El Museo del Prado, en colaboración con la Fundación AXA, inaugura la exposición ‘Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro’, que busca poner en valor la escultura policromada del Barroco en España. La muestra explora cómo la escultura y la pintura se complementaban para generar un impacto sensorial y devocional sin precedentes. Abre al público este martes, 19 de noviembre, hasta el 2 de marzo de 2025.
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Comisariada por Manuel Arias Martínez, Jefe del Departamento de Escultura del Museo Nacional del Prado, la exposición reúne casi un centenar de piezas de grandes maestros de la escultura barroca como Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo, Juan Martínez Montañés y Luisa Roldán, entre otros. Junto a estas esculturas, se incluyen pinturas y grabados que reflejan el protagonismo del color en la escultura y destacan su relevancia como herramienta para transmitir los afectos y la espiritualidad en el arte sacro.
La exposición también presenta cinco esculturas de madera policromada recientemente adquiridas por la pinacoteca, que se muestran por primera vez al público: ‘Buen y Mal ladrón’, de Alonso Berruguete; ‘San Juan Bautista’, de Juan de Mesa; y ‘José de Arimatea y Nicodemo’, una pieza que forma parte de un Descendimiento castellano bajomedieval. Estas nuevas adquisiciones enriquecen las colecciones del museo y subrayan la importancia de la escultura policromada como una forma de expresión artística integral, que unía el volumen y el color para generar una experiencia visual y emocional única.
Instrumento de persuasión religiosa
La muestra profundiza en el fenómeno de la escultura policromada en la España del Siglo de Oro, un arte que se convirtió en un instrumento esencial para la predicación religiosa y que jugó un papel clave en la devoción popular de la época. En un contexto de fuerte religiosidad católica, la escultura, junto con la pintura, contribuía a crear una experiencia sensorial que iba más allá de la contemplación estética. Según el teórico Antonio Palomino, la escultura y la pintura, al “darse las manos”, formaban un “prodigioso espectáculo” que apelaba a los sentidos y al alma de los fieles.
Las esculturas policromadas eran concebidas no solo como representaciones artísticas, sino como representaciones vivas de lo divino. Como afirmaba el benedictino Gregorio de Argaiz en 1677, la escultura es “un cadáver”, pero es la pintura la que le da “alma, vida y espíritu”, otorgando a las figuras esculpidas la energía emocional y trascendental que las convertía en poderosas herramientas de devoción. El color, lejos de ser un mero acabado, era esencial para que la pieza alcanzara su totalidad y cumpliera su función religiosa.
Escenografía y teatralidad
La exposición no solo presenta las obras, sino que crea una espectacular escenografía que invita al visitante a adentrarse en el mundo de la escultura devocional barroca. La teatralidad de las composiciones, la gestualidad dramática de los santos y las vírgenes, así como la deslumbrante vistosidad de los ropajes esculpidos o de telas reales, crean una unidad escénica llena de significado religioso. Este arte tenía como objetivo conmover a los fieles, acentuar los valores dramáticos de la Pasión y la vida de los santos, y fomentar la piedad y la oración.
‘Darse la mano’ también aborda cómo las distintas formas de expresión artística en la Edad Moderna se interrelacionaban. La escultura no solo se complementaba con la pintura, sino también con estampas que ayudaban a difundir devociones populares, velos de Pasión que imitaban retablos, y pinturas que, con un ejercicio ilusionista, reproducían imágenes escultóricas en altares. En este sentido, la exposición revela cómo la sinergia entre las artes, especialmente entre escultura y pintura, enriqueció la experiencia religiosa de la época.