevera que “Figari, en cambio, verificado como abusador, y con él gran parte del núcleo fundacional y otros, inventó un presunto carisma para proteger un proyecto político y sectario”.
Así, determina que “el uso de la religión para fines ajenos a la extensión de la buena noticia de Jesús es lo más destructivo para la Iglesia Católica”. “Este experimento lo compraron gente bienintencionada que creían que era un proyecto bueno para luchar por Perú. Pero no es este el camino. No el de la manipulación sectaria”, lamenta en otro momento, sabedor de que la “apariencia de perfección eclesial, alabada y celebrada por una parte de la jerarquía”, esconde “una realidad turbia e inquietante”.
Figari trasvestido
En el texto, Castillo desvela cómo conoció de primera mano la puesta en marcha del Sodalicio y a sus fundadores. Es más recuerda cómo Luis Fernando Figari y Sergio Tapia “nos ofrecieron ser militantes de su ‘Unión Revolucionaria’, de tendencia fascista”. “Les atraía la parafernalia de la Falange Española”, rememora. En el relato, el nuevo purpurado explica que Figari “se travistió de religión” y “se apropiaría” del Sodalicio, mientras que Tapia, “más ideológico”, optó por la política.
Además desvela que fue en 2019, recién nombrado arzobispo de Lima, cuando recibió la primera denuncia vinculada a este movimiento y comenzó a investigar “qué es realmente el Sodalicio y movimientos eclesiales parecidos”. “No es solo política, como en sus inicios; ahora es religión instrumentalizada para un plan político”, comenta el purpurado, que va más allá en su reflexión: “Figari coincide con Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, un depravado en lo personal y con un proyecto político económico escondido tras una fachada religiosa”.
En paralelo al Sodalicio, Castillo defiende en su artículo a figuras como Helder Camar, Hans Kung y, especialmente a Gustavo Gutiérrez. Para el nuevo cardenal, el teólogo de la liberación “considerado izquierdista”, en realidad “se trataba solamente de un hombre abierto al Evangelio y a los signos de los tiempos, que actualizaba la fe para nuestro continente pobre y profundamente creyente”. Es más, incluso apunta como “probable” que el Sodalicio pusiera obstáculos en el proceso abierto contra Gutiérrez desde Doctrina de la Fe.