Una reivindicación absoluta de la piedad popular y un llamamiento a desarrollar un concepto de laicidad que no sea estático ni rígido sino evolutivo y dinámico son los dos ejes del discurso pronunciado por el Papa Francisco en la clausura del Congreso sobre “La religiosidad popular en Mediterráneo” que se ha desarrollado estos días en Ajaccio y en el que han participado obispos del sur de Francia, de España, de Sicilia y de otros países ribereños del “mare nostrum”.
Justamente sobre la “revelación cultural, religiosa e histórica de este gran ‘lago’ en medio de tres continentes” giró la primera parte de su alocución destacando que las civilizaciones que nacieron en su torno fueron capaces de “desarrollar una cultura elevada y más aún sistemas jurídicos e instituciones de notable complejidad cuyos principios básicos siguen siendo válidos y actuales.” Lamentó también que “hoy, especialmente en los países europeos la pregunta sobre Dios parece desvanecerse encontrándonos cada vez más indiferentes respecto a su presencia y su Palabra”.
Adentrándose en el tema de la piedad popular el Papa resaltó que esta “se manifiesta siempre en la cultura, la historia y los lenguajes de un pueblo y se transmite por medio de los símbolos, las costumbres, los ritos y las tradiciones de una comunidad viva”. No dejó sin embargo de advertir del peligro de limitarla a sus aspectos externos o que “sea utilizada o instrumentalizada por grupos que pretendan fortalecer su propia identidad de manera polémica, alimentando particularismos, antagonismos y posturas o actitudes excluyentes”. Descartó, con firmeza pero improvisando, que esa piedad en Córcega pueda ser acusada de supersticiosa.
En la segunda parte de su discurso tocó el tema de la laicidad fundamental en el pensamiento político francés y que rige aquí las relaciones iglesia- estado desde hace más de un siglo. Según el Santo Padre “surge la necesidad de desarrollar un concepto de laicidad que no sea estático y rígido sino evolutivo y dinámico, capaz de adaptarse a situaciones diversas e inesperadas y de promover la colaboración contante entre las autoridades civiles y eclesiásticas para el bien de toda la colectividad, permaneciendo cada uno dentro de los límites de sus propias competencias y espacio”.
Para respaldar estas afirmaciones citó a su predecesor Benedicto XVI que había afirmado que “dicha sana laicidad garantiza que la política actúe sin instrumentalizar a la religión y que se pueda vivir libremente la religión sin el peso de políticas dictadas por intereses, a veces poco conformes y con frecuencia hasta contrarios a las creencias religiosas. Por consiguiente la sana laicidad (unidad-distinción) es necesaria, más aún indispensable para las dos”.
Glosando estos principios el papa argentino concluyó que “en este entrelazamiento sin confusiones se configura el diálogo constante entre el mundo religioso y el laico, entre la Iglesia y las instituciones civiles y políticas”. Frases estas últimas que fueron subrayadas con aplausos por todos los asistentes.
Como prueba de su identificación con el obispo de Roma, el cardenal Bustillo, al que se debe la venida del Papa a Ajaccio, confirmó que “es un bello descubrimiento ver cómo la piedad popular permite colocar a la fe en la esfera pública sin crear tensiones sociales. En los acontecimientos públicos que se refieren a nuestra fe vemos un importante principio de libertad e igualdad. En la calle todos se encuentran en un mismo plano: los muy religiosos, los poco religiosos y los curiosos”.