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Y Picanya resurgirá: “Antes, teníamos una iglesia antigua y preciosa… Ahora, solo están el altar y dos velas”

  • Su párroco, Joaquín Civera, comparte su dolor con Vida Nueva: “Hoy, un vecino que vive a 400 metros ha encontrado un santo de la parroquia ante su casa”
  • El templo, situado a solo 100 metros del barranco que se desbordó, ha sido el más afectado por las inundaciones que han sacudido Valencia
  • Las misas, a oscuras, recuerdan a las de las catacumbas de Roma: “Los fieles iluminaban con sus móviles. Y yo tenía una linterna sobre la cabeza…”
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Una semana después de las inundaciones que arrasaron buena parte de Valencia, se registran 217 muertos e innumerables daños materiales. Casas y comercios se han perdido para siempre. Un impacto que también han sufrido muchas iglesias. Aunque, si hay una especialmente golpeada, esa es la de Picanya, que ha sido completamente devastada.



Como explica a Vida Nueva su párroco, Joaquín Civera, “hoy mismo ha llegado un vecino que vive a 400 metros de la iglesia y me ha dicho que ha aparecido un santo de la parroquia ante su casa”. Y es que, en la trágica tarde del 29 de octubre, el templo se llenó por completo de agua y vio cómo sus imágenes flotaban por la calle, quedando luego incrustadas entre el lodo.

Cuestión de minutos

La pesadilla comenzó para el pueblo cuando el barranco local se desbordó y el agua avanzó a paso torrencial. La iglesia, situada a solo 100 metros, fue de las primeras afectadas: “Estaba el Santísimo expuesto antes de la misa. Yo, antes de celebrarla, pasé por allí y vi que el desastre estaba a punto de llegar al templo. Entré corriendo y pedí a los fieles que se fueran a casa. Guardé el cáliz en la custodia y cerramos. Lo hicimos todo corriendo, pero el agua ya estaba entrando”.

El sacerdote subió a su hogar, situado justo encima de los locales parroquiales. Todo iba por momentos: “Me asomaba y veía cómo el agua subía por los escalones, uno a uno. Desde la terraza ya se apreciaba cómo una riada de coches pasaba flotando a toda velocidad. Pronto, el nivel del agua alcanzaría los dos metros y medio. Hasta que el torrente inundó por completo los locales y rompió las puertas de la iglesia”.

Un día incomunicado

Al día siguiente, Civera no pudo salir a la calle, pues tenía el acceso cortado. Cuando pudo hacerlo, 48 horas después, se encontró con una imagen dantesca: “El templo estaba con medio metro de lodo y todas las imágenes que seguían en el interior estaban tiradas en una nave lateral. En la central no había nada. Nada. Los propios bancos estaban en la calle y tuve que ir suplicando a la gente que pasaba por allí que me ayudara a meterlos dentro antes de que se los llevasen los servicios de limpieza”.

Con emoción, el párroco agradece “el compromiso de tantos voluntarios, la inmensa mayoría, jóvenes. A los tres días, a las siete y media de la mañana, había 50 jóvenes en la puerta de la iglesia que habían venido a ayudar. Todo el pueblo se llenó de gente el fin de semana, viniendo en total unas 600 personas a echar una mano en lo que fuera. Muchos vinieron del vecino Torrent, pero llegaron de toda Valencia. Y la respuesta sigue… Esta misma mañana, a las cinco y media de la madrugada, se ha presentado en mi casa un buzo rescatista de León que ha venido con toda la equipación necesaria y que ha vaciado el agua del ascensor y nos ha ayudado a limpiar las paredes del templo”.

Necesidad de oración

A nivel espiritual, esta está siendo una experiencia muy especial: “Pese a estar el templo asolado, soy consciente de la importancia de la fe y la oración en un momento como este, así que, aunque algunos me han criticado y han dicho que ‘no está la cosa para misas’, el domingo me dije que había que celebrarla como fuera, y en nuestra propia iglesia. Adecentamos como pudimos el altar y pusimos encima una imagen de la Inmaculada. El resto, estaba vacío y lleno de barro y suciedad. Pensaba que vendrían cuatro personas, pero acudieron 44. Fue una ceremonia muy emocionante. La gente, al pasar y ver cómo estaba la iglesia, lloraba y susurraba: ‘No hay nada’”.

Y es así… “Antes, teníamos una iglesia antigua y preciosa. Y contábamos desde hacía poco con unos locales parroquiales nuevos y muy modernos. Ahora, solo tenemos el altar y dos velas”. Pero, con todo, la espiritualidad brota a raudales: “Esta tarde, ya de noche, hemos celebrado la eucaristía. Estaba todo a oscuras… Los fieles iluminaban con sus móviles. Y yo tenía una linterna sobre la cabeza… Todos hemos pensado en los primeros cristianos que celebraban su fe escondidos en las catacumbas de Roma”.

Acompañamiento humano y espiritual

Por ello, Civera tiene claro que, junto a la ayuda material, hay que ofrecer acompañamiento humano y espiritual: “La gente tiene mucha necesidad de la oración. Saben que es nuestra fuerza, y más en un momento así. Urge el consuelo de una fe viva. Lo experimenté en cuanto pude salir a la calle. Me encontré a una chica que, llorando, me pidió que fuera a ver a sus padres. Su casa había sido arrastrada por la corriente y no les quedaba nada, ni las paredes. Ese rato con ellos, de charla, les ayudó mucho”.

Lo mismo ha experimentado “con las personas mayores, a las que voy visitando poco a poco en su casa. Necesitan ese consuelo. Muchos te preguntan: ‘¿Cómo es posible que Dios permita esto?’. Y realmente no puedes responderles nada, pero sí asegurarles que ‘Dios está con nosotros y es nuestra fuerza’”.

La ayuda de un matrimonio de Suiza

Con todo, el sacerdote valenciano es testigo de auténticas historias del alma: “Hay tres parroquias que se han ofrecido a ayudarnos con donativos. Pero el caso más impactante es el de un matrimonio de Suiza que estuvo en su día en nuestra iglesia y que se fascinó con ella. Me han escrito recordándome la misa tan especial que entonces vivieron aquí y nos han hecho una aportación económica”.

En este sentido, Civera, consciente de que la suya es “la iglesia más dañada de toda Valencia”, reclama ayuda a través del portal ‘Dono a mi Iglesia’. Cualquiera que entre en este espacio institucional de la Conferencia Episcopal Española, puede mandar una ayuda directa a una parroquia en concreto. Si nos apoyan en este momento, se lo agradeceremos siempre, pues, realmente, no sé qué vamos a hacer… Aún tenemos que hacer frente a los 4.000 euros mensuales que tenemos de cuota por unos locales parroquiales de los que ya no queda nada. Y el templo como tal está destrozado. Ahora no puedo pensar en ello, pues hay otras prioridades, pero me da miedo pensar en lo que pasará cuando esto pase”.

Porque cree que, “como pasa siempre en desgracias como esta, se olvidarán de nosotros. En un primer momento, aflora la solidaridad, pero, luego, habrá otras noticias y, como les pasó a las víctimas del volcán de La Palma, nos quedaremos solos”. Para una parroquia como la suya, “en un momento en el que no hay colectas y por lo tanto no recibimos nada”, esto puede ser devastador.

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