En Vasily Kandinsky (Moscú, 1866-Neuilly-sur-Seine, 1944) no hay una sacralidad, ni siquiera un impulso por reflejar una visión de lo sagrado, pero sí habita un discurso de la espiritualidad que, despojado de la teosofía, del neoplatonismo, del chamanismo, incluso del gnosticismo del cristianismo primitivo, fue profético. Sí, en cierto modo Kandisky fue un “profeta” –y por ello se tenía a sí mismo– que supo ver con antelación el drama de la sociedad del siglo XX y, aún más, del XXI. Ahí es donde encaja.
“Creyó posible un arte visual que, como la música, arte abstracta por excelencia, lograse expresar la vida interior –resume Juan Saunier Ortiz, docente escolapio–. Para eso, el lienzo debía liberarse de las formas naturales y ceder el dominio plástico al color, única entidad visual capaz de sustituir el control espacial de la figuración por los paulatinos efectos psicológicos, también anímicos y espirituales, de los tonos en el alma. Este fue el programa de las diferentes impresiones, improvisaciones o composiciones que pintó durante tres décadas”.
En Kandinsky no hay una motivación religiosa, sino una búsqueda constante que le llevó a un sincretismo donde encontró refugio. Fue un visionario que difundió la abstracción pictórica –y la teorizó– con ensayos como ‘De lo espiritual en el arte y en la pintura en particular’ (1911) o ‘Punto y línea sobre plano’ (1926), pero especialmente el primero, en el que vuelca todo ese sentido espiritual que reivindicó para el arte, y en el que llegó a afirmar, por ejemplo, que “la verdadera obra de arte nace misteriosamente del artista por vía mística”.
De lo espiritual en el arte funciona también como una autobiografía, en la que el pintor –primero ruso, luego alemán y finalmente francés– va dejando retazos de la búsqueda interior que le conduce a la abstracción. “Existen diferentes testimonios de su interés, durante la primera década del s. XX, por los temas religiosos, la lectura de libros místicos y vidas de santos, también por ciertas prácticas orientales –explica Saunier Ortiz–. Algunos de sus conocidos lo definieron como persona soñadora, inclinada a lo profético, peculiarmente mística y que mostraba una particular lucha interior. Estos testimonios coinciden con un comentario del artista acerca de su inclinación por lo oculto y escondido tras la realidad realizado en los años en los que tomaba las notas que acabarían por convertirse en su texto capital”.
En ‘Reminiscencias’ (1912), libro en el que completa su autobiografía, Kandinsky explica tres visiones que le acabaron conduciendo a la pintura y a abandonar su carrera de profesor universitario de Derecho.
En estos textos hay constantes huellas de que Kandinsky se veía entonces como un fiel cristiano ortodoxo –Paul V. Vitz afirma que “fue durante toda su vida un cristiano ortodoxo de la variante mística y tolstiana”–, aunque su desasosegante camino interior desbordó los límites de la religión tradicional, sobre todo desde que emigra a Múnich ya en 1896, donde estudia pintura y comienza a indagar en la teosofía de Helena Blavatsky.