Fue en el verano de 1978 cuando Martín Scheuch entró en contacto por primera vez con el Sodalicio de Vida Cristiana en la ciudad de Lima. Tenía catorce años. Bien pudiera parecer que ahí comenzaba a escribirse la historia de una vocación. Nada más lejos de la realidad. La vida de este peruano comenzó a emborronarse a medida que se introdujo en esta plataforma fundada por Luis Fernando Figari que hoy se encuentra bajo la lupa del Vaticano con pruebas más que fehacientes de abuso de toda índole y corrupción. Después de treinta años formando parte de lo que él mismo define como una “secta”, asegura no haber perdido la fe en la Iglesia. Hoy alza la voz como víctima de esta entidad que hoy por hoy en la cuerda floja, después de una investigación supervisada por el Papa que ya ha llevado a expulsar a su fundador y a una decena de la que fuera su cúpula directiva y asociados destacados, entre ellos, el arzobispo emérito de Piura, José Antonio Eguren.
PREGUNTA.- En estos últimos meses la Santa Sede ha expulsado del Sodalicio de Vida Cristiana a su fundador y a otros miembros significativos de su cúpula. ¿Qué cree que ha sucedido para que el Vaticano mueva ficha en un caso que parecía estancado?
RESPUESTA.- Todas estas medidas son fruto de la Misión Especial conformada por monseñor Charles Scicluna y monseñor Jordi Bertomeu, enviada al Perú (entre julio y agosto de 2023), con el fin de investigar las denuncias contra el Sodalicio de Vida Cristiana. Ambos investigadores escucharon los testimonios de víctimas y testigos, así como de periodistas que investigaron el caso. Mención aparte merece el testimonio del entonces congresista Alberto de Belaúnde, el cual investigó entre 2018 y 2019 el caso Sodalicio en el marco de una Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores en Organizaciones. Asimismo, miembros renombrados de la institución, ya sea con poder con influencia, fueron invitados a presentar sus descargos y sus versiones de los hechos. Aun así, ante las evidencias que señalaban faltas graves tanto en Figari como en los diez miembros expulsados, las autoridades del Sodalicio —pudiendo haberlo hecho pues estaba dentro de sus facultades— no tomaron ninguna medida, lo cual era motivo de escándalo para muchos y un insulto para las víctimas. Si la Santa Sede se quedaba de brazos cruzados y no hacía nada, iba a reforzar la idea de una Iglesia encubridora de abusos y garante de impunidad para los victimarios.
P.- Entre los abusos de los que se habla en el comunicado de la Nunciatura Apostólica en el Perú, hecho público por la Conferencia Episcopal Peruana, se incluyen delitos tan graves como el sadismo y métodos sectarios, pasando por corrupción económica y acoso laboral. ¿Le sorprende?
R.- De ninguna manera. El Sodalicio ha funcionado como una secta desde sus inicios, captando a jóvenes adolescentes que en su casi totalidad no habían alcanzado la mayoría de edad. No se sabe de nadie que pertenezca o haya pertenecido al Sodalicio que haya tenido su primer contacto con la institución siendo ya adulto de mediana edad o mayor. La estrategia era aislar mentalmente a los candidatos del entorno social en que vivían y hacer que su universo personal y social se concentrara en el entorno sodálite. Sus vínculos familiares y sus amistades eran socavadas y debilitadas, hasta su aniquilamiento de ser posible. De ese modo, malinterpretando la máxima de “estar en mundo sin ser del mundo”, el sodálite era empujado a centrar su vida en la comunidad sodálite, mientras que lo que quedaba fuera de esos límites era considerado sospechoso, peligroso para una vida cristiana comprometida, y hasta una fuerza enemiga. Dentro del universo sodálite regían otras leyes, muchas veces tácitas, que no tenían por qué ajustarse a las leyes civiles que rigen la sociedad.
