América

Cuando la fe se contagia “con la marimba”





A los 16 años, el gaditano Luis Jiménez Fernández experimentó “mi verdadero encuentro con Dios”, sintiendo de un modo “muy intenso” su abrazo “a Jesucristo”. Así, “entré en el llamado seminario de vocaciones tardías de Sevilla”. Allí, tras dos cursos estudiando Filosofía, llegó el cincelado definitivo de su vocación: “Vino a darnos unos ejercicios espirituales el padre Enrique Crespo, misionero de la Consolata, y ahí descubrí mi vocación misionera. Sentí fuertemente que mi vida estaba llamada a la evangelización de los pueblos, a la misión sin fronteras, y entonces entré en el seminario de los Misioneros de la Consolata, en Madrid”.



Una vez concluida su formación como misionero, “el gran día fue cuando me comunicaron que mi envío sería a Tanzania. No tenía mucha idea sobre ese pueblo y me puse a descubrir sobre su lengua swahili, su cultura y sus costumbres. Poco a poco, comencé a ver dónde estaba llamado a compartir mi vida y mi fe cristiana”.

Wahehe, wakinga, wabena y masáis

Echando la vista atrás, “mi experiencia de 20 años en Tanzania ha marcado mi vida para siempre. Entendí cómo los pobres me evangelizan y cómo me tenía que dejar evangelizar por los pobres, los preferidos de Jesús. Y supe que, cuando uno llega a la misión, no va solo a evangelizar, sino a ser evangelizado. Compartí mi fe con diversas culturas tanzanas, como los wahehe, los wakinga, los wabena y los masáis, y de todas ellas aprendí algo nuevo”.

En ese sentido, “descubrí que mi cristianismo, impregnado de la cultura europea y española, no era precisamente la única ni la mejor referencia, pues las tribus con las que compartí me enseñaron que hay otras formas y estilos de entender y creer en un Dios padre y en un Jesús hermano, porque cada cultura, en su religiosidad originaria, tenía una riqueza inmensa que completaba al mismo tiempo mi propia fe y mi forma de relacionarme con Dios”.

Luis Jiménez, misionero de la Consolata en Chiapas, cuando estuvo en Tanzania

Dos siglos de trabajo previo

En Tanzania “viví de forma particular la adaptación de la liturgia a la cultura africana. Hoy, el Papa nos anima a que adaptemos y acerquemos la liturgia a las características y riquezas de la cultura local. Pero, en mi contexto de entonces, ya los misioneros llegados a principios del siglo XIX, dominicos y misioneros de la Consolata, habían hecho un esfuerzo por introducir en la liturgia las lenguas y dialectos locales, así como las costumbres de danzas y ritos ancestrales, que no tenían ninguna contradicción con la liturgia romana; más bien, al contrario, pues enriquecían extraordinariamente nuestra liturgia, mucho más austera, seria y poco expresiva”.

Como comprobó de primera mano, “la liturgia africana (tanzana, pero también otras, como la congoleña, la costamarfileña o la sudafricana) recoge los sentimientos más profundos de las poblaciones. En ella, la alegría se expresa en el canto y el colorido de sus vestidos, imitado en los ornamentos litúrgicos. También en la danza, mostrando el movimiento del cuerpo el estado de ánimo. El ofertorio, en definitiva, es la expresión más significativa de esa cultura originaria, como se aprecia en el culto a los muertos, con velas, fuego, danzas o alimentos. Y nada de ello tiene ninguna contraindicación con la liturgia llamada romana, que algunos reivindican como la auténtica e inmutable”.

Regalo papal

Tras pasar dos décadas en Tanzania y otro tiempo más en España, donde fue delegado de Misiones en la Diócesis de Málaga, Jiménez empezó hace seis años otra etapa clave en su vida: “Di un gran salto cruzando el Atlántico y estoy en Tuxtla, la capital del estado mexicano de Chiapas”. A nivel eclesial, “pertenecemos a la Diócesis de San Cristóbal de las Casas”, cuya Iglesia local acaba de recibir un gran regalo del papa Francisco al reconocer algunas adaptaciones litúrgicas para la celebración de la misa con los pueblos indígenas tzeltal, tzotzil, ch’ol, tojolabal y zoque.

Algo que el misionero español aplaude, pues, “aunque en México, en general, son muy ritualistas en la liturgia, cada vez más se trabaja por introducir la riqueza de los pueblos originarios, conscientes de que la liturgia romana es demasiado estática y poco participativa”. Lo que contrasta con lo que él vive aquí, “donde he podido vivir eucaristías tan vivas que emocionan y elevan el espíritu al más insensible”.

Valorar su propia cultura

Mucho más al tener en cuenta que “el pueblo mexicano es muy rico en etnias. Desde aquel pueblo maya tan desarrollado en su tiempo, pasando por los tsotsiles, los zoque o los tzeltales, con los que estoy trabajando pastoralmente, tienen una riqueza que hay que reconocer que aún no hemos descubierto del todo. Igualmente, es una pena que ellos mismos, por razones históricas, no valoren su propia cultura y a veces se escondan al tener el complejo de ser una raza inferior frente a llamados güeros, blancos procedentes de Europa o de América del Norte”.

Aun así, “la liturgia mexicana y, especialmente la de San Cristóbal, es inmensamente rica, alegre y adaptada a las diferentes culturas indígenas. La introducción de las lenguas originales es un hecho desde hace ya años. Eso tiene su reflejo en la traducción de la Biblia, los libros litúrgicos y los cantos”. Lo que refleja el alma de unos pueblos “que tienen sus sentimientos a flor de piel, tanto la risa como el llanto, y los expresan con gran facilidad, en las formas corporales y los gestos. Todo está integrado en la liturgia, que se celebra con palmas, cantos y músicas originales”.

El papel clave de las mujeres

Con todo, Jiménez valora que “hay algo más importante: la presencia de la mujer como ministro extraordinario. No solo da la comunión a los enfermos, sino que celebra la adoración eucarística en el mismo altar, ofrece su homilía y, sin la presencia del sacerdote, lleva adelante toda la celebración. Esta es plenamente aceptada por la comunidad cristiana. Por ello, pienso que, si un día tuviéramos diaconisas, el pueblo lo vería totalmente normal”.

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