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Puccini, entre lo secular y lo sagrado





Giacomo Puccini (Lucca, 1858-Bruselas, 1924) nació con un destino que parecía insalvable: ser maestro de cámara del duomo de San Martino, la catedral de Lucca, la ciudad toscana donde nació “el último príncipe”, como lo califica Laia Falcón. “Hijo de una larga estirpe de músicos serios y honorables, cambió su destino firmado de organista de iglesia por un exuberante circo de faranduleras arrepentidas, bohemios al amanecer, intrigas palaciegas y princesas de la China. Sus doce óperas parecen trazar un paseo de resumen por todos los parajes que más habían fascinado al XIX”, expone la soprano y profesora de la Complutense.



Los Puccini fueron durante cuatro generaciones maestros de cámara, organistas y directores del coro de “la apabullante catedral de Lucca”, como la describe Falcón. Eran toda una institución, como ‘La última cena’ de Tintoretto o ‘La sagrada conversación’ de Ghirlandaio, dos de sus más célebres obras de arte. “Criado desde la infancia en una educación musical rigurosa y exigente –añade–, Puccini fue sentado en la banqueta de un monumental órgano de iglesia mucho antes de que sus pies llegaran siquiera a rozar los pedales, pero esto no facilitó que sus inicios en el mundo lírico fueran los de un niño prodigio ni que se convirtiera en uno de esos genios que componen cuatro óperas por año”. Ni mucho menos.

El padre, Michele, murió en 1864, cuando Giacomo, el único varón entre cinco hijas, tenía solo 5 años. El Ayuntamiento de Lucca contrató entonces a su tío, Fortunato Magi, como maestro de cámara, con la condición de que formara al niño y que, “cuando estuviera a punto”, le cediera el puesto: el mismo que habían ocupado, además de su padre, su abuelo Domenico, su bisabuelo Antonio y su tatarabuelo Giacomo.

A los 14 años, ya se ganaba la vida como organista de varias iglesias de Lucca. La historia familiar proseguía. Pero se interpuso Verdi; más bien, una versión de ‘Aida’ que Puccini vio en Pisa con apenas 18 años. Y ya nada fue igual. Aunque nunca se olvidó de Lucca, de la Torre del Lago –donde construyó su casa y hoy está su museo– y de la fe católica. En 1880, cuando aún faltaban cuatro años para Las Villi, primera de sus doce óperas, estrena en la iglesia de San Paolino de su ‘Messa a quattro voci’ con orquesta, compuesta como tesis final de los estudios musicales en Lucca antes de ingresar en el Conservatorio de Milán.

A su profesor, Carlo Angeloni, no le gustó, y le reprochó que la Messa estaba más cerca de lo teatral que de lo sacro. Permaneció oculta en la Biblioteca del Instituto Puccini de Lucca hasta que reapareció en 1952 en Chicago, rescatada por el padre Dante del Florentino, íntimo amigo de Puccini. La primera edición de la partitura, publicada en 1952 por Mills en Nueva York, fue bautizada como ‘Misa de Gloria’, aunque Puccini pone música a la misa al completo: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus/Benedictus y Agnus Dei.

Un paso hacia la modernidad

El director Ivan Repusic, quien acaba de grabarla con la Orquesta de la Radio de Múnich y el Coro de la Radio de Baviera, señala que “la de Puccini tiene una diferencia: la riqueza típica de las melodías también se puede encontrar más allá de la ópera, aquí en el marco de una misa en latín”. Pese a su temprana composición, es tan Puccini que el compositor nunca se olvidó de su Messa y la reescribió en sus óperas. El viejo profesor Angeloni llevaba razón, y Puccini había driblado su destino como maestro de cámara del duomo para adentrarse en la modernidad, dotando a la música de “espectacularidad” para todos los públicos.

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Etiquetas: ópera
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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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