El Vaticano y China, “visto el consenso alcanzado para una aplicación fructífera del acuerdo provisional sobre el nombramiento de los obispos, tras las oportunas consultas y evaluaciones”, han acordado prorrogar su validez por otros cuatro años, según ha informado este mediodía la Santa Sede después de la confirmación hecha desde Pekín.
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Se trata de la primera vez que se firma por un periodo mayor de los dos años estipulados en 2018, 2020 y 2022. Y es que “el Vaticano sigue decidido a continuar el diálogo respetuoso y constructivo con el Partido Chino, para el desarrollo de las relaciones bilaterales con miras al bien de la Iglesia católica en el país y de todo el pueblo chino”, agrega el comunicado vaticano.
La decisión fue anunciada hoy en rueda de prensa por el portavoz del Ministerio de Exteriores de China, Lia Jian. “El acuerdo ha sido evaluado de forma positiva por ambos Estados, que seguirán manteniendo conversaciones constructivas”, ha reconocido.
La línea roja: Taiwán
Pese a su amplio margen de mejora, el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, siempre ha defendido el acuerdo para fomentar la comunión entre los 12 millones católicos chinos y de estos con la Iglesia universal, evitando el surgimiento de comunidades clandestinas.
La realidad es que las relaciones entre ambos Estados están suspendidas desde 1951 y con el pontificado de Jorge Mario Bergoglio se han conseguido acercamientos. Incluso está en los deseos del Papa poder visitar algún día el gigante asiático. Sin embargo, la línea roja china sigue siendo Taiwán. Si la Santa Sede lo sigue reconociendo como país (solo diez Estados lo hacen) esas relaciones continuarán suspendidas oficialmente.
Gracias a este acuerdo, en los últimos seis años se ha podido dar luz verde al nombramiento de varios obispos para acompañar a los católicos chinos, aunque también se ha dado el caso de algún nombramiento por parte de China sin el plácet de la Santa Sede.
El último nombramiento confirmado fue precisamente en agosto. Melchiorre Shi Hongzhen fue reconocido como obispo de la diócesis de Tianjin, tras un nombramiento realizado por el papa Francisco hace cinco años que no había sido aprobado por las autoridades chinas.