La foto de familia de los Machado, una saga amplia, rica culturalmente hablando, escasa en cuanto a recursos económicos, nos ha llegado a lo largo de los años un tanto fuera de foco. Y era necesario ampliar ese campo visual, a veces tan ralo y pacato, apegado a medias verdades que, a fuerza de repetirse, han terminado por calar y hacerse fuertes. En 2025 se cumplen 150 años del nacimiento de Antonio Machado en Sevilla, que lo celebra con una ambiciosa exposición que reúne por vez primera los fondos de dos instituciones clave en el estudio machadiano: los fondos de la Fundación Unicaja y de la Institución Fernán González de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes.
Y lo hace en una de las dependencias del Palacio de Las Dueñas, donde pasó esa infancia en la que vio madurar el limonero. Hombre muy ligado a uno de sus hermanos, Manuel, diez meses menor, les unió la cuna, los cuentos de la abuela Cipriana, también pintora, y el ansia folclorista y estudioso de su padre. Después llegaría la distancia, la tierra de por medio, la ideología de cada cual.
A Antonio, como a Manuel, le forman su familia, la educación que recibe en la Institución Libre de Enseñanza (ILE) en Madrid, el espíritu del 98 –con ese dolor de España tan unamuniano–, el París de principios del siglo XX, Rubén Darío y el Modernismo, la República y la Guerra Civil, que le lleva de manera forzosa a cruzar la frontera y recalar en Colliure, donde muere exiliado sin poder despedirse del hermano del alma.
En la casa de los Machado lo intelectual bulle y el progresismo se respira. Antonio y Manuel serán compañeros de pluma, escribirán a cuatro manos y al tiempo cada uno será dueño de su propia obra: más universal la del autor de ‘Campos de Castilla’, injustamente tratada y valorada muchas veces la de Manuel.
En 1913, Antonio esboza su perfil en una autobiografía: “Mi vida está hecha más de resignación que de rebeldía; pero de cuando en cuando siento impulsos batalladores que coinciden con optimismos momentáneos de los cuales me arrepiento y sonrojo a poco indefectiblemente. Soy más introspectivo que observador y comprendo la injusticia de señalar en el vecino lo que noto en mí mismo. Mi pensamiento está generalmente ocupado por lo que llama Kant conflictos de las ideas trascendentales y busco en la poesía un alivio a esta ingrata faena. En el fondo soy creyente en una realidad espiritual opuesta al mundo sensible”.