Vaticano

Los mártires de Damasco, en los altares del servicio

  • José Rodríguez Carballo y Jesús Sanz Montes comparten con Vida Nueva su alegría por la canonización de los franciscanos españoles asesinados en Siria
    en 1860
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La plaza de San Pedro se tiñó del marrón del hábito franciscano el 20 de octubre. Y es que hasta allí habían viajado frailes de todo el mundo –pero, especialmente, de España– para vivir en primera persona la canonización de 14 nuevos santos, siete de ellos misioneros españoles que fueron martirizados en Damasco en la medianoche del 9 al 10 de julio de 1860. Los frailes menores españoles Manuel Ruiz López, Carmelo Bolta, Nicanor Ascanio, Nicolás M. Alberca y Torres, Pedro Soler, Francisco Pinazo Peñalver y Juan Jacobo Fernández, y el austriaco Engelbert Kolland, subían a los altares junto a los laicos maronitas Francesco, Abdel Mooti y Raffaele Massabki, colaboradores del convento donde vivían los frailes. Además, el Papa canonizó al fundador de los Misioneros de la Consolata, José Allamano; la fundadora de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, María Leonia Paradis; y la fundadora de las Hermanas Oblatas del Espíritu Santo, Elena Guerra.



Presentes en San Pedro se encontraban los franciscanos españoles José Rodríguez Carballo, arzobispo de Mérida-Badajoz, y Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, quienes coinciden, en conversación con Vida Nueva, en que ha sido “un momento de mucha alegría”. “Los nuevos santos representan un poquito de toda la geografía ibérica”, señala Carballo. “No es común que tantos frailes sean canonizados de golpe. De hecho, había también muchos frailes de Tierra Santa, de Líbano… Ha sido una fiesta, diría, de color marrón del hábito”, asegura. Por su parte, Sanz subraya que esta alegría para la familia franciscana nace de que “tenemos ocho nuevos hermanos que van a velar, muy cerquita de Dios, por este carisma que hemos recibido”.

“Por el contexto que vive Oriente Medio ahora mismo se está reproduciendo un poco lo que vivieron estos mártires en su momento”, afirma Carballo, a quien lo que más le “llama la atención” es el hecho de que “ha sido canonizada una comunidad completa”. Por tanto, “es una llamada a vivir como frailes en fraternidad y, al mismo tiempo, a dar testimonio como tal”. “Uno a uno, los frailes fueron diciendo que no iban a renunciar a la fe cristiana. El último al que mataron, que era un gallego que nació muy cerca de mi pueblo, Juan Jacobo Fernández, dijo que jamás renunciaría a su fe aunque eso le costase la vida”, recuerda.

Ardor misionero

Además, Carballo subraya que se trata de un “momento de gracia para la Iglesia, porque entre los canonizados hay dos laicos melquitas que trabajaban con los frailes en el convento”. Por tanto, “es también una fiesta en la que también la Iglesia Oriental se encuentra representada”. Pero, sobre todo, es una celebración del carácter misionero de la Iglesia de nuestro país: “España siempre fue tierra de misioneros. Esto es un sano orgullo que podemos tener: gente que va a todas partes del mundo, lejos de su cultura, de su familia, dejando todo atrás, y se va a la intemperie, a lo que Dios le depare”.

“No es fácil renunciar a todo”, asegura Carballo, “pero aquí se muestra cómo la llamada de Jesús puede hacer todo posible: quien descubre a Jesús no se ahorra después nada en el seguimiento”. Por eso, dice, “estas canonizaciones son una llamada a que España siga cultivando las vocaciones misioneras, porque es la única forma de ser la Iglesia en salida que nos pide el papa Francisco”.

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