El Pontífice visitó en la tarde de este domingo la basílica de Santa María la Mayor, la Plaza de España y el Palacio Cipolla para contemplar la ‘Crucifixión Blanca’ de Chagall
Tarde romana para el papa Francisco en la Fiesta de la Inmaculada. Tras presidir la misa en la basílica de San Pedro, guiar el ángelus y almorzar, el pontífice argentino tuvo tres destinos: la basílica de Santa María la Mayor donde rezó ante la imagen de la ‘Salus Populi Romani’; la Plaza de España para el tradicional Acto de Veneración de la Inmaculada Concepción; y el Palacio Cipolla, en Via del Corso, donde se detuvo para visitar la ‘Crucifixión Blanca’ de Marc Chagall, una obra que se expone con motivo del Jubileo y por la que el Papa tiene especial predilección.
De todos ellos, el acto central fue el que tuvo lugar frente a la Embajada de España en la Santa Sede. Jorge Mario Bergoglio llegó en torno a las cuatro menos veinte de la tarde. Tras ser recibido por el alcalde de la ciudad, Roberto Gualtieri, depositó ante los pies de la estatua de la Virgen un ramo de flores amarillas y blancas. El Papa también se acercó para bendecir a los ciudadanos que estaban en el lugar, así como a un grupo de enfermos. También cumplió con el protocolario saludo a la embajadora española Isabel Celaá.
En voz alta, el Papa compartió con los presentes una oración a María: “Te gustan esas flores escondidas por encima de todo que son las oraciones, los suspiros, hasta las lágrimas, especialmente las lágrimas de los pequeños y de los pobres”. “Míralos, Madre, míralos”, imploró el Obispo de Roma.
En su plegaria también se dirigió a María con “un mensaje de esperanza para la humanidad probado por crisis y guerras”.
Sabedor de que Roma se prepara para el Año Santo de 2025, en su alocución el Pontífice señaló que hay obras “por todas partes en la ciudad, que causan bastantes inconvenientes”, que a la vez reflejan que la capital italiana “está viva” y “se renueva”.
A partir de ahí, hizo un llamamiento a todos los presentes para que acometieran también una reforma en su interior, dirigiéndose a la Virgen: “Me parece escuchar tu voz que nos dice sabiamente: Hijos míos, estas obras están bien, pero tened cuidado: ¡no os olvidéis de las obras del alma!”. “El verdadero Jubileo no está fuera, está dentro: dentro de vosotros, dentro de vuestros corazones”, señaló justo después.
Con su habitual naturalidad, Francisco se dirigió a la Inmaculada con otro ruego: “Madre, líbranos de la envidia: que todos seamos hermanos y hermanas, que nos amemos”. Justo después definió a la envidia como “ese vicio amarillo, feo, que arruina por dentro”.