Laurent Ulrich preside la eucaristía inaugural en la que participaron el presidente Emmanuel Macron y su esposa
París bien vale una misa. Después de los primeros actos en la tarde del 7 de diciembre, la catedral de Notre-Dame de París ha acogido su primera misa tras la reapertura una vez concluidas las obras iniciadas tras el incendio sufrido hace 5 años y medio. La fiesta de la Inmaculada ha sido la ocasión elegida tras el acto institucional impulsado por el presidente Emmanuel Macron al que acudieron unos 40 jefes de estado y de gobierno de todo el mundo. La eucaristía de la Virgen ha estado presidida por el arzobispo de París, Laurent Ulrich, que ha estrenado el nuevo mobiliario –con la consagración del altar– y las vestiduras litúrgicas diseñadas por Jean-Charles de Castelbajac para este primer año del templo renovado. Macron y su esposa quisieron participar también en esta eucaristía inaugural.
“Es Cristo mismo, acompañado de la Virgen María, su madre, quien os acoge esta mañana en esta catedral de Notre-Dame de París, restaurada tras el trágico incendio de la noche del 15 de abril de 2019”, comenzó diciendo el arzobispo en su homilía en la que rezó por Francia “que contempla su futuro con preocupación”. El prelado agradeció a los implicados en la restauración y a las “250 empresas implicadas en este proyecto de renovación”.
Comentando las lecturas, destacó que “generación tras generación, los creyentes experimentan que el Señor no abandona a los suyos. Aunque la historia de la humanidad sigue estando marcada por la angustia y la violencia, la vida humana es tan preciosa a los ojos de Dios que, en todo tiempo y lugar, Él suscita testigos y discípulos. Ellos sacan fuerzas de Él para mostrar el camino de la victoria de la vida, de la fe en Él y de la construcción de una fraternidad universal entre los hijos de Dios, mediante el amor que se entrega”. Para el arzobispo, “esta tarea nunca es fácil, pero hay hermosas ocasiones en que se manifiesta y se demuestra, como la realización ejemplar de la obra de reconstrucción de Notre-Dame de París”.
“Esta mañana se ha borrado el dolor del 15 de abril de 2019”, prosiguió. “En cierto sentido, aunque la conmoción causada por el incendio perduró, el dolor ya estaba superado cuando las oraciones se elevaron desde las orillas del Sena y los corazones de cientos de millones de personas en todo el mundo”.
Y sobre el nuevo altar, destacó que “el material elegido por el artista, el bronce, dialoga armoniosamente con la piedra del edificio” ya que “el bloque, que parece emerger de la tierra para el sacrificio, crece hasta convertirse en una mesa fraternal para la cena del Señor. Junto con el ambón, forma, en relación distinta pero armoniosa, la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. La pureza y sencillez de sus líneas son profundamente accesibles y acogedoras”, destacó. El altar, añadió, “no es un objeto mágico, sino un instrumento a través del cual aprendemos a ver a Cristo entre nosotros, como la roca sólida sobre la que descansa nuestra fe, como el Calvario donde se revela el alcance de la entrega y del amor total, y como la mesa en torno a la cual Cristo enseña a sus discípulos”.
“No os contentéis con el mero placer de estar aquí en un día tan especial, en el que la catedral de París recobra su esplendor, un esplendor como nadie ha conocido antes. Seáis creyentes o no, sois bienvenidos a participar en la alegría de los fieles que viven aquí y dan gloria a Dios por haber restaurado su iglesia madre”.
“No os quedéis simplemente deslumbrados por la belleza de las piedras restauradas. Dejaos llevar, por el contrario, a las alegrías más grandes, al don más hermoso que Dios os da y nos da: su presencia misericordiosa, su cercanía a los pobres, su poder transformador en los sacramentos”, instó el arzobispo.