América

Alma jesuita en la frontera más militarizada y burocratizada

  • Karen Pérez, directora del SJR México, denuncia la desprotección de los migrantes que tratan de llegar a Estados Unidos
  • “Solo una de cada diez personas de la Administración se compromete a ofrecer respuestas a los menores expuestos a las mafias”
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Karen Pérez, directora desde hace unos meses del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) México, llegó a la entidad eclesial en 2018. Seis años que pesan en el alma como seis décadas, pues hablamos de una de las fronteras más convulsas del planeta, la que separa a su país de Estados Unidos y en la que se acumulan miles de historias de sufrimiento protagonizadas por hombres, mujeres y niños migrantes y refugiados provenientes de distintos países, especialmente de la crucificada Centroamérica.



Desde la visión generada con esta enorme experiencia, la abogada, en un reciente viaje a España con la ONG jesuita Entreculturas, con la que colabora activamente, explica a Vida Nueva cómo “la situación no deja de empeorar, habiendo un claro retroceso en materia de derechos humanos”. En ese sentido, lo peor es “comprobar cómo, ante realidades muy duras, las personas que las sufren se encuentran con la falta de respuesta de las autoridades competentes”. Lo que lleva, en los peores casos, a “situaciones de violencia y, directamente, la desaparición de quienes debían haber sido protegidos”.

Menores solos

La peor parte se la llevan “los niños y adolescentes que están solos, sin la compañía de sus familiares o de conocidos. Están totalmente desprotegidos e indefensos. No hay hogares para ellos y muchos son reclutados forzosamente por las mafias, que tienen como prioridad hacerse con ellos. Cuando eso sucede, desgraciadamente, lo normal es que sus familias nunca vuelvan a tener noticias suyas…”.

Entonces, para esos chicos y chicas comienza un auténtico infierno: “Son torturados para doblegarles y obligarles a delinquir. Solo algunos logran escapar y tener opciones de reincorporarse a la vida normal, pero también en esos casos duele mucho comprobar la despreocupación de las autoridades por ellos. Por estos seis años de acompañamiento directo, puedo afirmar que solo una de cada diez personas de la Administración se compromete a la hora de ofrecer respuestas a estos menores expuestos a las mafias”.

Karen Pérez, directora del SJR en México

Ausencia de vías de regularización

Y es justamente eso lo que más le hace sufrir a Pérez, que lamenta “la ausencia de vías de regularización en la frontera más militarizada y burocratizada”. De hecho, “el Gobierno mexicano manifiesta más una voluntad de detener a las personas migrantes que de cumplir con su obligación de informarlas sobre sus derechos”. Y es que, “por cada puesto de regularización en el que se ofrece la asesoría jurídica que se ha de dar, ya que muchos desconocen los derechos que les amparan, hay veinte puntos de control de carácter militar”.

Ante esta inacción gubernamental, “que, al negarles una información básica, solo contribuye a exponer a las personas a una mayor violencia”, el SJR “trata de estar en los espacios donde no hay nadie que acompañe a los migrantes. Y, además de prestarles la necesaria asesoría legal y social para facilitar su integración, se les acompaña en todos los procesos vitales en este momento tan complejo para ellos”. Lo que pasa por “tratar de ofrecerles seguridad y espacios de verdadera acogida”.

Apuesta por la educación

En ello, como en todas las obras impulsadas por la Compañía de Jesús, “la educación es un pilar fundamental en nuestra respuesta. Primero, porque, con su formación, tendrán más herramientas de crecimiento personal y oportunidades de salir adelante. Y, en segundo lugar, porque sabemos que el aula es para estos chicos un refugio grupal donde pueden sentirse seguros”. Otro aspecto clave es el acompañamiento psicológico y personal, “basado en la confianza y en que se puedan abrir para compartir sus experiencias, que casi siempre son durísimas”.

A nivel personal, Pérez se siente configurada “por haber podido aterrizar en otras realidades. Estos años de trabajo en la frontera me han hecho más sensible y, a nivel global, me quedo con el hecho de que hayamos sabido desarrollar estrategias que ayudan a las personas en situación de emergencia. Sin olvidar que muchas veces lo más importante es saber escuchar: hablamos de personas que huyen desesperadas y que, en determinados momentos, lo que más necesitan es tener un ambiente de confianza en el que abrirse y poder contar su historia”.

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