El cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, está convencido de que las hermandades pueden y deben ser “casa y escuela de sinodalidad”. Así lo manifestó esta mañana durante la ponencia con la que abrió en la catedral la segunda jornada del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, un foro que reúne en Sevilla desde ayer y hasta el próximo domingo a más de 1.800 participantes para una puesta a punto del mundo cofrade.
El purpurado norteamericano invitó a los responsables de las hermandades a conjugar los verbos “escuchar, convocar, discernir, decidir y evaluar”. Con un planteamiento eminentemente práctico, instó a las cofradías a crear “espacios y estructuras adecuadas para dar voz a todo el mundo”. “No basta con una reunión ocasional o esporádica”, comentó. Incluso, propuso crear grupos pequeños de consulta en las grandes hermandades: “No se trata de un debate, sino de escuchar lo que el Espíritu suscita en cada uno”.
Farrell detalló que las hermandades “son las realidades agregación laical más antiguas que han surgido en la iglesia y por eso el Dicasterio mira con interés su apostolado y su desarrollo”. Por eso, planteó que apuntalen su “espíritu misionero, especialmente a los más sencillos” con “valor y creatividad para hablar nuevos lenguajes”. “Es la atracción de la belleza lo que puede atraer a muchos a la fe”, comentó, no solo refiriéndose a la imaginería, sino a la caridad que hacen visible.
Así, puso en valor que la cofradía puede convertirse en casa de acogida y de intimidad, de crecimiento y superación, una “comunidad de personas unidas por fuertes lazos humanos y espirituales”. Para lograrlo, instó a los hermanos a evitar “la frialdad” y “la jerarquía” de unas relaciones que “se vuelven burocráticas carentes de sinceridad, porque nos juntamos solo para cumplir ciertas tareas, pero no se comparte la vida”. En este sentido, alertó de cómo estas dinámicas pueden derivar en “lógicas de poder”, “la búsqueda de prestigio social” y “la afirmación del propio ego”. En este sentido, también se mostró preocupado de la deriva que se da en estos grupos cuando “solo unas pocas personas ostentan el monopolio de los cargos, las responsabilidades y las financias”.
“Las hermandades están llamados a hacer escuelas que enseñen a no permanecer inmóviles en el pasado, sino que estimulen a abrirse al presente y al futuro”, comentó el cardenal después con el fin de “mantener vivo el carisma del servicio y de la misión respondiendo con creatividad y valentía a las necesidades de nuestro tiempo”.
A partir de ahí, lanzó una pregunta a los presentes: “¿Cómo hacer para que los ritos, los actos públicos de culto, las iniciativas de oración y de ayuda mutua, pueden hablar también a los hombres y a las mujeres de hoy, a menudo alejados de sensibilidad religiosa?”.
Farrell también se adentró en la necesidad de fortalecer la formación cofrade, recordando que antes los hermanos llegaban con una vivencia cristiana previa. Sin embargo, ahora “la mayoría ya no recibe ninguna formación cristiana y religiosa en general ni en la familia ni en la propia ni en otras estructuras eclesiales”. Por eso, las hermandades están llamadas a promover “un camino gradual de iniciación a la vida cristiana” con un proyecto “debidamente planificado”: “Las cofradías se convierten en el lugar del primer encuentro con el Señor, el descubrimiento de la fe y de la realidad de la Iglesia”. “No debemos limitarnos a las clases de tipo escolar, sino que nos referimos a algo más completo que incluye la catequesis vivencial y carismática”, apostilló, sumando experiencia de servicio y caridad.
En su conferencia, también se detuvo en la necesidad de impulsar la comunión: “Cada hermandad debe educar a sus miembros en la madurez eclesial para que no se queden confinados en los estrechos ámbitos del grupo de la capilla o de lugares de culto de un rito anual, sino que aprendan a participar en la vida de la parroquia, de la diócesis o de la conferencia episcopal nacional y finalmente aprenden a conocer y amar el camino que sigue la iglesia universal bajo la guía de los sumos pontífices”.
Al paso, advirtió del “malentendido” que pasa por interpretar la promoción de los laicos como “total independencia de la Iglesia institucional, de los pastores o, peor aún, en el sentido de promover reivindicaciones de tipo sindical que sitúan a los laicos contra la jerarquía eclesial o contra los ministerios ordenados, no junto a ellos”. “Eso es erróneo”, remarcó, apuntando que “la perspectiva correcta es caminar juntos, no cada uno por su lado”.
Aplicado a las hermandades, señaló que no pueden “formar entidades separadas” de la Iglesia: “Son católicas y en ellas hay laicos bautizados que son hijos de la Iglesia, llamados a hacer crecer a la iglesia, a su Madre con sus carismas, su entusiasmo y sus actividades siempre en comunión con los obispos y sus pastores”.