La misionera leonesa María Jesús Pérez, franciscana estigmatina, es la directora ejecutiva y cofundadora, junto al sacerdote italiano Graziano Masón, de Maquita, nacida en 1985 en Ecuador y que, desde entonces, se ha convertido en una de las organizaciones de comercio justo más antiguas e importantes del mundo. A nivel nacional, une en sus proyectos a 20 provincias, casi todas las del país. Pero el dato que impacta es este: aúna en torno a sí a 300.000 familias y 200 entidades a lo largo y ancho del suelo ecuatoriano.
En un paso reciente por nuestro país para visitar la sede central de Manos Unidas, que colabora activamente en el proyecto, María Jesús repasa con Vida Nueva cómo empezó todo. Empezando por su propio compromiso vital con los excluidos, forjado “en una familia cristiana en la que la fe se vivía con mucha fuerza, lo que se traducía en un compromiso real y concreto de mis padres contra toda forma de injusticia. Una sensibilidad social que también me llegó por un tío mío, Alfredo Pérez, misionero jesuita en Chad que murió allí asesinado, y por otra tía, Angelita Pérez, que estuvo 45 años como misionera en Ecuador, en Guayaquil”.
En su caso, su espiritualidad siempre ha estado muy imbuida “del espíritu de Francisco de Asís, basado en la cercanía, en la libertad, en huir del ‘tener’ o en una relación armoniosa con la Madre Tierra”. Una pulsión creyente que se moldeó “en Astorga, durante mi formación con las franciscanas estigmatinas, cuyo carisma se centra en tratar de abrazar a los estigmatizados de la Historia”.
En una época en la que en la Iglesia “bullía el movimiento de las comunidades de base, especialmente en América Latina, pedí a mi congregación una experiencia de cinco años en Ecuador… Llegué en agosto de 1984 y, aunque al final han pasado 40 años, aquí sigo”.
Muy concienciada “de la necesidad de estar a favor de los excluidos y de trabajar por una sociedad de derechos”, lo primero que hizo fue mirar a su alrededor. Al vivir con su comunidad en Quito, en el barrio periférico de Santa Rita (“donde no había ningún control en infraestructuras”), desde ahí empezaron a trabajar en red, coordinando acciones pastorales en ese y en otros barrios junto a diversas congregaciones religiosas, sacerdotes y laicos.
Al formar parte de “un equipo de pastoral muy comprometido con las causas de los pobres”, eran “comunidades de base” cuyo fundamento era “el compromiso con la realidad”. Y esta estaba marcada “por el impacto en la vida de todos de un Gobierno neoliberal que imponía la represión y generaba una inflación disparada, siendo inasumible la canasta básica para una mayoría de las familias a las que acompañábamos”.
“Preocupados” por “una situación que siempre estaba presente en nuestras reuniones comunitarias”, enseguida surgió la propuesta de “tratar de generar ingresos. Para ello, el mejor modo era con una acción en red, comprando al por mayor productos básicos como el arroz, la manteca, el aceite o el azúcar, y luego comercializándolos entre nosotros y con otras comunidades vecinas, siempre en condiciones equitativas. Además, algunos campesinos traían sus productos y los vendían a otros en las puertas de las iglesias”.
“Al no haber intermediarios y al movernos en precios justos”, sabiendo que lo suyo era “mucho más que un comercio”, fue como, poco a poco, empezaron a avanzar. Espiritualmente, “sentíamos cómo la Palabra nos iluminaba. Acudíamos al Éxodo y leíamos cómo Dios nos decía que había visto nuestra explotación y nos había liberado del yugo. Todo desde el paradigma del ‘escuchar, ver, creer y actuar’”.
Según iba creciendo su red y llegaban más lejos, “más empeño poníamos en formarnos en valores, en consumo responsable o en buscar ayudas técnicas para mejorar la producción”. Sabiendo que la clave es “el cambio de mentalidad”, Maquita, desde su misma fundación cuatro décadas atrás, busca interpelar a la sociedad en el sentido de que “hay otra forma de producir, consumir… y vivir. Frente a una cultura del desperdicio, nosotros creemos que es cierto que otro mundo es posible. Para cambiarlo, tenemos que ir del corazón a la cabeza”.
Para ello, la asociación se vertebra en torno a varios ejes. Uno de ellos es “el asociacionismo”, buscando crear alianzas con todo tipo de comunidades comprometidas en la idea del comercio justo. Lo que hacen tanto con entidades locales como con internacionales, siendo un claro ejemplo la implicación de Manos Unidas en el programa. En este sentido, también tratan de hacer “incidencia social y política” ante las distintas administraciones, para “impulsar juntos el desarrollo socio-económico local”.
Otro aspecto fundamental es la apuesta por la “agricultura familiar campesina”, con el fin claro de asegurar “la soberanía alimentaria” de las personas y los pueblos, así como “la sostenibilidad y la protección del ecosistema”. Aquí, además, cuentan con el apoyo importantísimo del Centro de Tecnología Maquita, contando con “innovación técnica que permitan aplicar prácticas con principios agroecológicos”.
Echando la vista atrás, María Jesús reivindica que toda revolución de la fraternidad empieza por “sembrar un grano de arena”. De ahí brota una resonancia que trasciende, pudiendo hablarse de “la espiritualidad del comercio justo”. Lo que también se traduce en “protestar” cuando sea necesario. Algo, por desgracia, habitual “en un mundo marcado por muchas guerras sin sentido y que fuerzan a una migración humana sin precedentes”.
En su contexto local, como les ocurre a otros países del entorno, “un gran problema al que nos enfrentamos es el de la minería, con empresas provenientes de Estados Unidos, Canadá o China. Gracias a la corrupción de diversos gobiernos, a los que compran, devastan la Amazonía, la sierra y la costa. Y lo mismo ocurre con las petroleras, cuyo impacto es enorme. Lo que antes devastaban en diez años, ahora lo hacen en uno. Y lo pueden hacer porque apoyan a algunos políticos financiando sus campañas”.