“Llevamos una semana, pero siento que ha pasado un mes”. Clara Medina, religiosa salesiana misionera, intenta estirar las horas como puede para repartir comida, visitar enfermos y achicar agua. “Y lo que queda por venir”, advierte cuando contempla los daños provocados por la DANA. Pero, sin caer en el desánimo: “Cuando piensas en los demás y desde Dios, no hay cansancio”.
El temporal le sorprendió en su comunidad, en Alcira. “Pronto, empezamos a ver por la televisión los daños en Catarroja o Chiva, pero no se decía nada de Algemesí, que está a cinco kilómetros”. La mañana después de la realidad el silencio sobre el pueblo de al lado le empezó a preocupar, hasta que comenzaron a llegarles de algunos amigos la noticia de que la localidad estaba prácticamente aislada y sus vecinos se sentían abandonados.
“No nos quisimos lanzar como locos, porque no sabíamos si estaba prohibido acceder. Avisé a Cáritas y al equipo de sacerdotes con el que trabajamos para ir por libre, nos dieron el visto bueno, cogimos el coche y nos acercamos hasta donde pudimos”. Al poner un pie en Algemesí, constató el alcance de la riada. “Providencialmente llegamos a la parroquia Pío X y nos pusimos a limpiar, pero de inmediato comenzó un goteo constante de gente que pedía ayuda, porque no tenían ni agua ni comida, porque había ancianos solos en las casas, enfermos sin atención…”. Clara y su comunidad comenzaron a visitar a unos y a otros, a la vez que comenzaba su lucha particular contra el lodo de la parroquia. “Tal era la situación que íbamos familia por familia que nos avisaban para comprobar si estaban incomunicados, si estaban vivos o no…”.
Una vez que lograron limpiar todo el templo, asegura que “sin quererlo se convirtió en un centro de ayuda para todo el barrio, porque se corrió la voz de que teníamos alimentos y bienes de primera necesidad”. Todavía hoy Clara sigue sorprendida de “la generosidad y austeridad de la gente”. La religiosa tiene grabado a fuego cómo “una señora de 89 años que visité, me contó que estuvo comiendo solo leche con pan de molde durante dos días”. “Me comprometí con ella a llevarle unas lentejas calentitas y, cuando se las di, me dijo que con ese envase tenía para tres o cuatro días, que nos centráramos en otros que necesitaban más ayuda”, comparte emocionada.