La Guerra Fría tuvo su reflejo en El Salvador, que, entre 1979 y 1992, sufrió una de las guerras civiles más dramáticas de Centroamérica. El enfrentamiento entre el ejército nacional, apoyado por Estados Unidos, y distintas guerrillas comunistas sostenidas en buena parte por la Unión Soviética, dejaron un terrible saldo: más de 75.000 muertos, 15.000 desaparecidos y más de un millón de personas obligadas a abandonar su hogar, entre desplazados internos y exiliados.
La Iglesia no fue indiferente y muchos pastores criticaron al Gobierno salvadoreño por las constantes vulneraciones de los derechos humanos. Un grito profético que se tradujo en un precio de sangre, siendo asesinados, en 1977, el jesuita Rutilio Grande, o, en 1980, Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, tiroteado mientras celebraba la misa. Ambos fueron puestos en la diana por el Ejecutivo, cumpliendo esa ilegal ejecución los escuadrones de la muerte.
Los mismos que, el 16 de noviembre de 1989, entraron en el campus de la Universidad Centroamericana (UCA) y tirotearon mortalmente a seis jesuitas, a la cocinera de la Universidad y a su hija, ambas campesinas. Entre las víctimas, la de más renombre era el vasco Ignacio Ellacuría.
En el 35º aniversario del asesinato de los conocidos como mártires de la UCA, un equipo de Manos Unidas se ha desplazado a San Salvador y ha participado en los actos de homenaje, facilitando a Vida Nueva diversos testimonios recabados. Entre ellos, el de José María Tojeira, jesuita español en San Salvador y que fue rector de la universidad entre 1997 y 2010.
En una conversación en el “jardín de las rosas”, donde se produjo el crimen, el religioso destaca que, “aunque quisieron matar las ideas y el pensamiento, no lo consiguieron. Al contrario, lo reforzaron. La apuesta de los jesuitas era por la justicia y por la paz, trabajando siempre por los más pobres. Que los mataran hizo que ese compromiso cobrara más fuerza, dentro y fuera del país. Matar un pensamiento solidario siempre produce oleadas de solidaridad”.
Un legado que hoy tratan de hacer vivo, “trabajando por la paz con justicia en todo el país. Aquí hay gente espléndida y queremos que lo bueno de El Salvador sea lo que organice la sociedad. Es el ideal de estos mártires o el de monseñor Romero, así como el de tantos laicos que dieron su vida por la paz con justicia en el país”. En este sentido, “cada aniversario en el que les recordamos es un acicate para seguir viviendo con fidelidad y amor en esa tarea común”.
Otro testimonio es el de Raquel Carballo, responsable de Proyectos de Manos Unidos en Centroamérica. Tras participar en una vigilia de oración con el lema ‘Sembramos esperanza para cosechar libertad’, reivindica que “esto recoge perfectamente el trabajo que tratamos de desarrollar en El Salvador. A lo largo de todo el país, acompañamos procesos de desarrollo, sembrando esperanza de muchas maneras: tratando de sostener la seguridad alimentaria, apoyando iniciativas de economía solidaria, defendiendo los derechos de las mujeres y luchando para paliar la violencia que sufren, protegiendo el medioambiente… En definitiva, luchamos contra la pobreza y sus causas”.
El contexto no es de violencia, como hace 35 años, “pero sí de abandono. Las comunidades locales a las que acompañamos sufren la falta de apoyo por parte de las autoridades nacionales. Hay un incremento de la pobreza que, en su mayor parte, se debe a la ausencia de políticas sociales. Un abandono gubernamental que realmente afecta a la población”.
Así, “frente a la imagen de progreso que se vende fuera” por parte del Ejecutivo de Nayib Bukele, “con muchas infraestructuras para el turismo”, nos encontramos “con otro El Salvador, el de una población que tiene que luchar por sí misma para salir adelante”.
De ahí que Carballo llame a “cosechar libertad”; lo que pasa “por fortalecer el tejido social de las comunidades, incitando a la participación ciudadana y a conocer y analizar permanentemente el contexto en el que viven, defendiendo los derechos fundamentales de las personas”.
Un reto en el cual es clave “trabajar de la mano de las organizaciones sociales que trabajan en el país. Manos Unidas no lo puede hacer sola. Necesitamos coordinación para trabajar por una vida digna de todos”.
Fotos: Claudia Munaiz (Manos Unidas).