Lucas Marckmann Soto y Benjamín Murillo Toro fueron ordenados por el obispo de Rancagua en la Abadía Santa María de Miraflores
A los pies de la cordillera de Los Andes, la Abadía Santa María de Miraflores recibió a familiares y amigos de dos de sus integrantes que serían ordenados sacerdotes. También llegaron religiosos de la diócesis de Rancagua en la que está la abadía.
En un ambiente de profunda oración y mucha alegría, Guillermo Vera Soto, obispo de Rancagua, ordenó sacerdotes a Lucas Marckmann Soto, de 68 años, y Benjamín Murillo Toro, de 38, ambos integrantes de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia (OCSO). El obispo invitó a seguir orando por ellos, para que sean instrumentos de paz y esperanza en medio del pueblo de Dios.
Hugo Yáñez, sacerdote de la diócesis y secretario de la Vicaría Pastoral, presente en la Eucaristía, dijo al término de la ceremonia: «Es una bendición tener dos nuevos sacerdotes, especialmente monjes trapenses, en una comunidad que actúa como pulmón espiritual para nuestra diócesis. Aunque muchos no los conozcan, todos nos beneficiamos de su oración y testimonio».
Un momento especial que llamó la atención fue la ordenación del padre Lucas Marckmann, quien estuvo acompañado por su hijo y su nieto. «Es un caso especial», explicó Hugo Yáñez, «porque Lucas, tras enviudar y con hijos mayores, ingresó como monje, luego fue diácono y ahora sacerdote».
El lema cisterciense “Ora et labora” se encarna en la vida de estos nuevos sacerdotes, quienes ahora asumirán su ministerio desde la oración, el trabajo y la vida en comunidad, pilares fundamentales de la tradición trapense, ya que la comunidad debe sustentarse en mayor medida por el trabajo de sus propios monjes.
Con esta ordenación, la Abadía Santa María de Miraflores cuenta con 4 sacerdotes, entre sus 9 integrantes, y renueva su misión contemplativa al servicio de la Iglesia.
Los monjes trapenses llegaron a Chile en 1960, fundando en La Dehesa, al oriente de Santiago. Debido a la proximidad cada vez mayor del crecimiento urbano de la capital, en 1986, después de 8 años de preparación y búsqueda de terreno, el monasterio se trasladó a su actual ubicación en la precordillera de la diócesis de Rancagua, en la comuna de Codegua.
En 2012 el monasterio contaba con 25 monjes: 10 sacerdotes y 15 hermanos religiosos; además presentaba estabilidad en el lugar, madurez espiritual y humana, todo lo cual hizo que fuera elevado a Abadía.
En esa ocasión el obispo diocesano, Alejandro Goic, dijo que “un monasterio como éste es un testimonio de fe. Cada uno de los hermanos que aquí viven ha escuchado la llamada del Señor a un seguimiento radical y en totalidad. El monasterio nos muestra la primacía y centralidad de Dios. Es un don inmenso para toda la Iglesia, en particular, para nuestra Diócesis. Y el Abad en el monasterio es un padre que debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, esto es, debe enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras”.