El encargo de Francisco a la Iglesia, los gobiernos y a cada uno: “Por favor, no nos olvidemos de los pobres”

Somos nosotros los que podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado”, alertó el Papa en la Jornada Mundial de los Pobres

El papa en la Misa de la Jornada Mundial de los Pobres 2024

La basílica de San Pedro en el Vaticano ha acogido este 17 de noviembre la eucaristía presidida por el papa Francisco de la 8ª edición de la Jornada Mundial de los Pobres. Una celebración que se produce dentro de una semana intensa con oportunidades en el entorno del Vaticano para los más necesitados. En concreto, este mediodía el pontífice comerá con 1.300 pobres en el Aula Pablo VI.



Ante el futuro incierto

En la homilía el Papa destacó el “anuncio de esperanza” que hace Jesús en el evangelio del día al anunciar que “en la hora de la oscuridad y la desolación, justo en el momento en que todo parece derrumbarse, Dios viene, Dios se hace cercano, Dios nos reúne para salvarnos” aunque sea en mitad de la “angustia”. Esta, para Francisco es “un sentimiento extendido en nuestra época, donde la comunicación social amplifica los problemas y las heridas, haciendo que el mundo sea más inseguro y el futuro más incierto”.

El papa en la Misa de la Jornada Mundial de los Pobres 2024

El papa en la Misa de la Jornada Mundial de los Pobres 2024

“También hoy vemos el sol oscurecerse y la luna apagarse, vemos el hambre y la carestía que oprimen a muchos hermanos y hermanas, vemos los horrores de la guerra y las muertes inocentes. Frente a esta realidad, corremos el riesgo de hundirnos en el desánimo y dejar pasar inadvertida la presencia de Dios dentro del drama de la historia”, alertó el pontífice. Una situación, prosiguió, en la que “incluso la fe cristiana se reduce a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y no produce ningún compromiso concreto en la caridad. Y mientras una parte del mundo está condenada a vivir en los sectores marginales de la historia, al tiempo que crecen las desigualdades y la economía castiga a los más débiles, mientras la sociedad se consagra a la idolatría del dinero, sucede que los pobres y los excluidos no pueden hacer otra cosa que continuar esperando”.

Una fe comprometida

Ante este panorama, destacó Francisco, Jesús “enciende la esperanza. Nos abre completamente el horizonte, alargando nuestra mirada para que aprendamos a acoger, incluso en la precariedad y en el dolor del mundo, la presencia del amor de Dios que se hace cercano, que no nos abandona, que actúa para nuestra salvación” ya que “el poder de su resurrección destrozará las cadenas de la muerte, la vida eterna de Dios surgirá desde la oscuridad del sepulcro y un mundo nuevo nacerá de los escombros de una historia herida por el mal”. “No es solo tirar una moneda en las manos de un mendigo, hay que tocar sus manos y mirar a sus ojos”, reivindicó el Papa.

Para el Papa “nosotros estamos llamados a leer las situaciones de nuestra historia terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca”. “Somos nosotros los que podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado”, reclamó. “Es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte”, añadió ya que “la esperanza cristiana que ha llegado a su plenitud en Jesús y se realiza en su Reino, necesita de nuestro compromiso, de una fe que opere en la caridad, de cristianos que no se hagan los desentendidos”, una fe que es “mística de ojos abiertos” como decía el teólogo J-B. Metz. También confesó que hay una foto de un fotógrafo romano de una mujer que pide limosna a la puerta de un restaurante en Roma en pleno invierno junto a una pareja bien abrigada.

“No debemos fijarnos sólo en los grandes problemas de la pobreza global, sino en lo poco que todos podemos hacer en lo cotidiano: con nuestro estilo de vida, con la atención y el cuidado del ambiente en el que vivimos, con la búsqueda constante de la justicia, compartiendo nuestros bienes con los más pobres, comprometiéndonos social y políticamente para mejorar la realidad que nos rodea”, apeló Francisco. Esto, añadió, “podría parecernos poca cosa, pero nuestro poco será como las primeras hojas que brotan de la higuera, una anticipación del verano que se acerca”. “Lo digo a la Iglesia, lo digo a los gobiernos de los Estados y a las Organizaciones internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de los pobres”, concluyó.

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