“Vosotros sois los que dais vida, dais fuerza y os apartáis del infinitivo de los verbos para hacerlos realidad”. Con la mirada puesta en el auditorio, Pedro Huerta clava sus ojos en quienes lo abarrotan. En los cerca de dos mil educadores que le contemplan desde el graderío y que son el rostro visible de los 104.965 trabajadores de los 1.959 centros educativos de la Iglesia, donde estudian más de 1,2 millones de alumnos españoles. A ellos se dirige en la clausura del XVII Congreso de Escuelas Católicas, que entre el 7 y el 9 de noviembre se ha celebrado en Madrid bajo el lema Ser, estar, educar… con nombre propio.
El secretario general de esta plataforma eclesial resumía así tres intensos días de ponencias, coloquios y espacios de expresión artística, entre ellos la actuación de la cantante Diana Navarro o el mago José Ruiz. En cada una de estas propuestas se ahondó en la necesidad de que la escuela no solo estructure tiempo y espacio, sino personas, y en la que cada uno cuenta. Y mucho. “Todos aquí somos, estamos y educamos de una manera u otra, pero siempre imprimiendo un carácter único e irrepetible con nombre propio”, remarcó en su alocución de envío la directora del congreso, Victoria Moya.
En la misma línea se expresó Alfonso Carrasco Rouco, obispo de Lugo y presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura en la eucaristía de envío. Ya en la apertura del congreso, el presidente de los obispos, Luis Argüello, centró su mensaje en poner en valor cómo el trabajo de los colegios católicos forma parte de la dinámica de la “sinodalidad” promovida por el papa Francisco. De la misma manera, instó a los docentes a “ayudar a los alumnos y alumnas a descubrir su nombre concreto, ayudarles a descubrir quiénes son y para quién son”.
Entre las intervenciones más destacas de este foro educativo, sobresalió la voz de Nando García Sánchez, filósofo, teólogo y provincial de la Inspectoría Salesiana Santiago el Mayor, que reivindicó la necesidad de construir una “escuela con alma”, que sea capaz de comprender y cultivar una mirada contemplativa.
Desde su experiencia personal, el religioso ahondó en esas “máscaras” que impiden al maestro salir al quite de las necesidades de sus alumnos, como la inmediatez que genera insatisfacción, la prisa que evita la reflexión y el funcionalismo que nos reduce a estructuras educativas. “Debemos quitarnos esas máscaras para ser una escuela de sabiduría para la vida”, expuso García, echando mano de la imagen del “hospital de campaña” del papa Francisco para instar a los docentes presentes en el congreso a “prevenir las enfermedades espirituales y morales de la sociedad”.