Vaticano

Francisco proclama beata (sin milagro) a la española Juana de la Cruz: abadesa, predicadora… ¡y párroca!

El Papa da vía libre para el culto inmemorial a una toledana del siglo XV que encarna el liderazgo femenino dentro de la Iglesia





No hará falta milagro. El papa Francisco ha dispensado a sor Juana de la Cruz de este requisito habitual para subir a los altares. Según ha publicado esta mañana la Santa Sede, Jorge Mario Bergoglio ha dado vía libre para el culto de esta religiosa que nació en 1481 en lo que hoy es la localidad toledana de Numancia de la Sagra. Así, durante la audiencia del 25 de noviembre concedida al Cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, el Pontífice autorizó al Dicasterio a promulgar el decreto sobre la confirmación del culto inmemorial de esta monja profesa de la Tercera Orden de San Francisco, abadesa del convento de “Nuestra Señora de la Cruz” en Cubas de la Sagra, localidad de la Diócesis de Getafe. Junto a ella, también dio vía libre para la canonización de Pier Giorgio Frassati y la salesiana María Troncatti. De la misma manera, reconoció el martirio del sacerdote vietnamita Francisco Javier Tru’o’ng Bǚu Diệp y del laico congoleño Floribert Bwana Chui Bin Kositi.



Tal ha sido siempre la fama de santidad de Juana Vázquez Gutiérrez, que desde hace siglos se la conoce popularmente como Santa Juana. O lo que es lo mismo, el pueblo de Toledo ya ‘canonizó’ extraoficialmente a esta consagrada que ahora ve reconocidos sus méritos por parte de la Santa Sede. Incluso recibió culto público, pero tras el Concilio de Trento se limitó al no poder ser reconocida su santidad por “culto inmemorial” por no cumplirse los cien años que marcaban los decretos de Urbano VIII. Aun así, fue declarada venerable.

Reconocida y admirada

Aunque sus padres les habían preparado un matrimonio con un caballero, tal y como relata Alberto Royo, promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos, “vistiéndose con el traje de un primo suyo huyó de la casa paterna para realizar su deseo en el beaterio de Santa María de la Cruz, que ella convertirá en monasterio”.

Para el conocido como ‘abogado del diablo’, Juana de la Cruz fue “mujer de grandes dotes humanas y espirituales” que con 26 años “comenzó a mostrarse en ella el carisma de la predicación”. Primero comenzó con pláticas para sus monjas, pero pronto extendió sus reflexiones públicas a otros conventos y a gente de a pie. Tal era su autoridad que las crónicas certifican que acudían a escucharla desde el cardenal Cisneros al emperador Carlos V.

Buen ejemplo

De hecho, según relata Royo, “obtuvo para el Convento de Cubas de la Sagra del Cardenal Cisneros un extraño privilegio, esto es, el del ‘beneficio’ de la de la parroquia aneja al convento (que también fue elevado a “monasterio”), de modo que la potestad sobre dicha parroquia pertenecía a la abadesa y el que hasta entonces había sido párroco en realidad quedaba como capellán”.

Más allá de ser considerada una mujer vidente, se trató de un gesto de confianza por parte del cardenal Cisneros, en tanto que “había sido gran colaboradora suya en la reforma de los franciscanos españoles, concretamente de las monjas, a través de su buen ejemplo y sus predicaciones”.

Suspicacias varias

El propio promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos considera que aquella concesión cardenalicia hacia la monja “sin duda debió causar desasosiego en algunos eclesiásticos y de hecho, poco después de la muerte del prelado, algunos de dichos eclesiásticos intentaron privar a las monjas de Santa María de la Cruz del beneficio de la parroquia argumentando que ‘las mujeres, aunque fuesen religiosas, no eran suficientes para tener cura de almas’”.  La envidia de algunas religiosas, unida a otros intereses vinculados al poder, llevaron a destituir a sor Juana como abadesa. Murió el 3 de mayo de 1534.

Al analizar su trayectoria, Alberto Royo apunta que “algunos llaman a santa Juana ‘mujer empoderada’, usando esta expresión muy del gusto actual”. “Ciertamente lo fue”, ratifica, en tanto que “tuvo una autoridad institucional que no era común en su ambiente y en su tiempo, fruto de un privilegio particular, por lo que fue envidiada y odiada”. Es más, detalla que “usó dicho poder sabiamente y como servicio al bien de los demás, con la humildad y sencillez propias de una hija fiel de Francisco y Clara de Asís”.

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