Mientras, en la noche del pasado 29 de octubre, unas brutales inundaciones asolaban decenas de municipios de Valencia, el sacerdote y religioso amigoniano José Vicente Miguel March, párroco de Nuestra Señora de Monte Sión, en Torrent, no paraba de pensar en que “no podía quedarme con los brazos cruzados”. Así, “se me ocurrió preguntar al grupo de jóvenes de la parroquia a través del grupo de WhatsApp. Enseguida, surgió la idea de formar un grupo de voluntarios para ayudar en la vecina Picaña, gravemente afectada”.
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Pero su sorpresa llegó al comprobar la ola de solidaridad generada: “Pensaba que se apuntarían unos 50 jóvenes, pero se han sumado en torno a 800 personas y de todas las edades y condición. Aunque organizados en torno a la parroquia, muchísimos son vecinos a los que ni siquiera conozco. La comunidad se ha volcado por completo y, además de los jóvenes del grupo, los más mayores y que no pueden ir a Picanya, se dedican a preparar la ropa que se lleva”.
Todos a una
Pero se va mucho más allá: “Contamos con un grupo de catequesis inclusiva, con personas con diferentes discapacidades, y estas se han volcado igualmente. Ayer mismo, 15 de ellas fueron en un grupo de ayuda”.
Lo mismo ocurre “con un grupo de inmigrantes a los que acompañamos en un piso. Sin dudarlo, desde el primer día, cogieron una pala y están trabajando como los que más. Cualquiera que pudiera tener prejuicios hacia ellos, ahora se sorprende al ver a muchos magrebíes o a negros de países como Senegal que, en un momento así, están volcándose con sus vecinos”. Un compromiso que les lleva a sacrificarse en su día a día: “En su piso empiezan a faltarles bienes básicos como la leche y nos han pedido que no les mandemos nada, sino que todo vaya por los afectados. Ellos, cuando se pueda y abra algún supermercado, ya se encargarán de comprar lo que necesiten”.
Muchos muertos en la autovía
Miguel, natural del mismo Torrent, explica que “el interior del pueblo, salvo dos barrios que sí se han visto muy afectados, mantiene una situación relativamente estable, aunque todos estamos muy impactados por lo vivido en nuestra autovía, donde ha habido muchos muertos”.
Él mismo empleó las primeras horas tras la catástrofe “en ir andando hasta el pueblo de Paiporta, donde está toda mi familia materna, para conocer cómo estaban todos… Afortunadamente, todos están bien, incluida mi tía, de 94 años, que se salvó de milagro. Habitualmente está sola, pero justo en ese momento la estaban visitando dos primos míos y la pudieron subir al primer piso. Si no hubiera habido nadie con ella, habría muerto”.
Organizados en turnos
En cuanto la ayuda a Picanya, desde el primer día, los voluntarios quedan en la puerta de la iglesia y van andando hacia el pueblo vecino “para ayudar en lo que haga falta en ese momento, según lo que nos indiquen la parroquia y el ayuntamiento”. Se organizan a través de “varios grupos, que trabajan en turnos de tres o cuatro horas, yendo en cada turno unos 50. A través de este sistema de relevos, podemos ser muy eficaces”.
Los primeros días, su acción “se centró en quitar barro de las casas, yendo de una en una. Ahora, ya nos van pidiendo otras cosas, como limpiar el pabellón en el que duermen los militares y las personas que lo han perdido todo. También repartimos las cosas que se han mandado desde fuera, principalmente, ropa y comida”.
Una experiencia espiritual
Como comprueba, “esta está siendo una experiencia espiritual muy fuerte para muchas personas. Los voluntarios tienen una necesidad de conectar este dar la vida con lo que están viviendo. De hecho, ya me han pedido que celebremos momentos de oración y esta tarde tendremos una adoración eucarística en la parroquia”.
Algo que cree que también necesitan en Picanya: “Lo he hablado con su párroco y, pese a que la iglesia esté destrozada, veo que la gente necesita una misa… Aunque sea entre el barro y la suciedad, pero sanaría mucho interiormente a quienes están sufriendo tanto”. Él mismo, estos días, a veces lleva la estola allí donde está trabajando en las labores de ayuda, pues “siento que la gente tiene necesidad de hablar. Algunos afectados me llaman por teléfono y tratamos de encontrar un consuelo desde la fe”.
Dar la vida por los otros
En este sentido, este amigoniano remata apelando a lo único “bonito” de la pesadilla que todos están viviendo: “En las homilías de estos días resalto que a los cristianos se nos debe diferenciar por cómo actuamos. Y, en esta prueba, eso se demuestra cogiendo una pala y limpiando barro. Es un dar la vida, realmente, por los otros. Somos hermanos y, como tal, no nos podemos quedar sin hacer nada. Por eso me ha emocionado tanto que, a través de la parroquia, tantas personas hayan canalizado sus ganas de ayudar. Incluso sin ser habituales de la parroquia. Pero es un momento de encuentro que se testimonia en la entrega”.