La extensión de la violencia en Oriente Medio ha acabado llegando a Siria, donde, después 13 años de guerra civil entre el régimen de Bashar al-Assad, apoyado por Irán o Rusia, y distintos grupos rebeldes de carácter islamista encabezados por la organización Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que estaría respaldada por Turquía, estos últimos han tomado Alepo. Una maniobra que ha sorprendido al mundo, pues, después de muchos años en los que apenas había variaciones en el frente, tras una rápida ofensiva, se han hecho con el control de la segunda ciudad más poblada del país.
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Toda una bofetada al Ejecutivo de Al-Assad, que, por primera vez en mucho tiempo, ve tambalear su poder dictatorial. Y algo en lo que, a juicio de diversos expertos, tampoco ha sido ajeno el Gobierno de Estados Unidos del demócrata Joe Biden, a solo unas semanas de ceder su espacio en la Casa Blanca al republicano Donald Trump. No tanto por apoyar, aunque sea indirectamente, a elementos yihadistas, sino por hacerlo a las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), que también luchan contra el régimen. Hasta el punto de que, según ha confirmado Washington este martes 3 de diciembre, ha participado en un bombardeo contra milicias proiraníes, al noroeste del país.
Una maraña de intereses cruzados
En plena crisis, que evidencia una resonancia internacional en la que se pasman numerosos intereses cruzados, que tejen una complicada maraña, el nuncio en Damasco, el cardenal Mario Zenari, ha compartido el sentir de los cristianos sirios en una amplia entrevista con Vatican News.
Así, no duda en calificar como “trágicos acontecimientos” aquellos que han llevado a la caída de Alepo por parte de milicias yihadistas. Lo que no ocurría desde que, en 2016, esta fuera liberada, precisamente, de las fuerzas islamistas que la masacraron. Desde Damasco, el contacto del purpurado con la ciudad tomada es estrecho y percibe que “reinan el miedo, la inquietud y la incertidumbre”. En estas primeras horas, “la gente está encerrada en sus casas”.
La esperanza “está muerta”
Eso en lo relativo a los que se han quedado, pues muchos han huido. Y, “sin duda, el número de desplazados internos aumentará”. Hasta el punto de que la esperanza “está muerta, está muriendo; en algunos casos, ya está enterrada”.
Como lamenta con tristeza Zenari, “hacía tres años que no se hablaba de Siria”… Ahora, “desgraciadamente”, una vez que “había desaparecido del radar de los medios de comunicación”, si “ahora ha vuelto a ser noticia”, es por una crisis sin parangón. De hecho, la población se siente abandonada: “Las oficinas del Gobierno han desaparecido, el ejército ni siquiera se ve”.
¿Cumplirán su promesa?
Pese a que “todo es muy incierto” y no se sabe si los rebeldes cumplirán o no su promesa de no atacar a los civiles, de lo que no hay duda es de que la Iglesia no se mueve: “Los obispos han asegurado a sus fieles que permanecerán en Alepo, al igual que los sacerdotes y los religiosos”.
Un desasosiego al que contribuye, y mucho, la incertidumbre por los choques entre Israel y sus enemigos en Gaza, Líbano o Irán: “Todo Oriente Medio está ardiendo y las cartas geopolíticas están desordenadas”.
Éxodo de 13 millones de personas
Las consecuencias, mientras, seguirán siendo las mismas de estos últimos 13 años… Muerte y gente huyendo de sus hogares. De hecho, el éxodo sirio se eleva a “alrededor de 13 millones, más de la mitad de la población”. Siete millones son desplazados internos y seis son refugiados más allá de las fronteras nacionales.
Los que más huyen, en un proceso que compromete el futuro del país, son los jóvenes. Pero no se les puede reprochar nada, pues “no vemos ninguna reconstrucción, no vemos ningún arranque económico. No hay trabajo. Entonces, el único deseo de la gente, de los jóvenes, es irse”.