El coloso vuelve a abrir sus puertas: la de la Virgen, la del Juicio Final y la de Santa Ana. La catedral de Notre Dame resplandece, aunque aún entre grúas y algún andamio, tras cinco años de una reconstrucción que ha sido “cuestión de Estado”, liderada por el presidente Enmanuel Macron. El gran templo gótico, orgullo de Francia, no solo ha resurgido de las llamas, sino que el gran símbolo del catolicismo francés reabre hoy 7 de diciembre en medio de una “fiesta nacional”, empañada por la incertidumbre política tras la caída del Gobierno de Michel Barnier esta misma semana.
El arzobispo de París, Laurent Ulrich presidirá una ceremonia en la que está previsto que acudan medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno, entre los que se encontrarán el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, y la primera dama estadounidense, Jill Biden.
Pero, ¿cómo ha quedado Notre Dame? La respuesta no solo es simbólica: “El interior mostrará realmente una metamorfosis, una resurrección, un esplendor que nunca hemos visto”, según adelanta Philippe Jost, presidente de la institución pública encargada de la restauración junto a la Archidiócesis de París, responsable de la remodelación –modernísima– del mobiliario, sillería, iluminación y señalización interior del templo. “La reconstrucción de Notre Dame es una señal de esperanza para todos”, según Olivier Ribadeau-Dumas, rector y arcipreste de la catedral.
Luz, brillo, fulgor, son los calificativos que más se escucharon el 29 de noviembre, cuando el presidente Macron, el arzobispo de París, Laurent Ulrich, y el arquitecto jefe, Philippe Villeneuve, recorrieron entre un inmenso séquito la ya reluciente catedral como prólogo a la ceremonia de Estado del día 7 en el exterior, con su delumbrante solería de piedra de Comblanchien, y la solemne misa del día siguiente. Luz, brillo, fulgor en las vidrieras, en los muros, en las bóvedas, en las nervaduras, en los frescos. “Podremos ver el edificio restaurado con una luminosidad excepcional”, revela Olivier Josse, secretario general de Notre Dame.
Luz por contraposición al ennegrecido testimonio del fuego del 15 de abril de 2019. Brillo con el que el propio Jost describe la cruz dorada del coro, ya repuesta, o el bronce del nuevo baptisterio concebido por Guillaume Bardet, responsable también del altar, el ambón, la cátedra y el tabernáculo. “Son formas naturales que transmitirán la idea de lo inmutable”, describe el diseñador, de estilo minimalista y colaborador de Hermès. Fulgor según monseñor Ribadeau-Dumas, también portavoz de la Conferencia Episcopal: “Expresan la luminosa sencillez que emana de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, dan vida a la liturgia y revelan el misterio eucarístico a los fieles, al tiempo que ofrecen a los visitantes una visión de nuestras profundas convicciones”.
La talla en piedra de la Virgen del Pilar (siglo XIV) y el “tesoro catedralicio” que se salvaron de las llamas –incluida la Santa Corona y la túnica de san Luis, rey de Francia–, ya han vuelto. La escultura, que representa a María sosteniendo al Niño Jesús, regresó desde la iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois, mientras que las reliquias y piezas litúrgicas han ido llegando desde el Museo del Louvre y un hangar en Île-de-France. La corona de espinas, junto a un clavo de la crucifixión y un fragmento de la cruz, no se colocará hasta el 13 de diciembre en su nuevo relicario, obra de Sylvain Dubuisson, un vanguardista cajón de mármol de tres metros, con un frontal en forma circular de piedra, metal, madera y vidrio. La contemporaneidad –también en la sillería diseñada por Ionna Vautrin– dejará así su huella.
“Silencio” es, sin embargo, otra de las palabras en boca de Jost, encargado de ocupar el vacío dejado por el fallecido general Jean-Louis Georgelin, elegido por Macron para encabezar la restauración tras el incendio. Silencio para definir cómo se ha pretendido huir de la estridencia en la reconstrucción del edificio erigido entre 1163 y 1270. Jost destaca “entre las mayores proezas técnicas” la idéntica recreación de los armazones de la nave y del coro, con “más de mil robles ancestrales”. Con la misma idea se han recuperado las bóvedas góticas o, incluso, la famosa aguja con la que el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc culminó su renovación de Notre Dame en 1859. El primer impulso gubernamental fue sustituir esa flecha sobre el crucero por otra contemporánea, idea desestimada ante la presión popular.