Eduardo Agosta Scarel, carmelita argentino que dirige el Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española (CEE), ha escrito un significativo artículo en la web del organismo eclesial en el que, “como climatólogo de profesión”, trata de valorar el alcance e impacto de la DANA (gota fría) que ha devastado Valencia.
En este sentido, advierte que “hace tiempo que los climatólogos observamos con preocupación el calentamiento anómalo del Mediterráneo”. Así, puesto que “uno de los factores clave que contribuyen a la intensidad singular de las tormentas asociadas a una DANA es el contenido de humedad de las parcelas de aire que conforman los sistemas de tormenta”, no se puede obviar que “el principal proveedor de humedad en Levante es el Mediterráneo, cuya temperatura este otoño es muy superior a lo típicamente esperado”.
Con todo, “la DANA de la noche del 29 de octubre”, por su “severidad”, “sorprendió a los habitantes de Valencia”, acostumbrados a gotas frías de este tipo, pero no con tal intensidad. Y es que ha habido datos impactantes, como “registros de precipitación mayores a 180 litros por metro cuadrado en una hora o un acumulado diario superior a los 770 litros por metro cuadrado”, como ha ocurrido “en Turís, seguido de Chiva”.
Por otra parte, “hay estudios que indican que, a nivel hemisférico, en las últimas décadas, las DANAS han incrementado su frecuencia”. Pero “esto afectaría más la parte oriental del Mediterráneo (Italia, Grecia), y cualquier cambio en este sentido es casi inobservable en nuestra región”.
En consecuencia, “es muy probable que el motor principal de esta singular DANA sea el calentamiento anómalo de las aguas del Mediterráneo. Ya llegarán los estudios refinados para adjudicar con detalle científico las causas físicas del fenómeno y su atribución al cambio climático; no obstante, la primera evidencia apunta en este sentido”.
Así, “este dramático acontecimiento de la naturaleza nos revela dos cosas. Primero, a pesar de nuestras creencias, estamos lejos de estar bien preparados para mitigar y adaptarnos a las consecuencias adversas de un clima que está cambiando. Segundo, es absurdo pretender ignorar las advertencias precautorias del conocimiento científico sobre un problema tan complejo como es el clima y sus derivados. La realidad se impone”.
Con el fin de que haya un “aprendizaje” que nos lleve a “buscar caminos nuevos”, Agosta apela a la esperanza: “Ojalá que este bendecido país encamine todos sus esfuerzos por el lado de ser mejores y que esta catástrofe sufrida por los hermanos del Levante español nos aúne aún más”.