Miguel Ángel Cadenas, obispo de Iquitos: pasión agustina y alma ya amazónica

El misionero español, que llegó a Perú hace 30 años, acompaña a los pueblos indígenas guiado en buena parte por los animadores cristianos

Miguel Ángel Cadenas, misionero español, obispo de Iquitos, en la Amazonía peruana

El agustino leonés Miguel Ángel Cadenas, obispo de Iquitos, es un conocedor directo de esta realidad amazónica peruana: “Llevo 30 años aquí, de los que los primeros 20 los pasé con el pueblo indígena kukama, en el Bajo Marañón, estando ya esta última década en la ciudad, recibiendo la designación episcopal hace tres”.



Mucho antes de todo eso, se formó con los agustinos en su seminario menor de Valencia de Don Juan. Y ahí se empezó a fraguar su destino: “Venían muchos misioneros y nos contaban unas historias que a los oídos de un niño sonaban como música celestial”. Al cumplir los 18 años, entró en el noviciado agustino en Valladolid y, al concluirlo, fue designado párroco en una comunidad de Móstoles.

Tras la derrota de Sendero Luminoso

Hasta que su vida dio un giro copernicano cuando fue mandado a la misión en Perú: “Llegué al Bajo Marañón en 1994, en un contexto en el que Sendero Luminoso había sido derrotado. El terrorismo no había tenido incidencia en nuestra zona, pero la estructura estatal sí se había visto fuertemente debilitada. Desde entonces, poco a poco llegó, a nivel nacional, un crecimiento económico, aunque ha sido bastante desigual”.

A nivel pastoral, se encontró con “una parroquia, la de Santa Rita de Castilla, muy bien organizada, dirigida por agustinos y por religiosas de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, cuya influencia ha sido muy notable en toda la Amazonía peruana, aunque ya tienen pocas vocaciones y han debido ir cerrando casas. También eran fundamentales los animadores cristianos, que son claves en mi vida, pues presiden la comunidad cristiana y celebran la Palabra de Dios los domingos en numerosos espacios, pues hay que tener en cuenta que hablamos de unas 100 comunidades [hoy son 60] y hay pocos sacerdotes”.

Equipo de parteras

Otra respuesta era “la sanitaria, contando con un equipo de parteras y con ‘Movilizadores’, un programa apoyado por UNICEF y que promovía la salud materno-infantil”. Con el tiempo, “según el Estado ha ido recuperando fuerza e implementando sus propios programas médicos, hemos podido repensar nuestra presencia y apostado por la defensa de los derechos de los indígenas, acompañando sus asociaciones y formando a sus líderes”.

De ahí que se congratule por los avances: “Cuando llegué, por la discriminación que sufrían, muy pocas comunidades se presentaban como indígenas. Ahora, poco a poco, gracias al acompañamiento y a estar muy atentos a todo lo que nos transmiten los animadores cristianos, podemos apoyar del mejor modo a quienes sufren el principal impacto de la extracción petrolera”.

Una cosmovisión propia

Trabajando mucho en el aprendizaje del lenguaje e imbuyéndose de la cultura nativa, uno pronto se da cuenta “de que aquí late una ontología animista, en la que hay espíritus por todos los lados… Y eso explica algo muy importante: los kukama no clamaban ante los derrames petroleros porque aceptaban que Dios iba a castigar ese ataque a la naturaleza dando la vuelta a todo, regresando a la vida los que vivían bajo el agua del río y descendiendo a este todos nosotros, en una especie de ‘gran reinicio’. Algo chocante para los europeos, que tenemos una ontología naturalista, pero que nos ayudó mucho para saber a quiénes acompañábamos”.

Gracias a los animadores cristianos, “que han tenido mucha paciencia con nosotros y nos han indicado el camino para que podamos saber acompañarles. Así, por ejemplo, gracias a conocer esa creencia, por la que entienden que quien cae en el río no se ahoga, sino que vive en él y tiene allí su propia familia, estando interconectado con la de la superficie, pudimos valorar esta importancia del agua y ayudar a una comunidad indígena a interponer una demanda para que el Estado peruano consultara a la población antes de implementar una hidrovía en el territorio”.

Miguel Ángel Cadenas, misionero español, obispo de Iquitos, en la Amazonía peruana

Miguel Ángel Cadenas, misionero español, obispo de Iquitos, en la Amazonía peruana

El río, titular de derechos

Tras conseguir paralizar ese proyecto, han logrado otro hito, “con la sentencia de una juez que ha considerado al Marañón como titular de derechos, debiendo ahora ratificarlo un juzgado de Iquitos”.

Espiritualmente, el obispo agustino también se siente interpelado: “Ahora me sobrecoge leer el Evangelio y comprobar como Jesús se dirige al viento y al mar en los mismos términos en los que lo hace con el demonio. Por lo que he aprendido con los kukama, ahora también aprecio ese matiz y los veo como sujetos. De hecho, en los salmos y en otros muchos pasajes está presente esta posible interpretación. Ahora leo la Biblia con los ojos de los animadores cristianos”.

Espíritus buenos y malos

Otro aspecto es que aprecia cómo “la gente, consciente de que vive rodeada de espíritus buenos y malos, nos respetan mucho a los religiosos, pues sienten que les protegemos de los demonios. Y eso se ve en lo mucho que valoran nuestra oración y nuestras celebraciones… No les pesa que puedan ser largas, sino que lo agradecen, pues valoran que, mientras duren, están protegidos espiritualmente”.

Algo en lo que han ido “aprendiendo, ya que al principio, en los encuentros con animadores cristianos y líderes evangélicos, los sacerdotes, por esa herencia occidental, apenas hacíamos referencia a Dios y abreviábamos en nuestras ceremonias. Todo lo contrario de los pentecostales, lo que nos ayudó a reflexionar. Finalmente, supimos ver bien que nos querían, no solo como asesores en su lucha, sino como hombres de fe que les protegen y dan fuerza”.

Apuesta por el rito amazónico

La gran consecuencia de esto debe ser el rito amazónico, sobre el que cree que “se ha avanzado mucho y se ha elaborado un buen documento. Estamos en una fase en la que se está dando a conocer en las distintas jurisdicciones, en espera de que sea aprobado definitivamente en diciembre en Roma, tras el que seguirían tres años ‘ad experimentum’. Para ello, algo muy importante es que lo sacerdotes hagamos como los chamanes, que en sus ritos emplean las palabras justas y exactas, en el orden oportuno y con los gestos adecuados. Así se vive en la cultura indígena y así hemos de hacerlo”.

Otra circunstancia es “aceptar que, al comulgar, muchos de ellos extienden su mano y cogen la hostia consagrada con el pulgar y el índice. Eso, lejos de ser una falta de respeto, es una muestra de su identidad, por la que, al agarrar algo, lo hacen propio”.

Cuidado con el uso del latín

Un último ejemplo es muy significativo: “Cuando un chamán quiere hacer daño a alguien, su conjuro es en latín, idioma heredado de los antiguos misioneros y que nadie conoce. Ellos creen que, para que este conjuro pierda efecto, otro consagrado debe formularlo en ese mismo idioma. Sabiendo esto, nosotros, los herederos de quienes hablaban en latín, debemos cuidar mucho las palabras que decimos, siendo muy bueno que utilicemos la lengua que les es natural”.

De ahí su conclusión: “La inculturación no depende tanto de los misioneros, sino que es aún más importante estudiar, reflexionar y discernir qué hace la gente con el cristianismo que transmitimos. Un camino en el que son los animadores cristianos los que nos llevan de la mano de Dios”.

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