El obispo de San Cristóbal de Las Casas y administrador apostólico de Tuxtla Gutiérrez, Rodrigo Aguilar Martínez, comparte con ‘Vida Nueva’ su satisfacción tras conocerse que el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha aprobado las adaptaciones litúrgicas para la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
PREGUNTA.- ¿Qué beneficios traerá la aprobación de estas adaptaciones litúrgicas para los fieles de su diócesis?
RESPUESTA.- Se trata del reconocimiento oficial de la Iglesia a esas adaptaciones, que se aprueban como válidas y legítimas; son liturgia de la Iglesia, y no solo usos y costumbres que se vean con desconfianza. Esto es muy significativo, pues es el segundo caso en toda la historia posconciliar en el que se aprueban adaptaciones litúrgicas; el otro fue para las diócesis del Zaire, en África. Estos ritos son una forma de encarnación de la fe en expresiones muy propias de estas culturas. No los inventamos nosotros, sino que asumimos lo que los pueblos originarios viven y que está en armonía con el rito romano. Si en algunas costumbres indígenas hay desviaciones, podemos ayudarles a llegar a su plenitud en Cristo y en su Iglesia.
Estas adaptaciones litúrgicas se usan solamente en las comunidades de los pueblos originarios, que lo ven muy normal para sus tradiciones; no así con los mestizos, que no le encuentran sentido, no lo ven como propio de su cultura. Los sacerdotes y ministros que no pertenecemos a los pueblos originarios, pero queremos involucrarnos en su cultura y en su forma de celebrar la fe, vamos comprendiendo y participando de la riqueza de sus tradiciones.
El papa Francisco, en su exhortación Querida Amazonía, nos explicó que “un necesario proceso de inculturación no desprecia nada de lo bueno que ya existe en las culturas amazónicas, sino que lo recoge y lo lleva a la plenitud a la luz del Evangelio” (n. 66). Y añadía poco después: “Esto nos permite recoger en la liturgia muchos elementos propios de la experiencia de los indígenas en su íntimo contacto con la naturaleza y estimular expresiones autóctonas en cantos, danzas, ritos, gestos y símbolos. Ya el Concilio Vaticano II había pedido este esfuerzo de inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas, pero han pasado más de cincuenta años y hemos avanzado poco en esta línea” (n. 82).
P.- ¿Fue complicado el proceso de aprobación? ¿Por qué?
R.- En cierta manera, pero no diría que haya sido una complicación en el sentido de que no se quisiera aprobar lo que se solicitaba, sino que se pedía que precisáramos lo que queríamos. Para nosotros, mestizos, se requería entrar en el espíritu, en la mentalidad, de los pueblos originarios, que tienen una riqueza peculiar en su forma de reflexionar, de expresar su pensamiento y de celebrar su fe. Para ir entrando en esta cultura, veíamos que era importante valorar lo que nos concedía el Magisterio de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II hasta el papa Francisco.
Como dentro del Episcopado Mexicano (CEM) soy presidente de la Comisión de Diálogo Interreligioso y Comunión, he participado también en liturgias greco-melquita, maronita, anglicana, y veo la hermosa y gran variedad en el modo de vivir y celebrar la fe dentro de lo que ahora podemos llamar ‘espíritu de sinodalidad’.
En el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, nos hemos encontrado con obispos, sacerdotes y religiosas que son muy cuidadosos para que se conserve la fidelidad a la tradición católica, pero que también se adapte a las novedades de los pueblos, para que puedan mantenerse en comunión con la Iglesia católica y la liturgia universal, aprovechando al mismo tiempo lo que la renovación litúrgica va permitiendo.
Cuando presentamos estas iniciativas en la Conferencia del Episcopado Mexicano, íbamos con temor de ser rechazados. Con grata sorpresa, percibimos una reacción muy diferente: que lo que estábamos buscando para los pueblos originarios de San Cristóbal de Las Casas, les servía también para sus propios pueblos originarios.