Eso ha permitido maltratos con sadismo, ignorando los derechos humanos reconocidos internacionalmente —según la ideología sodálite, una creación maligna de la anticatólica Revolución Francesa— y ha servido de justificación a los malos manejos económicos que han realizado las organizaciones vinculadas al Sodalicio. Todo estaba permitido —incluso maniobras ilegales y fraudulentas— con tal de cumplir el Plan de Dios, la misión que ellos afirman tener por voluntad divina. Además, se nos acostumbró a no recibir ningún pago por trabajos realizados dentro del Sodalicio. A mí nunca me pagaron nada por labores efectuadas durante los más de once años que viví en comunidades sodálites (de diciembre de 1981 a julio de 1993), no hubo cotizaciones a la seguridad social, nunca tuve un seguro médico y, además, explotaron comercialmente unas veinte canciones que yo había compuesto sin pagarme regalías, no habiendo ningún documento firmado por mí donde yo cediera esos derechos al Instituto Cultural Teatral y Social (ICTYS), una organización del Sodalicio cuyo director fue el P. Jaime Baertl.
P.- Estas medidas adoptadas por Roma, ¿le consuelan como víctima del Sodalicio? ¿Considera que se está haciendo justicia o es insuficiente?
R.- Las medidas adoptadas constituyen un paso adelante, pero resultan insuficientes mientras no se haga nada por las víctimas, que deberían siempre estar en el centro de este proceso. Conozco personalmente a todos los expulsados, salvo al padre Daniel Cardó, y no me genera regocijo el que hayan tenido que pagar las consecuencias —en justicia, por cierto— de un sistema sectario que pervierte a quienes tienen innegables talentos y los convierte en victimarios, cómplices o encubridores de acciones que tipifican como delitos. Ésta no es una historia de buenos contra malos, sino de vencidos por un sistema perverso, tanto victimarios como víctimas.
P.- En Roma hay voces que hablan de que no es posible una refundación del Sodalicio. ¿El cierre es la única solución?
R.- Lo que es imposible es una “reforma” del Sodalicio, pues ninguno de sus miembros actuales se halla en situación de llevar adelante esta reforma. Debido a las características sectarias de la organización, todo sodálite que decida permanecer en ella ha sufrido una especie de control mental —conocido popularmente como “lavado de cerebro”— que le impide entender la realidad fuera de los parámetros de la ideología sodálite —que ellos confunden con estilo y espiritualidad—. En cambio, si se quiere refundar el Sodalicio —con otro nombre, por supuesto—, no basta con expulsar a los miembros que hayan cometido faltas graves, sino que también hay que descontaminar las mentes de los que siguen dentro, y ese proceso puede durar años. El cierre podría ser la solución para quienes siguen prisioneros de la institución —aunque sufran la ilusión de que están ahí por voluntad propia—, pero no constituiría una solución auténtica para las víctimas, que siguen esperando una reparación justa que compense en algo los daños sufridos, y también una reparación simbólica, que mantenga la memoria de los abusos sufridos para la posteridad.
P.- El papa Francisco va a crear cardenal al actual arzobispo de Lima, Carlos Castillo. Hay quien dice que algo tiene que ver su contundencia a la hora de abordar esta crisis. Antes de Castillo, ¿se han sentido solas las víctimas?
R.- El capelo cardenalicio es a veces un premio; otras veces, no. Lima ha sido tradicionalmente sede cardenalicia, por lo cual no sabría decir si el accionar de monseñor Carlos Castillo jugó un papel importante en su nombramiento. No sé cómo se habrán sentido las víctimas ni antes de Castillo ni con él, considerando que yo no represento a las víctimas y sólo he tenido comunicación con unas cuantas, dispersas en todo el mundo.
P.- ¿Cómo llega Martín Scheuch al Sodalicio? ¿Qué le atrajo a aquel adolescente de 14 años?
R.- Lo que entonces me atrajo del Sodalicio fue ver gente joven con una manera distinta de vivir el cristianismo, muy lejos del aburrido estilo parroquial que yo había visto en otros grupos. El Sodalicio de los 70, una asociación de fieles donde aún no había curas, tenía un estilo bohemio, contestatario, rebelde, atractivo para un adolescente con muchas inquietudes intelectuales, que estaba buscando encauzar su vida y darle un sentido más allá de las comodidades burguesas a las que mi familia estaba acostumbrada. Y téngase en cuenta que mi familia, aun con problemas típicos de toda familia de clase media, no era disfuncional. Hay dos mitos al respecto que han encontrado amplia difusión: que el Sodalicio apuntaba a hijos de familias disfuncionales y que los padres estuvieron en un principio de acuerdo con la vocación sodálite de sus hijos. Aunque hay excepciones, la mayoría de los sodálites vienen de familias relativamente normales, y la vinculación con el Sodalicio se dio frecuentemente sin conocimiento de los padres o estando éstos en contra de ello. Y hubo padres, como mi madre, que dieron guerra a esta decisión, pero perdieron la batalla.
