En 1821, en la localidad francesa de Lyon, el sacerdote André Coindre, “conmovido” ante dos niñas que se cobijaban del frío bajo el porche de la iglesia Saint-Nizier, quiso encarnar el mandato de Jesús de no mirar para otro lado ante el sufrimiento del hermano y multiplicó sus manos para acoger al mayor número posible de menores que vivían en la calle y ofrecerles una educación. Un carisma del que ese año brotó una comunidad: el Instituto de los Hermanos del Sagrado Corazón.
Después de que en 1902 Francia decretara la expulsión del país de todas las congregaciones religiosas, los corazonistas se extendieron a varios países. A España llegaron al año siguiente. Una presencia que ha sido muy fructífera y que hoy, en nuestro país, se plasma en 11 colegios (en los que se nutre “una educación basada en la confianza y la compasión”, pero, ante todo, en “el corazón”) y, desde el año 2000, en la Fundación Corazonistas, donde la apuesta es “por la educación y la justicia” y “para la promoción de las personas y su entorno, especialmente de los colectivos más desfavorecidos”.
Su compromiso social se concreta en varias respuestas. Una de ellas es el apoyo a los misioneros de la congregación en todo el mundo, haciendo a los alumnos de sus centros partícipes de sus proyectos y pudiendo vivir algunos incluso experiencias sobre el terreno. Un compromiso fraterno global que tiene su reflejo en el sostenimiento de muchas obras, fundamentalmente educativas, pero también en situaciones de emergencias, en hasta cuatro continentes: en África (Chad, Mozambique, Zimbabwe, Malí, Kenia y Madagascar), América (República Dominicana, Perú, Haití, Colombia, Brasil, Ecuador y Argentina), Asia (Filipinas) y Oceanía (Vanatu).
En España, la apuesta también es integral y multidisciplinar, a través de la Red Acoindre (para la ACOgida, INserción y los DeREchos de las personas migrantes), que cuenta con tres espacios fundamentales: Coindre Etxea, una vivienda en Vitoria para jóvenes migrantes de entre 18 y 25 años que están en situación de vulnerabilidad; el Hogar Acoindre Griñón, situado en dicha localidad madrileña y que acoge a familias y jóvenes en riesgo de exclusión durante los meses de la regularización de su situación; e Hispaled, una empresa de inserción situada en Madrid y dedicada a la tecnología energética que proporciona itinerarios para favorecer la definitiva integración laboral de jóvenes que también están entre los 18 y los 25 años y cuya situación es inestable.
De todo ello nos habla Jaime Palacio, coordinador de la Fundación Corazonistas y responsable de Pastoral y Acción Social del Equipo de Titularidad de los colegios de la congregación. Un caminar vital que para este laico se inició cuando se formó en un centro corazonista y se enamoró de su propuesta comunitaria. Lo saben bien los 10.000 alumnos que hoy estudian con ellos, en un claro eco multiplicador, pues estamos ante una congregación que aquí cuenta con algo más de un centenar de religiosos: “Si algo caracteriza el aporte de Fundación Corazonistas, es ese compromiso de los seglares que actualiza la vivencia del carisma con un fuerte sentido comunitario y recuperando el carácter social del fundador”.
Así, en las propias familias que un día decidieron que sus hijos fueran a un colegio corazonista, van sumándose generaciones “conscientes de que recibimos una herencia de más de dos siglos y que nos seguimos juntando con ese espíritu que refleja uno de nuestros lemas: ‘Que la escuela salga al mundo y que el mundo entre en la escuela’”. Eso mismo es lo que lleva a los chicos a apoyar lo que hacen los misioneros corazonistas o a “promover la recogida de firmas en todos nuestros centros para la ILP de regulación de inmigrantes”. Sin olvidar a los alumnos “que vienen a visitar a quienes trabajan en Hispaled o viven en el piso de acogida de Vitoria o en la residencia familiar de Griñón”. Esa realidad abrazada “vuelve al colegio… Y al revés”.
Una revolución de la fraternidad que ha ido echando raíces. En el caso de Vitoria, Palacio detalla que “el piso de acogida lo abrimos en 2008 y, desde entonces, han pasado por él unos 50 jóvenes inmigrantes, algunos menores no acompañados. La capacidad es para seis personas, pero siempre están muy presentes en él los ocho voluntarios que lo sostienen y un educador social contratado. No hay un límite de permanencia y se apuesta por su formación y su integración laboral”.
Una respuesta parecida se da desde 2010 en Griñón, “aunque aquí está enfocada a las familias. Ahora mismo, viven en la casa unas 15 personas, entre padres e hijos. Y, con ellas, estamos las 20 familias voluntarias que estamos pendientes de todo en el día a día. También hay una persona contratada, cuyo aporte es esencial. Esta presencia pasa por el trabajo en red y por dar todos lo mejor que tenemos. Esto es, por ir y comer con ellos, compartir estancias largas, hablar, acompañar, convivir… Como los demás, también lo vivo como voluntario y acudo con mi familia. Es de todos y para todos”.
En la casa de la localidad madrileña “también huimos de los plazos de la Administración para este tipo de acompañamiento y la gente está el tiempo que necesite para salir adelante por sí misma. Por ejemplo, hay un bebé que llegó hace dos años, estaba pendiente de un transplante de hígado y tanto él como su familia no tenían los papeles en regla… Les hemos acompañado en su regularización de residencia y laboral, que felizmente está próxima a culminar, y la operación salió bien. ¿Como lo habrían logrado con los plazos de los recursos que ofrecen las Administraciones? Nuestra prioridad es que es proceso de sanación sea completo”.
En el caso de Hispaled, “impulsada hace 15 años, por ella han pasado unos 30 jóvenes. La idea es que sea una empresa puente en la que, siempre con la inserción como prioridad, quienes están dentro de ella tengan todas las facilidades para seguir formándose y continuando con un acompañamiento centrado en lo humano. En el fondo es la culminación de un itinerario que se complementa con el equipo socio-educativo y que debe desembocar en la autonomía de la persona, que sale de ahí con las riendas de su vida”.
Fotos: José Manuel Romera (Fundación Corazonistas).