Hace 25 años, un grupo de congregaciones en Andalucía decidió unirse en un proyecto tan ambicioso como necesario, en el que la protección de la infancia pasaría a tener nombre propio: Asociación de Centros Católicos de Ayuda al Menor (ACCAM). Y es que no fue solo un paso organizativo; fue un compromiso profundo, una apuesta por construir hogares para niños y jóvenes que habían perdido su entorno seguro. Virginia Artacho, religiosa filipense y presidenta de ACCAM, recuerda cómo surgió el proyecto: “En la Iglesia hay muchos carismas que confluyen… Sabíamos que, uniendo nuestras fuerzas, podríamos ofrecer algo más allá de la caridad; podríamos dar amor y la esperanza de un futuro mejor”.
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Hoy, ACCAM sigue siendo un espacio de encuentro y protección a menores que han atravesado por situaciones realmente difíciles. Dieciséis congregaciones, cada una desde su propio carisma y espiritualidad, trabajan hombro a hombro. Así, es una obra que ha crecido en profesionalidad y que lucha cada día por dignificar el trabajo que allí se hace. “Lo que queríamos era reivindicar la atención al menor, que fuéramos capaces de articular protocolos en condiciones, ordenar todos nuestros sistemas… y, así, demostrar que lo que hacemos no es solo caridad. Aquí tenemos profesionales, educadores y técnicos con un trabajo estable, que es fundamental para que los niños puedan establecer vínculos con ellos. Estos chicos y chicas son héroes; han vivido cosas muy duras”, subraya Artacho. “Está claro que, si pueden crecer en una familia, mucho mejor. Pero, si no, nos esforzamos para que sepan que aquí tienen una”, recalca.
Por ello, en los centros de ACCAM, no solo se educa y se cuida, sino que se crean vínculos que restauran a estos jóvenes por dentro, donde las heridas son más difíciles de sanar. El equipo técnico permanece a su lado, constante, y se esfuerza en crear un ambiente de estabilidad.
La intercongregacionalidad es la clave que da vida y sentido a ACCAM. María José Olmo, hija de la caridad y vicepresidenta de la asociación, comparte cómo el trabajo entre congregaciones hace posible que cada una sume lo mejor de sí misma a un fin común. “La intercongregacionalidad es lo que más enriquece a ACCAM. Es nuestra mayor fuerza”, explica. “Aquí ponemos en el centro al menor, y cada una de nuestras congregaciones aporta algo distinto que nos enriquece a todos”, remarca.
Para ellas, el proyecto de ACCAM no es solo una labor social; es un lugar donde se hace presente el Evangelio. “Es muy bonito, porque creo que esto es realmente ser católico: unir distintos carismas por un mismo proyecto, que es el Reino”, reflexiona Olmo. Esta diversidad permite atender a niños con distintas necesidades: desde menores migrantes hasta niños con discapacidad, cada congregación aporta su experiencia y sensibilidad para que el cuidado sea inclusivo.
De hecho, en estos centros la diversidad religiosa y cultural no es un obstáculo, sino una fuente de riqueza. En los centros de la asociación conviven niños de distintos orígenes y creencias, y la fe de cada uno se respeta y se fomenta como parte esencial de su desarrollo personal. “Al principio había reticencia a la hora de derivar a menores de otras religiones a nuestros centros, pero nosotros entendemos la importancia de la fe para ellos”, comenta Artacho. “Al final, lo que vemos es que compartir su espiritualidad también les ayuda a sentirse en casa”, subraya.
Este enfoque abierto y acogedor ha permitido que, en centros como los de Cádiz, donde el porcentaje de menores migrantes es alto, se hayan creado espacios donde los chicos pueden crecer sin tener que renunciar a su identidad. Además, “ver cómo comparten su forma de acercarse a Dios ha sido un aprendizaje lleno de riqueza”, apunta Artacho, quien no solo gestiona los centros de ACCAM, sino que vive en ellos, compartiendo el día a día con los menores. Artacho, por ejemplo, vive, junto a dos hermanas más de congregación, en uno de los hogares en Córdoba, con ocho menores a los que cuidan y acompañan. Y es que la convivencia es el alma de la asociación. Estos menores, que en muchos casos han vivido traumas difíciles de superar, encuentran en ACCAM algo más que un techo: encuentran una familia.