El cardenal secretario general del Sínodo, Mario Grech, ha celebrado esta mañana la misa que abre la última semana de los trabajos de esta XVI Asamblea. Durante su homilía, el purpurado ha pedido “no vivir de las rentas”.
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“Hemos llegado al tramo final del camino de nuestra Asamblea sinodal, que recoge los frutos de un largo recorrido iniciado en octubre de 2021. En estos tres años y en las dos sesiones podemos decir que hemos descubierto ‘frutos abundantes'”, ha comenzado afirmando.
Según sus palabras, “nos hemos alegrado de los signos de vitalidad en cada fase del camino sinodal, comenzando por la escucha, que caracterizó de manera especial la primera fase y que involucró a todas nuestras comunidades. Nuestro camino ha sido rico en frutos: nos ha ayudado a ver los dones que hoy florecen en el pueblo de Dios, sin esconder nuestras fragilidades y heridas”.
“¿Qué hacer ahora?”
Para el purpurado, “ante los abundantes frutos del camino sinodal, podríamos plantearnos: ¿qué hacer ahora?”. “Podríamos correr el riesgo de acumular lo que hemos recogido, los dones de Dios que hemos descubierto, sin reinvertirlos, sin vivirlos como dones recibidos que ahora debemos redonar a la Iglesia y al mundo, de sentirnos como si hubiésemos llegado al final”, ha respondido.
En el mismo sentido, ha continuado: “Podríamos contentarnos sin buscar nuevos caminos para que nuestra cosecha se multiplique aún más; podríamos correr el riesgo de quedarnos encerrados en nuestros límites conocidos sin continuar ampliando el espacio de nuestra tienda. Podríamos correr el riesgo de vivir de rentas”.
“¿Cómo evitar el error para no intentar vivir de rentas?”, se ha preguntado. Para lograrlo, ha explicado, hay algo que evitar y un camino que seguir.
En primer lugar, “al cerrar los trabajos de nuestra Asamblea y al mirar hacia el camino que tenemos por delante, debemos evitar la avaricia, el deseo de guardar todo para nosotros, de poseer, de acumular, de definir, de cerrar. Debemos vencer la tentación de creer que los frutos que hemos recogido son obra nuestra y nuestra propiedad: debemos recibirlo todo como un don de Dios”.
En segundo lugar, “el camino a seguir es el del Espíritu de Dios. Solo el Espíritu Santo nos permite permanecer abiertos a la novedad de Dios. Nosotros —individualmente y en comunidad, como en un continuo Pentecostés—debemos ‘dialogar’ con el Espíritu Santo, dejarnos iluminar por él, esperando ese ‘desbordamiento’ que es señal de su intervención”.
Y ha agregado: “Si solo nos escuchamos a nosotros mismos, si nos cerramos sobre nosotros mismos, viviremos de rentas, sin esperanza. Poco a poco, lo que hemos recogido comenzará a desaparecer sin ser reemplazado por las novedades que el Señor seguirá enviándonos. Si, en cambio, escuchamos la voz del Espíritu, seremos capaces de identificar nuevos caminos”.