P.- ¿En qué momento comienza a darse cuenta de que lo que allí está viviendo no es normal, que estaría en lo que usted mismo denomina como una “secta”?
R.- Mientras uno esté en la “secta” o mantenga una vinculación con ella, no hay manera de darse cuenta de que lo que allí se vive no es normal. O si uno percibe algunas cosas como “anormales”, se aceptan como lo correcto frente a una sociedad cuya “normalidad” se considera como una manifestación de mediocridad, como parte de un mundo en crisis que hay que cambiar. Uno de los anzuelos para captar adolescentes y jóvenes, y para mantener a los miembros en la institución, ha sido el concepto de “mundo en crisis” continuamente repetido y recalcado. Según esta idea, no hay felicidad posible fuera de los limites del Sodalicio y de las asociaciones vinculadas a él (Movimiento de Vida Cristiana, Fraternidad Mariana de la Reconciliación, Siervas del Plan de Dios, etc.), que constituyen lo que se llama Familia Sodálite. Y si se tiene la “vocación sodálite”, abdicar de ella implica una gran probabilidad de condenarse en el infierno y la garantía de nunca poder ser feliz en el mundo de los mortales comunes y corrientes, además de recibir ad intra el calificativo de “traidor”. Es más fácil entrar al Sodalicio que salir de él. Esto último siempre se hace acompañado de miedo y de angustia.
Yo me di cuenta poco a poco de que había estado en una “secta” desde que salí de comunidades sodálites en julio de 1993 para pasar al grupo de adherentes (sodálites con vocación al matrimonio), al principio echándome a mí mismo la culpa de mi fracaso. Lo que aceleró este proceso de toma de conciencia fue cuando migré a Alemania en noviembre de 2002. Durante los siguientes años pude leer libros y artículos sobre organizaciones sectarias. Me di cuenta de que había muchas semejanzas con el Sodalicio de Vida Cristiana, lo cual finalmente me llevó a una crisis personal en el año 2007 y al año siguiente a la decisión irrevocable de romper el cordón umbilical que todavía me unía a la institución.
P.- ¿Cuándo decide dar un paso al frente y denunciar lo padecido allí? ¿Era consciente del peaje que implicaba ser altavoz de lo vivido en el Sodalicio?
R.- En noviembre del año 2012 decidí comenzar a publicar todo lo que sabía sobre el Sodalicio, con el artículo “Como lobos rapaces”, que daba cuenta de las raíces fascistas del Sodalicio. Xabier Pikaza, teólogo español que escribe en Religión Digital, reprodujo el artículo en este medio con el título de “Fascismo católico”. Según él mismo me comunicó, recibió de parte de Alejandro Bermúdez tales amenazas, que se vio obligado a retirar el artículo.
En ese entonces ya Pedro Salinas, autor junto con Paola Ugaz de “Mitad monjes, mitad soldados”, me había contactado para que le enviara mi testimonio, que debía aparecer con seudónimo en su libro debido a que aún no había podido vencer del todo el miedo que me generaba enfrentar al Sodalicio. Aún así, decidí salir a la palestra, pues los informes periodísticos que habían aparecido hasta el momento adolecían, a mi criterio, de inexactitudes, errores y falta de compresión del fenómeno llamado Sodalicio. Sólo alguien que había pertenecido a la institución podía describir acuciosamente ese fenómeno. Por supuesto que era consciente del costo personal que ello implicaba: ostracismo, incomprensión, difamación, pérdida de amistades, conflictos familiares (teniendo en cuenta que mi hermano Erwin seguía perteneciendo a la institución). Pero lo que en mí primaba era un deber de conciencia hacia quienes han sido víctimas de la institución. No podía dejarlos en la estacada. No me arrepiento de haber dado este paso, pues creo que de esta manera he intentado ser un auténtico discípulo del Jesús de los Evangelios.