Comenzó este 20 de octubre la Conferencia de las Partes (COP 16) en Colombia, el evento sobre diversidad más grande del mundo, donde jefes de Estado, tomadores de decisiones, organizaciones no gubernamentales y, por supuesto, la Iglesia trazan derroteros de cara a los temas sobre ecología y cambio climático.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En el caso de la Iglesia en América Latina, el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño, junto a redes eclesiales territoriales, han venido impulsando la Comisión de Ecología Integral de América Latina y el Caribe (Ceilac), instancia que agrupa a diversas organizaciones basadas en la fe en torno a la enseñanza magisterial.
Es así como han creado la llamada Ruta Laudate deum, inspirada en la exhortación apostólica del papa Francisco publicada en octubre de 2023, para que las organizaciones y redes territoriales integrantes puedan generar incidencia en busca del bien común en los Foros Sociales y Cumbres Mundiales de la ONU.
Vida Nueva ha recogido los tres retos que a partir de la Ruta Laudate deum, que las organizaciones y redes adscritas a la Ceilac han traído a la COP16.
Primer reto: conversión ecológica
Dentro de los ‘bergoglismos’ – términos que acuña el Papa – tras la celebración del Sínodo panamazónico (2019) y con la publicación de Querida Amazonía ha resonado mucho el término conversión ecológica.
No se trata de solo un mero eslógan, sino de impulsar el diálogo entre razón y fe, ciencia y ética, con el fin de promover el bien común y preservar la creación, proponiendo soluciones sistémicas concretas.
Sobre todo cuando la vida ha sido tan vulnerada en los territorios con el asesinato de muchos líderes ambientales – laicos, laicas, religiosas, religiosas y sacerdotes – vinculados a la acción eclesial.
Esta conversión ecológica – explican desde la Ceilac – requiere relaciones vinculantes y verificables mediante el diálogo social como “actitud para restaurar la hermandad y la sinodalidad como testimonio de espiritualidad de comunión”.
Esto es solo posible mediante la colaboración con organizaciones eclesiales, sociedad civil, el sector privado y los gobiernos.
Segundo Reto: vencer resistencias internas
“Desde la doctrina social de la Iglesia, consideramos que la diversidad biológica tiene un carácter sagrado”, han dicho desde la Ceilac, con ello zanjan el tema de secularismo que algunos sectores conservadores denuncian al intentar vincular estas acciones de la Iglesia con agendas ideológicas distintas a la acción evangelizadora.
Cabe recordar: “Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. Por eso, más que recursos naturales, o naturaleza inerte, nos referimos al cosmos como creación, lo cual remite a la profunda experiencia humana del reconocimiento de un Dios creador”. Sin más que añadir.
Esta perspectiva en las Sagradas Escrituras queda muy claro que la Iglesia (hijos de Dios) puede entrar en diálogo con otras cosmovisiones culturales, para rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás creaturas.
La Ceilac argumenta: “Es más, la Santísima Trinidad, comunidad preciosa de amor infinito”, ha querido la interdependencia y solidaridad entre las criaturas por el hecho de que todas provienen y que todas están ordenadas a su gloria”.
Tercer reto: visión ecológica integral
La crisis ambiental y social son una sola. No se pueden ver desde compartimentos estancos y de forma dividida. Por consiguiente, esta crisis compleja “puede ser afrontada en forma eficaz desde una visión ecológica integral e integradora de las relaciones entre todos los seres que cohabitan en la tierra”.
En efecto, la visión de ecología integral corresponde a la participación de los pueblos ancestrales, las comunidades afrodescendientes y las comunidades campesinas como “sujetos que habitan en cada territorio”.
También resulta clave considerar la diversidad cultural, aquí la ecología integral permite asumir un enfoque compartido del desarrollo humano que posibilita la toma de decisiones necesarias para el “buen vivir”.
“Implica reconocer formas de vida y de permanencia en el mundo cultivadas por los pueblos aborígenes, procurando mantener una ética del cuidado de la naturaleza, de la vida comunitaria y colectiva, como práctica diaria en la siembra y la cosecha, así como en la convivencia familiar”, añadieron.
Sin duda, esto representa un giro 180° grados que invita a todos los miembros de la Iglesia encargados de la misión y evangelización a “adoptar una estrategia multidimensional que contemple la adaptación y mitigación del cambio climático y la restauración -desde la justicia climática- de los entornos y comunidades vulnerables”.
No se trata de ofrecer soluciones solo técnicas, puesto que la Iglesia no es solo una ONG, se trata de una visión de bien común compartida, que incluya la fe, espiritualidad, interconexión, la justicia y la sustentabilidad ecológica.
Foto: Celam