África

Y Amel venció al machismo en Argelia: “Tengo una casa”





El misionero granadino José María Cantal Rivas llegó en 2002 a Argelia. En dos décadas de servicio en un país musulmán en el que es muy complejo predicar el Evangelio, este padre blanco ha tenido diversas tareas, siendo la principal la de ser rector de la Basílica Nuestra Señora de África, en Argel, la capital del país. Ahora, su reto es muy diferente y ha cruzado 800 kilómetros para vivir en Adrar, en pleno desierto, donde compartirá su fe con un puñado de cristianos.



Al partir, tiene en el corazón a muchas personas, aunque en su conversación con Vida Nueva evoca de un modo especial a Amel (nombre ficticio que significa “esperanza” en árabe), “que encarna un fenómeno, desgraciadamente, muy común en el país. Aquí, una mujer sola, no casada, es vista como una desvergonzada y una pecadora. Si no es ‘la esposa de’, ‘la hija de’ o ‘la madre de’, no es nada”.

El peso de los prejuicios

Ese prejuicio hace que en Argelia “sea difícil que se le alquile o venda una casa a una mujer sola. Si no viene un padre o un marido, el propietario da por hecho que el piso se va a convertir en un picadero o un lupanar y rechaza la propuesta. Lo mismo si lo intentan varias mujeres: piensa que son prostitutas para un burdel”.

En cuanto a Amel, “en la adolescencia fue abandonada por su familia, que prefirió apostar por su hermano. Su familia adoptiva sufrió la violencia terrorista de los años 90. Dejó la escuela a medias, pero lo retomó y, tras una breve formación en contabilidad, sacó unas oposiciones en la escala más baja de la administración. Animada por sus compañeras de trabajo, preparó y consiguió el ingreso en la universidad, donde obtuvo una licenciatura en Derecho Administrativo”.

Escasa recompensa

Aunque tanto esfuerzo tuvo una escasa recompensa: “A sus 51 años, su único trabajo ha sido en una escuela, con sueldo de algo menos de 100 euros. Durante 15 años, se ha visto obligada a vivir de prestado en un local del propio centro, siempre a merced de que el director pudiera cambiar de opinión o que este fuera sustituido por otro que no la apoyara”.

El padre blanco la conoció “en 2009, en una institución de la Iglesia donde, a pesar de todo, ella ayudaba en lo que podía. Me llamó la atención su mirada triste y que siempre estaba sola. Me impresionaron su lealtad y generosidad, así como su capacidad para trabajar: prácticamente sin ayuda, sacó la selectividad, la licenciatura y los test para preparar la especialidad; además de haber aprendido francés e informática”.

Petición de donativos

Fue así como, “hace ya 12 años, algunos empezamos con el sueño de poder comprarle una casita, pensando de un modo especial en cuando se jubile, pues ahí recibiría una pensión aún más pequeña y no podrá seguir viviendo en la escuela. Empezamos a pedir dinero aquí y allá, por todos lados. Pero llegaron las crisis económicas, en Argelia y España, y la pandemia, que lo complicó todo aún más”.

Con todo, el compromiso solidario de muchos (incluidos muchos suscriptores de esta revista que, al leer una tribuna de Cantal Rivas en nuestra web pidiendo donativos, se volcaron generosamente) hizo que al fin lo lograran: “Amel guardaba en una hucha todo lo que íbamos ahorrando y llegó un momento en que conseguimos cinco millones de dinares, unos 25.000 euros. Con eso, ha podido encontrar un pequeño apartamento y nosotros la hemos ayudado a cumplimentar toda la documentación para que ella fuera la propietaria legal”.

Muda durante media hora

Como rememora, “fue indescriptible la cara de Amel al tener en sus manos el papel que certificaba que el piso era suyo. Se quedó muda durante media hora y, después, empezaron a brotarle las lágrimas. Entonces, empezó a susurrar: ‘No me lo puedo creer, no me lo puedo creer…Tengo una casa, tengo una casa…’”.

Cantal Rivas también se siente feliz: “Me emociona la cantidad de gente que se ha fiado de mí y ha ayudado a esta mujer. Ha llegado al corazón esta historia y cada uno ha dado lo que ha podido, ya fueran 20 o 70 euros. Entre todos, hemos conseguido este milagro, sacando a una persona de la precariedad y facilitándole una dignidad para los últimos años de su vida. Nosotros somos hijos de Dios y no tenemos su capacidad para hacer milagros, pero hemos hecho uno… Los discípulos de Cristo, cuando aplicamos en Evangelio, somos lo más grande que hay en la Tierra”.

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