“¡Señores! ¡Vamos a ronear por la calles de Sevilla!”. La orden del capataz de la Esperanza de Triana que los costaleros de la Dolorosa escucharon poco después de salir por la Pueta de Palos de la catedral la hizo suya toda una ciudad que rebosó anoche de roneo.
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Tanto es así que propios y extraños no dudan en calificar la magna procesión que vivió ayer la capital hispalense como inédita. Por la multitud congregada: más de un millón de personas. Y por las imágenes que fueron veneradas, -El Gran Poder, El Cachorro, La Esperanza de Triana y La Macarena-, junto a otros referentes marianos de la región: La Virgen de los Reyes, la Virgen de Valme de Dos Hermanas, la Virgen de Setefilla de Lora del Río y la Virgen de Consolación de Utrera. Los ‘capillitas’ con memoria saben que lo de ayer supera con creces al Santo Entierro celebrado en 2023 o a la proclamación en 1946 de la Virgen de los Reyes como patrona.
Hecho histórico
Más de doce horas desde que el cortejo comenzó su recorrido hasta que La Macarena se recogió en su templo. “Como presidente y como cofrade es un día muy especial, es un hecho histórico”, reconocía el presidente de la Junta, Juanma Moreno, que confirmó que ese millón largo de ciudadanos que se dejaron envolver por el ‘magno’ acontecimiento. Moreno certificó que esta salida procesional supone una “gran proyección internacional para Sevilla y Andalucía”.
Pero, sobre todo, suponía ese “broche de oro” que el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses buscaba para clausurar el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular que desde el miércoles vio pasar por la catedral a voces de distinto calado, desde cuatro prefectos a las hijas de sor Ángela de la Cruz, pasando por el tercero en el escalafón vaticano, con el fin de dibujar las coordenadas por las que las cofradías han de moverse como motor de la evangelización hoy.
Y esa clausura desbordó toda previsión en el domingo 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada, en otros tiempos, el Día de La Purísima. Se transformó en algo más que una Madrugá. Eso sí, con unos cuantos grados menos, en pleno diciembre, se revivió un Jueves Santos de primavera. Porque, si se limitó a 300 el número de hermanos que podía acompañar a cada uno de los pasos, nadie pudo poner coto al gentío. Y todo, sin incidente alguno reseñable en una muestra de pasión cofrade que colgó el cartel de completo.
